Me dio a mí por contar en la
última miscelánea semanal la respuesta que me dio un
directivo del Ceuta cuando le pregunté cómo se las apañan
para poder costear los gastos de un equipo en categoría
nacional sin apenas recursos económicos.
Respuesta que no tengo ningún inconveniente en repetir: “Lo
hacemos echándole mucha imaginación, todas las ganas
posibles y un entusiasmo desmedido. Para no decaer en el
empeño de que el Murube siga siendo un recinto que dé cobijo
al primer equipo de la ciudad”.
Me consta la de veces que a este directivo, muy principal
hacedor de que se esté obrando el milagro de que aún no haya
desaparecido en esta tierra el fútbol en Tercera División,
se le ha dicho que bien haría en desligarse del equipo
cuanto antes.
Pero nuestro hombre, por más que le argumenten que mejor le
iría en la vida, tanto en el aspecto personal como en el
laboral, si fuera capaz de renunciar a ser dirigente de un
club deficitario, oye a todos los consejeros como quien oye
llover. Es decir, que cuanto se le dice le entra por un oído
y le sale por el otro.
Su deseo de continuar siendo dirigente destacado de un club
que le genera innumerables obligaciones, y cuyo
mantenimiento solamente le ocasiona trastornos, críticas
acerbas, problemas de todo tipo, y hasta persecuciones
solapadas, ha llegado a constituir motivo de análisis.
Máxime cuando estamos hablando de un directivo que,
precisamente, tampoco es muy dado a chuparse el dedo.
Así, cuando ha salido a relucir en cualquier conversación la
forma de proceder del directivo que lleva ya mucho tiempo
asumiendo gran parte de la responsabilidad del primer equipo
de la ciudad, se ha dicho que en éste, en el directivo,
prima, por encima de todo, una pasión desmedida por el
fútbol de su tierra. Y aun los hay que razonan lo dicho
valiéndose de la intensidad con la que suele vivir los
partidos desde el modesto palco del Alfonso Murube.
Cuando a mí se me ha preguntado al respecto, he dicho
siempre cómo nos hemos equivocados todos los que en algún
momento dudamos de que la persona en cuestión, a la que no
hay por qué mencionarla, pudiera continuar al frente de un
Ceuta abandonado por todos. Un Ceuta a quien las
autoridades, aprovechándose de la crisis económica, dejaron
que se produjera su descenso administrativo y además estaban
convencidas de que maltratando al osado directivo, sería
motivo suficiente para que éste pusiera pies en polvorosa.
Y, claro, erraron también en el diagnóstico.
El primer equipo de la ciudad está dando muestras palmarias
de ser dirigido por personas a las que cuesta lo indecible
minarles la voluntad que les mantiene al frente de una
sociedad carente de medios suficientes para afrontar un
campeonato duro y complicado. En una ciudad donde el primer
equipo ha destacado durante muchos años entre los conjuntos
mejores de su grupo. Y, por tanto, a sus aficionados también
les ha sido más difícil adaptarse a los tiempos de penurias.
Pues bien, ninguno de los males que se cernieron de repente
sobre el primer equipo de la ciudad, con el consentimiento
de la primera autoridad municipal, por más que hayan dejado
heridas abiertas, ha podido derribar la voluntad del
directivo de marras, convertida en muralla infranqueable. El
Ceuta, además, ya ha salvado la categoría. Cualquier otro
logro sería para celebrarlo por todo lo alto. La verdad está
en lo que se hace. No en lo que se dice.
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