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OPINIÓN - VIERNES, 24 DE ENERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Estamos embruteciéndonos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo, que voy a situar en los cuarenta del siglo pasado, ayer más o menos, donde el hambre de los pobres españoles era tan grande que solamente vivían pendientes de cómo llenar la botarga. Y en cualquier pueblo, ante la pregunta de algún extranjero hablador de nuestra lengua y con ganas de enterarse de cómo se las apañaban los habitantes para comer, aunque fuera una vez al día, los vecinos se sinceraban, más o menos de esta guisa:

Detrás de esa colina -dice el hombre inquirido-, toda la región en leguas a lo largo y ancho está cubierta de robles. Acostumbrábamos a ir allí y recoger las bellotas y hacer con ellas “gachas” e incluso pan. Pero si hoy alguien va allí la Guardia Civil lo vapulea y lo echa. Las bellotas son guardadas para los cerdos.

Sigue el hombre contando sus desgracias: Por ejemplo, ¿sabe usted lo que hemos comido hoy? Unas cuantas migajas de pan con algunas naranjas malas. Esta noche iremos a casa y la mujer habrá preparado un poco de harina y judías cocidas con agua. Nada de aceite, puesto que nuestra ración ya se ha acabado. Pero los niños lloran, su madre les pega, y todo el mundo le chilla a los demás. Aquí acostumbraba a haber un gran amor familiar, pero ahora ya queda muy poco. Estamos embruteciéndonos.

Y el hombre, que se sincera con el inglés que trata de conocer la realidad de una España gris y miserable, no se corta lo más mínimo en pronunciarse así, con un deje de amargura sobrecogedor: Quieren destruir nuestra naturaleza humana. Quieren convertirnos en animales. Ese es su programa. El programa de quienes mandan. Y mientras tanto, los ricos, que son propietarios de toda la tierra, no hacen nada excepto comer y beber, conducir sus coches arriba y abajo, y seducir a nuestras mujeres. Menos mal que sólo nos cabe la esperanza de morirnos muy pronto.

Lo escrito es un hecho real que lo mismo podía situarse en un pueblo de la serranía cordobesa, bien en otro de la provincia gaditana, o de la región extremeña, gallega o manchega. Y puedo dar fe de que semejante drama de los cuarenta los viví yo en las distintas casas de vecinos en las que moré durante mi niñez. Aún me acuerdo del llanto de los niños hambrientos. Que no quiero volver a describir para quienes son propensos a calificar de sensiblería barata lo que no quieren oír.

Pues bien, todo lo que hemos luchado, desde aquella época funesta, para conseguir logros que nos permitieran disfrutar de una clase media siempre vital para mantener el equilibrio entre los que más tienen y los que menos, y, sobre todo, para erradicar el hambre de los niños, vivir dignamente y hasta conseguir que la Sanidad Pública nos atendiera en condiciones para hacerle cada equis tiempo una higa a la Parca, se ha venido abajo.

Anteayer, leyendo la noticia de los pacientes –miles y miles- que esperan ser atendidos en hospitales andaluces, catalanes y madrileños, por nombrar los más destacados, se me vino a la mente tanto la ley de Darwin como la eugenesia. Y, cómo no, caí en la cuenta de que ambas situaciones deterioran aceleradamente los lazos que hacen posibles la vida en común.

Luego, siento escalofríos cuando el presidente del Gobierno va y nos dice que “estamos ante un presente y un futuro esperanzador”. Y se fuma un puro, por cometer desatino lingüístico y mentira sin reparo. Y, por si fuera poco, nuestro alcalde, durante la entrevista que le hicieron en “Las mañanas” de RNE, actuó convencido de ser poeta por la gracia de Dios. Así nos va…
 

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