Contaba yo en la última miscelánea
dominical, es decir, en la de ayer, mi encuentro el viernes
pasado con una mujer atractiva, que bebe los vientos por
nuestro alcalde, y que, como siempre que nos vemos, no dudó
en ponerse seria conmigo, alegando que la tengo tomada con
él y que no hay derecho… Y así hasta catalogar a Juan
Vivas de sabio oficial, el mejor de todos nosotros, de
quien deberíamos aprender lo que no está en los escritos. Y
hasta se permitió el lujo de decir que esta ciudad no sería
nada sin él.
Debido a la no poca estima en que siempre la he tenido, y la
sigo teniendo, dejé que tan rendida admiradora de nuestro
alcalde se desahogara y aun tuviera tiempo para tacharnos de
ingratos a todos los que no formamos parte de ese coro
multitudinario encargado de rendirle pleitesía a quien,
según ella, es adalid de una modestia y sencillez sin par.
Más o menos el arquetipo de hombre bueno cuyo pensamiento
está ocupado permanentemente en ver de qué manera puede
beneficiar a sus convecinos. En suma, que la bondad de
nuestro alcalde es reconocida por sus seguidores como una
dote de su carácter.
Tras armarme de paciencia, créanme, a mí sólo se me ocurrió
preguntarle a tan grande fan de nuestro alcalde, ya puesta
en plan tigresa, si estaba convencida de que quienes no
participan de tamaño fervor por Vivas son merecedores de que
se les tache, de prisa y corriendo, como unos resentidos
que, nada más retirárseles el chupete de las dádivas por él
repartidas, comenzaron a perseguirlo de manera injusta.
Y la mujer atractiva -ni mencionaré su nombre ni daré pista
alguna. Así que ya pueden ir haciendo cábalas al respecto-
dio un sí rotundo. Uno de esos síes que no admiten dudas
acerca del adoctrinamiento al que una persona puede haber
sido sometida. Naturalmente que me abstuve de inquirirle si
ella estaba siendo premiada por ir haciendo proselitismo de
un alcalde venido a menos en todos los sentidos.
Tras despedirme de ella, de una mujer que suspira ‘vivismo’
o ‘donjuanismo’ por todos los poros de su cuerpo, me puse a
meditar sobre JV. Y llegué a la siguiente conclusión: éste
ha llegado a creerse, sin sombra de duda, que es realmente
como lo ven los demás.
Y los demás llevan mucho tiempo diciendo que es afable,
educado, amigo de sus amigos, auténtico, laborioso,
caritativo, talentoso, bonachón, trabajador, desinteresado,
leal, político de altura, y así podía estar adjudicándole
elogios hasta que ustedes dijeran ya esta bien. Mientras él,
es decir, nuestro alcalde no dudaría en seguir animándome a
que no cesara de dorarle la píldora como hacen diariamente
los componentes de un clientelismo atiborrado de
agradecimiento y, por tanto, siempre dispuesto a la lisonja,
a la abalanza, a la adulación. Incluso dispuesto, si así
fuera preciso, a pedir por su beatificación.
Todo ello ayuda a que nuestro alcalde se imagine distinto a
como es. Si no fuera así, seguramente no tendría bastante
paciencia para soportarse a sí mismo. Lo malo es que cuando
más necesitado se halla de dar muestras evidentes de ser lo
contrario a lo que es en realidad, va nuestro alcalde y mete
la pata una vez más. Yerra de manera absurda al publicar en
el Boletín Oficial de la Ciudad los nombres de unos
funcionarios que han sido capaces de enmendarle la plana.
Tratando de proscribirlos. Y el edificio de sus mentiras se
le viene abajo en un santiamén.
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