Hay que tomar otras vías de
diálogo más auténtico, tener otras actitudes más
consensuadas, buscar otros liderazgos que nos saquen de este
laberinto; puesto que hasta ahora, los mismos que corren
hasta su misma velocidad los confunde. Consecuentemente, el
que quiera ser líder ha de ser puente entre los gobiernos,
activando la conciencia moral y el espíritu democrático de
la Constitución vigente, a la que por otra parte, las
diversas Jefaturas han prometido o jurado, guardar y hacer
guardar esta norma fundamental del Estado. Realmente, cuando
pensábamos que lo teníamos todo atado “y bien atado”,
resulta que se produce un ataque al espíritu constitucional,
fundamentado en la indisoluble unidad de la nación española,
y se hace desde los propios resortes democráticos. Ahí está
la fractura entre España y Cataluña. La no sintonía de unos
y de otros. Antaño discutíamos sobre la financiación y las
competencias de las Comunidades Autónomas. Hoy lo hacemos
sobre el independentismo catalán o secesionismo, por cierto
corriente político-social derivada del nacionalismo, al que
se le ha mimado desde las dos grandes opciones políticas: la
del partido popular y el partido socialista.
Ciertamente, no es posible constitucionalmente una Cataluña
fuera de España. Lo han dejado bien claro, tanto dirigentes
europeístas como observadores internacionales. Dicho esto,
pienso que el gobierno central, en lugar de acrecentar la
incertidumbre y asustar, debería mostrar otras actitudes más
positivas, con vistas a propiciar el consenso, que en otro
tiempo dio lugar a los pactos de la Moncloa. La misma Corona
promueve y alienta este modelo de nación, como ha dicho el
Rey en su reciente mensaje de Navidad, que cree en un país
libre, justo y unido dentro de su diversidad. Naturalmente,
tenemos que tener un proyecto que nos una y esto le
corresponde propiciarlo al gobierno central. Fomentemos un
nuevo pacto institucional, liderado por el rey o el
príncipe, para reformar lo que haya que reformar, para ver
cómo seguir conviviendo entre nacionalidades, para crear
ilusión y activar el empleo. La solución no es rodear de
indignados los emblemáticos edificios donde se encuentra
depositada la representación de la soberanía nacional.
Tampoco a estos indignados se les va a parar con una
legislación dura. En todo caso, me parece que no podemos
permanecer pasivos ante la realidad de que nuestros hijos
vivan peor que nosotros en un futuro. Hemos de hacer algo,
porque si no seremos una sociedad de fracasados.
Indudablemente, tenemos que buscar puntos de encuentro. No
podemos seguir en la confusión y mucho menos en el
desasosiego, en la inseguridad o en el desconcierto. Hay que
actuar. A mi juicio, desde el aceptación constitucional de
tres puntos concretos: la representación del Estado, para
que las instituciones den la solución y no sean el problema;
la cohesión social, que es aquello que no rompa la igualdad;
y la coordinación institucional, para asegurar entre otras
cuestiones el apoyo en materia de asistencia social. Por
consiguiente, avivemos las conferencias sectoriales, las
reuniones entre fuerzas sociales y políticos de Estado,
entre agentes sociales y fuerzas vivas, para que podamos
proseguir garantizando la convivencia democrática dentro de
la Constitución y así, de este modo, seguir consolidando un
Estado social y de derecho, que promueva el progreso de la
ciencia y la cultura, asegurando a todos una digna calidad
de vida, mediante un orden económico y social justo. Está
visto que cuando no se puede lograr lo que se quiere, lo
mejor es cambiar de actitud. Y el Estado, en este sentido,
no puede titubear, o dejarse intimidar por un poder
corrupto, los gobernantes han de responder de manera
transparente y contundente, con prontitud, ante cualquier
conducta delictiva. Evidentemente, todo intento de
ocultación es un burla al espíritu democrático.
Sin duda, los dirigentes políticos deberían ser conscientes
de que la recuperación de la confianza pasa también por el
fortalecimiento de nuestras propias instituciones, y para
ello, tiene que estar garantizado el derecho de todos los
ciudadanos a acceder a la información pública, a fin, de que
se refuerce la responsabilidad de los gestores públicos en
el ejercicio de sus funciones y en el manejo de los recursos
que son de todos. Por desgracia, la corrupción se ha hecho
metodología en algunos partidos, sindicatos e instituciones.
Ante estas situaciones bochornosas la debilidad de actitud
se convierte en debilidad de réplica, con el consabido
efecto negativo a las reglas de juego democráticas aprobadas
por todos. Obviamente, más allá de las reformas legales que
pueden ser esenciales, hay una cuestión de fondo que ha de
resolverse, no con la indiferencia o con un listado de
palabras bonitas que no van seguidas de hechos, sino con la
actuación de una eficaz gobernanza que asegure el Estado de
derecho. Lo mismo sucede con la cuestión catalana, hay dos
propuestas: una de independencia total, que encandila a un
sector de la población catalana mientras a otro sector le
inquieta, y la otra, a mi juicio más sensata, que por cierto
lleva años el profesor constitucionalista Gregorio Cámara
tratando de explicarla en diversos foros sociales, que sería
una reforma federal de la Constitución.
Como es público y notorio, son muchas las letras y pocas las
músicas que nos llevan a un paisaje armónico. Esta es la
verdad. A mi manera de ver, la peor decisión es la
indecisión política de los gobiernos de turno, que han
tomado el discurso electoral en lugar del discurso político,
y que además han aceptado el ambiente de una posición de
incertidumbre como si fuese una margarita cuyos pétalos no
se terminan jamás de deshojar. Ya vistas las consecuencias
de un proceso soberanista, no se puede guardar silencio ante
un problema político que pone en entredicho la Constitución
de 1978; por tanto pienso, que es el momento del diálogo
para propiciar el pacto. Lo que sucede, es que el actual
presidente del Gobierno carece de guión, y por ende, de
entusiasmo para desarrollarlo, por más que tenga un buen
relato que transmitir. Dicho argumento trata de la historia
de una transición ejemplar, donde funcionaron los pactos
políticos, y que dieron lugar a un tiempo de libertad y
progreso, gracias a la democratización de todas las
instituciones y a políticos de horizontes y consensos.
Nos toca, pues, hoy asumir la responsabilidad de un cambio
de actitud, donde la habilidad política y diplomática, nos
haga madurar y entendernos democráticamente, mediante el
consenso, el compromiso y la cooperación de todos los
gobiernos. Y, efectivamente, para asegurar este buen
ambiente cooperante, aglutinador y universalista a la vez,
creemos que la transparencia es absolutamente necesaria,
porque siempre beneficia a todas la partes. Lógicamente, el
consenso entre los dirigentes ha de convertirse en un lugar
de encuentro, o si quieren en un lugar común o lema del
sistema político español como así lo fue en la transición
española.
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