La discusión sobre Monarquía o
República viene de muy lejos. A veces se adormece un poco la
polémica, pero no se momifica, sino que reaparece como la
sangre de Pantaleón. Lo que resulta también verdadero es que
los monárquicos y republicanos son gentes de varias castas.
Pruebas evidentes dieron en diferentes épocas de la vida
española. Las que uno no desea recordar hoy.
Ahora bien, no tenemos más remedio que recordar la Historia
y saber lo que pasó en las dos Repúblicas anteriores.
Ninguno de sus presidentes, como jefes de Estado, llegó a
cumplir su mandato, y fueron exactamente seis: cuatro en la
primera y dos en la segunda. Y todo esto fue porque desde el
Estado se hacía política, y no se hacía sociedad. Aquellos
seis grandes personajes eran políticos ilustres, pero
combatientes natos de la política.
En cambio, un rey constitucional aparece fuera del
territorio de la política, no sufre desgaste y preserva la
continuidad. Los reyes que no cumplieron con este cometido,
es decir, los que decidieron tener y ejercer poderes
políticos, fueron destronados: Isabel II y Alfonso XIII.
Lo sustantivo es la democracia, y la Monarquía no es otra
cosa que una forma de Estado. Esto lo sabe perfectamente
don Juan Carlos y por eso llevamos, sin quebradura,
tantos años de Monarquía parlamentaria.
No obstante, como no podía ser de otra manera, un Rey
constitucional tiene también derecho a tener opinión. De ahí
que hable cada dos por tres con el presidente del Gobierno,
y que reciba a ministros, a ciudadanos encumbrados, con el
fin de conversar. Lo que sucede en una democracia con un Rey
es que el Jefe del Estado está obligado a ejercitar la
prudencia, y lo que aparece establecido en la Constitución.
Don Juan Carlos, conviene recordar que sería el rey, por su
astucia y sagacidad durante el franquismo, que fue el que lo
llevó al Trono, ha venido ejerciendo como Jefe de Estado con
gran reconocimiento por parte de casi todos los españoles.
Hasta que principiaron a saberse sus meteduras de pata y su
inclinación a frecuentar amistades peligrosas, que
consiguieron ponerlo en evidencias. Las mismas que son más
que conocidas.
Así, cuando el Rey ha cumplido 76 años, y sale a la palestra
avejentado, y renqueando por mor de las muchas operaciones a
las que ha sido sometido en los últimos tiempos, dubitativo
en el decir, y afligido por culpa de que un yerno le salió
extravagante y otro que metió la mano donde no debía, cunde
el desencanto y se vuelve a hablar de lo conveniente que
sería una República, o bien de su abdicación a favor del
príncipe Felipe. De quien se tiene la certeza de que está
tan preparado como dispuesto a ejercer de Monarca
constitucional con todas las garantías.
El Rey parece ser que no quiere ni oír hablar de su
abdicación. Y, como buen Borbón, en cuanto siente la más
leve mejoría hace incluso chascarrillos de sus operaciones,
que ya no cuelan en un momento donde los españoles han
perdido hasta el sentido del humor. Normal, con la que está
cayendo. Amén de que se ha ido gastando con el paso de los
años.
Aun así, pensar que lo mejor para España es una República me
parece respetable, como cualquier otra idea política, pero
asimismo creo que es ofrecerle al demonio otra oportunidad
hecha a su medida. Ya que el mero hecho de saber que
podríamos tener un Jefe de Estado, elegido por votación
popular, del mismo corte que Zapatero o Rajoy,
me produce tiritera.
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