Nadie podrá decirme que miento si
afirmo que el Partido Popular nos dijo durante su campaña
electoral que si gobernaba sería lo mejor que podría
pasarnos a todos. Así que sus voceros se encargaron de
pedirnos una mayoría absoluta con el fin de que el Gobierno
pudiera obrar con entera libertad. Reservándose,
naturalmente, aclararnos que lo harían sin ninguna
consideración a los demás. Lo que se suele llamar hacer de
su capa un sayo.
Uno, que nunca presumió de tener siquiera un adarme de esa
gran inteligencia que se suele atribuir Aróstegui,
aunque justo es decir que tampoco me chupo el dedo, se
acordó muy pronto de lo que dijo Gerald Ford en 1960:
“Un gobierno lo suficientemente fuerte para darnos lo que
queremos lo es también para quitárnoslo todo”. Y me puse en
guardia.
Lo primero que hicieron los populares fue mentirnos.
Mentirnos muchísimo durante la campaña electoral. Pero no
por ser políticos populares, sino porque los políticos están
convencidos de que la sinceridad en pocas cantidades es
peligrosa, y en grandes cantidades se vuelve fatídica. No
parece más que todos ellos han leído a Oscar Wilde.
Por cierto, recomendarles economía a los pobres resulta
grotesco e insultante. Es lo que dijo el autor de “El
retrato de Dorian Gray”. Y lo remató con arte: “Es como
aconsejarle que coma menos a un hombre que se esta muriendo
de hambre”.
En España, desde hace ya varios años, los pobres que antes
eran de buen ver, o sea, pobres con pedigrí, han pasado a
formar parte del gremio de los mendigos, debido al atropello
que el Gobierno ha venido cometiendo con ellos. Y porque es
más seguro pedir que robar, pero robar es más elegante y
sólo está al alcance de quienes pertenecen a la nobleza, a
sus lacayos, y a quienes les venden preferentes a señores
mayores que nunca se preocuparon de leerse la letra chica
del truco del almendruco.
A nadie se le escapa que los españoles estamos viviendo
tiempos muy difíciles. Terriblemente difíciles. Porque son
millones los que se levantan cada mañana sabiendo que están
apremiados por algo tan vital como es conseguir algún dinero
para comer. Millones de familias están viviendo en la más
absoluta precariedad. Situación que va inoculando odio entre
quienes saben que la desigualdad de clases ha llegado ya a
extremos intolerables. Sobre todo cuando la televisión nos
muestra a un tipo como Blesa, por poner un ejemplo,
atildado y petimetre, y luciendo andares y gestos de
privilegiado. Un tipo que está convencido de que es
intocable. Porque sus silencios se pagan a cambio de
sambenitar la voz de cualquier juez que se atreva a meterlo
en el talego. Los corruptos, además, tienen una buena
claque. Hablo de los corruptos a gran escala, que no de
cualquier ratero de poca monta. Una claque que pide el
indulto para ellos tras haber sido condenados a cárcel. Y es
entonces cuando a uno, que es consciente de que la
corrupción nunca dejará de existir pero que es primordial el
perseguirla con todos los medios posibles y castigarla
severamente, le entran ganas de vomitar.
Tampoco crean ustedes que no me dan arcadas cuando oigo o
leo las declaraciones de políticos convertidos en mensajeros
del Gobierno que les encarga decirnos, verbigracia, que la
crisis ya ha pasado. Que empezaremos muy pronto a disfrutar
de pleno empleo en toda España. Y que ésta vuelve a ser la
estrella del firmamento mundial. Y además reclama
credibilidad para sus palabras. Y a mí sólo me cabe celebrar
tan buena nueva echándome al coleto un mojito casero. Pues
Marbella me queda muy lejos.
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