Me suelen parar por la calle para
preguntarme por cuestiones relacionadas con lo que escribo.
En realidad, lo que más desean ciertos lectores es conocer
el significado de algunas palabras caídas en desuso y que yo
me empeño en recuperarlas.
‘Monterilla’ es una de ellas. Que viene a expresar, desde
tiempo inmemorial, algo así como lo menos que se puede
despachar en alcalde. Les voy a relatar una historia de
‘monterilla’ contada por Luis Montoto (personajes,
personas y personillas. Sevilla, 1921, tomo 1, página 48).
Parece que en Dos Hermanas, pueblo inmediato a Sevilla, en
los días primeros de la revolución llamada la Gloriosa (la
de septiembre de 1868), un ‘monterilla’ encumbrado ‘por arte
de birlibirloque’, protegía los amores de unos novios, con
oposición del padre de la muchacha, y no pudiendo lograr que
éste consintiera en la boda, por sí y ante sí los dio por
unidos en matrimonio.
Fuéronse a vivir juntos, diciendo ella a su padre que eran
marido y mujer, porque el señor alcalde los había casado. No
pudiendo creer el hombre semejante desatino, fue a ver al
‘monterilla’, el cual le dijo que, cierto, los había casado.
El padre, no tan ayuno de ciencia como su interlocutor, le
replicó que no había más matrimonio que el que Dios
instituyó y el Santo Concilio de Trento reguló… El alcalde,
entonces, muy lleno de autoridad, exclamó:
-¡Pues si eso es así, sepa usted que desde este momento
queda derogado el Concilio de Trento!
Nuestro siglo XIX, el siglo de las asonadas continuas, el
que dio origen a que los intelectuales estuviesen
convencidos de habitar un país enfermo y triste. Y en el que
los Ganivet, Unamuno, Baroja, Machado y Ortega Gasset
modelaron el perfil de una España sin pulso, cualquier
‘monterilla’ podía sacar a relucir tanta casta como el
nacido en la tierra de la Virgen de Consolación. Sin que
pasara nada (tampoco pasa nada ahora. Pero nada de nada). Y,
desde luego, aquí no dimite ni el Tato)
En el siglo XXI hay alcaldes que se siguen comportando como
aquel paisano de nuestro estimado Fernando Tesón.
Vamos, como auténticos ‘monterilla’. Aunque el de Utrera
tenía un pase: porque el buen hombre obraba tal y como era
en realidad: un rústico de tomo y lomo. Un tipo primitivo y
burdo.
Bueno. Permítanme que recurra a tan manida interjección, con
el fin de respirar hondamente, antes de cruzar el umbral del
tramo final de esta columna, para decir que nuestro alcalde
se ha ganado el derecho a que yo no tenga el menor empacho
en calificarlo de ‘monterilla’ cuando se encarte.
El mismo derecho que él tiene a bisbisear maldades contra
mí. Lo cual no es óbice para que nuestro alcalde siga
presumiendo de ser un glorioso compendio entre Messi
y Ronaldo en la oratoria. Y, cuando alguien tiene tan
alto concepto de sí mismo, resulta más difícil entender las
respuestas que concede a preguntas tan fáciles como la que
se le han venido haciendo acerca de todos los líos de su
Gobierno.
Ahora, por ejemplo, si a mí me diera por preguntarle a
nuestro alcalde sobre los millones y millones de euros
deficitarios que han tenido las empresas municipales en 2010
y 2011. Me preguntaría: “¿Quién afirma eso?”. Y tras oír que
lo proclama el Tribunal de Cuentas, tardaría un suspiro en
llenarse de autoridad, y exclamar:
-Pues si eso es así, sepa usted, que desde este momento
queda derogado ese tribunal. ‘Monterilla’ en estado puro.
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