Me siento ante el televisor
dispuesto a ver el Atlético de Madrid-Barcelona, hecho a la
idea de que los dos mejores equipos de la primera vuelta que
va a finalizar, me harán disfrutar de lo lindo. Lo justo
como para olvidarme del caos que reina actualmente en la
vida política española. Fiasco de partido. QEl atlético no
es que sea un equipo exquisito manejando el balón. Ni lo ha
sido ni lo será. Ni falta que le hace. Sobre todo cuando le
ha venido bastando y sobrando en los últimos tiempos con
saber sus futbolistas a qué juegan y a no salirse de las
normas dictadas por su entrenador. Que es el verdadero líder
de conjunto colchonero. Y a fe que los resultados hacen que
Simeone sea uno de los técnicos más valorado en el
panorama futbolístico internacional.
Los jugadores del atleti se suelen emplear siempre con una
dureza rayana en lo punible. Y en no pocas ocasiones se
pasan de los límites establecido por el Reglamento. Pero
cuentan con un factor primordial, que años atrás no tenían:
los árbitros se han sumado con alegría manifiesta a ese
resurgir de “El Pupas” y hacen la vista gorda ante las
entradas “viriles” de tipos como Godín, Gabi, Koke y,
por supuesto, del aguerrido Diego Costa. ¿Por qué los
árbitros han venido ayudando al conjunto rojiblanco? Porque
ya era hora de que la Liga española no fuera cosa de dos. E
incluso que a veces el Madrid se distanciara del Barcelona o
éste de su rival y entonces el interés del Campeonato sólo
radicaba en ver qué equipos descendían o qué otros lograban
jugar en Europa.
Los futbolistas del Barça llegaron al Manzanares sabiendo
sobradamente que iban a enfrentarse a un equipo que no gana
los partidos repartiendo peladillas. Y su entrenador, que
sabe cómo se las gastan los equipos de su paisano Simeone,
decidió que el mejor remedio era evitarle los peores
momentos a sus dos estrellas principales: Messi y
Neymar. Esperanzado de que en el fragor de la lucha de
los primeros 45 minutos el equipo local pudiera haberse
cargado de tarjetas o bien se hubiera quedado con diez. Pero
no contó con que el árbitro era un tal Mateo Lahoz:
al que parece gustarle el fútbol al estilo del que jugaba
aquel Belauste, vasco él y que, cada dos por tres,
pedía el balón de esta guisa: “¡A mí que los arrollo!”.
Arrollado fue muy pronto Iniesta. Y su cara, de
natural nívea, se puso pálida tras recibir estopa por lo
bajinis. Lo que hizo cundir la alarma entre los suyos. Así,
Pedro se fue diluyendo como el bravo de Alexis.
Momentos en los que cobraron también Alves,
Busquets y hasta Mascherano que pasaba por allí.
Mientras que Xavi, viendo lo que veía, se abstenía
muy bien de hacerse el machote en día poco apropiado para
sacar pecho.
Primera parte para olvidar y todas las esperanzas puestas en
que, tras el descanso, el atleti pudiera dar tres pases
seguidos y Simeone decidiera prescindir de Villa que
no deja de ser un futbolista más que venido a menos. Del
Barcelona se esperaba que Messi y Neymar salieran a escena
para darle matarile a unos rivales que habían corrido tanto
detrás de la pelota que seguramente darían muestras de
cansancio. Nada de ello sucedió: porque Messi y Neymar se
limitaron nada más que a dejar pinceladas de su clase. Y fue
precisamente cuando los locales, con la participación de
Raúl García y el despertar de Turan, combinaron mejor y
se hicieron ilusiones de ganar. En fin, empate a cero.
Resultado que, en esta ocasión, es fiel reflejo del escaso
juego exhibido por Atlético y Barcelona. En rigor, debo
decir que me divertí mucho más oyendo largar al juez
Elpidio José Silva en la Sexta, poco tiempo
después de haber concluido el partido entre dos equipos que
han sumado ya 51 puntos. Y ya, aprovechando la ocasión, no
tengo el menor inconveniente en proclamar que el discurso de
Silva está ganando adeptos a cada paso.
¿Excéntrico, dice usted? Lo que dice el juez Silva son
verdades como puños. A las que hay que prestarles suma
atención.
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