Las centrales sindicales se han visto arrastradas por el
chantaje y la ineptitud del Gobierno de Vivas, al que han
apoyado ciegamente llevados por su buena voluntad de
“defender los puestos de trabajo” y con el pecado venial de
la ingenuidad más clamorosa.
En estos momentos, para completar la escena y dado su grado
de implicación con el Gobierno de Vivas desde un principio,
no les ha quedado más remedio que continuar hasta el final
en este apoyo que les ha llevado a colaborar tanto en la
aprobación del proceso y como en la “marcha atrás”,
convirtiéndose en cómplices de los cambios de rumbo de
Vivas. Ante quienes hace una semana dijeron en Asamblea que
la reestructuración era un compendio de bondades
irrenunciable, ahora sin temor al desgaste de poner en juego
su credibilidad, secundan los nuevos postulados del Gobierno
sin la mas mínima crítica. Quienes dijeron a sus compañeros
trabajadores (afiliados y delegados) que no hicieran caso de
lo que se decía, son ahora los primeros en hacer a pie
juntillas lo que les dice Juan Vivas, tras reunirse con
Aróstegui.
El encanto de Vivas ha debido de ser verdaderamente seductor
para los sindicatos, que llevados por el “sex-appeale” de
asegurar el empleo han concedido un apoyo incondicional a un
presidente locuaz como él sólo, dialogante único y verdadero
artífice de decir hoy una cosa y con el mismo argumento,
mañana decir la contraria. Algo se le está pegando de Juan
Luis Aróstegui, de tanto “manosear” -como diría Carracao-,
esos acuerdos secretos, donde ambos parecen protagonistas de
aquél chiste del dentista y el enfermo en el momento de la
extracción de una muela cuando el paciente se aferra a las
partes pudendas del doctor y le dice: “¿Verdad que ninguno
nos vamos a hacer daño?” Así deberán pensar Vivas y
Aróstegui con ese idilio político que todos conocen y pocos
se atreven a divulgar.
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