Son tres términos que vienen muy
unidos en la fiesta de los Reyes, aunque para muchos, es
posible, que nada tengan que ver, por lo que trataré de
relacionarlos, muy especialmente, al haber visto alguna de
las cabalgatas de la tarde-noche de este pasado domingo.
Y es que, recuerdo que cuando era pequeño, en más de una
ocasión oí decir que aquellos que no se habían portado bien,
que no habían sacado buenas notas o que no habían hecho lo
que se les mandaba, iban a recibir carbón de los Reyes
Magos.
El carbón, pues, se veía como algo nefasto, más por su vista
que por lo que podría ayudar a calentarse, al menos en mi
tierra, en una época como esta de los primeros días de
enero.
A mí, debo decirlo desde ahora, jamás me trajeron carbón los
Magos de Oriente, pero igualmente tengo que decir que nunca
fueron excesivamente generosos conmigo, no sé si porque mi
casa no tenía unas ventanas adecuadas para que pudieran
entrar los Reyes por ellas o porque no sabían realmente
donde vivía.
Sea como sea, siempre me conformé con lo que traían, porque
a otros vecinos míos les pasaba casi lo mismo, en aquellos
años del comienzo de los 50 del pasado siglo.
Hoy, el carbón casi no se usa ya, y bastantes problemas
tienen los mineros como para tener que sacar una parte
gratis para que los Reyes Magos se lo vayan a llevar a “los
nenes que no han sido obedientes”.
Ahora, pues, abundan otras cosas, muchos juguetes de esos
que los chavales saben manejar mucho mejor que quienes ya
con los años no somos capaces de poner en marcha.
Hoy, además, lo que abunda mucho son las golosinas,
especialmente los caramelos, que se van tirando a lo largo
de todas las cabalgatas y que en algún momento, por ese afán
de querer coger más, ha traído accidentes, alguno de ellos
con consecuencias irreparables, por el simple hecho de haber
intentado hacerse con un caramelo más.
Y como aquello que es regalado siempre parece poco, hay
quienes tratan de hacerse con el mayor número posible de eso
que nos dan, y además, sea por el método que sea, a base de
empujones, de atropellos a las propias carrozas, desde las
que se van repartiendo, o utilizando de una manera
vergonzosa los paraguas abiertos, pero al revés, para que
así caigan cuantos más mejor.
En la tarde-noche del domingo me parecía que la cabalgata
organizada desde el Ayuntamiento, por el correspondiente
departamento, estaba transcurriendo con total normalidad y
con una organización perfecta.
Yo veía desde casa esta cabalgata y, debo decir que, me
entretenía hasta que me di cuenta de que no una, ni dos,
sino muchas personas estaban utilizando sus paraguas para
hacer una buena recogida de los caramelos que se iban
tirando desde las carrozas.
Y no eran niños, posiblemente tampoco debían ser los más
necesitados, sino los más deseosos de hacerse con lo que se
iba repartiendo desde las carrozas.
Llegados a este punto, uno tiene que sentir vergüenza ajena
de tantos como salen a la calle, no en busca de aquello que
les pertenece, sino de aquello que se está repartiendo para
todos los chiquillos que van ilusionados a esperar a los
Reyes Magos para ver si les dejan a ellos algo.
Lo de los paraguas vueltos debe servir de punto de partida
para cuando, de aquí a dos meses, llegue la “mejilloná”
tengan buena vista y no permitan a los de siempre que se
lleven medio saco de esos mejillones, pongamos por caso.
|