Un movimiento semejante sólo puede
surgir en el seno de la tercera clase de la sociedad, al
pequeña burguesía que, en la sociedad capitalista, existe al
lado del proletariado y de la burguesía cuando la pequeña
burguesía se ve tan duramente afectada por la crisis
estructural del capitalismo maduro y se sumerge en la
desesperación (inflación, quiebra, para masivo, pérdida de
licenciados y empleados técnicos, etc.). Entonces, al menos
en una parte de esta clase, surge un movimiento típicamente
pequeño-burgués, mezcla de reminiscencias ideológicas y de
resentimiento psicológico, que alía a un nacionalismo
extremo y a una violenta demagogia anticapitalista, al menos
verbal, una profunda hostilidad con respecto al movimiento
obrero organizado (“ni marxismo, ni comunismo”)”. El
fascismo. Ernest Mandel, 1969.
Por internet anda circulando estos días un audio del
periodista catalán Javier Cárdenas en el que muestra su
malestar y disconformidad ante el tratamiento que los medios
catalanes ofrecen del debate sobre el derecho de
autodeterminación. Reconozco que comparto las primeras
afirmaciones del antiguo buscador de frikis de “Crónicas
Marcianas”. Cárdenas comienza atacando a Artur Mas,
desmontando el discurso del Presidente de la Generalitat
consistente en el eslogan “España nos roba”, haciendo ver
que las políticas de Mas no son distintas a las de Rajoy.
Ambos recortan, ambos gobiernan en favor de los poderosos,
ambos representan a lo que en la izquierda siempre hemos
conocido como “burguesía”, es decir, ambos están en contra
de los intereses la mayoría social, sea esta española,
catalana o de Pekín. Hasta aquí estoy de acuerdo. Lo malo
viene después, cuando el periodista utiliza esta realidad
incuestionable para, por un lado, negar el derecho a decidir
de los catalanes y, por otro, hacer campaña en favor de
Albert Rivera. Ahí lo siento mucho, pero los que de verdad
estamos con los de abajo debemos distanciarnos del mensaje
de Cárdenas.
Albert Rivera es el líder del partido catalán y nacionalista
español Ciutadans (ciudadanos) y precursor del “Movimiento
ciudadano”, una especie de extrapolación de los ideales de
su partido al conjunto del estado. Rivera es, sin duda, un
político notable. Es joven, tiene buena planta, está formado
y tiene labia. Es el yerno perfecto. Cada vez que habla,
cientos de madres afirman: “este muchacho me gusta mucho”.
Es normal. El discurso de Rivera es un discurso fácil de
oír. ¿Por qué? Pues porque no dice nada. Rivera, al igual
que Rosa Díez y UpyD, aprovecha la mala imagen de la
política para presentarse a sí mismo como no político. Su
mensaje, resumido, sería algo así: “las ideologías son
malas. No hay izquierda ni derecha, sino honrados y no
honrados. Todos remamos en el mismo barco, todos somos
españoles”. Albert Rivera y su movimiento dibujan una
realidad inexistente. Sí que existen las ideologías y no
todos vamos en el mismo barco. Y aunque pretenda negarlo, no
todos los habitantes del estado se sienten españoles.
Gustará o no, pero es así. La vida no es como la pinta
Campofrío.
El hecho de no identificarse con ningún bando, de no
“significarse”, responde al objetivo de intentar sacar votos
de todos lados, algo que sólo es posible engañando al vulgo.
Ya se sabe que cuando un obrero y un banquero votan al mismo
partido uno de los dos se equivoca...y nunca es el banquero.
Los partidos políticos existen para representar a sectores
de la sociedad. Si no hubiera clases sociales con intereses
diferenciados no tendría sentido el régimen pluripartidista.
Decir que lo que nos une es nuestra nacionalidad no es más
que apelar a un hecho insustancial, abstracto, algo que no
nos define en absoluto, que no define nuestro papel en la
sociedad, en el proceso de producción y creación de riqueza.
Buscar unir a los diferentes es negar las diferencias, no
solucionarlas, y negar las ideologías es, básicamente,
asumir una ideología conservadora. Cuando negamos la
ideología reconocemos que aquello que debe guiar la vida en
sociedad no son unos valores (ideología) sino un ente
“apolítico”. Cuando negamos la ideología política abrazamos
la ideología del mercado. Eso es Albert Rivera: españolismo
y totalitarismo de mercado escondidos tras un discurso
atractivo, diseñado para atraer el descontento de las clases
medias y ponerlo al servicio del capital. ¿Es nueva esta
estrategia del poder? No, ya la conocimos en los años 30.
Entonces, vimos su cara más brutal, autoritaria y criminal.
Se llamó fascismo.
Cuando alguien piensa en fascismo, es probable que lo que
invada su mente sea alguna imagen de Benito Mussolini o
Adolf Hitler con el brazo en alto. Sin duda, el fascismo
tiene sus iconos y sus rituales, pero para comprenderlo
debemos ir al fondo, a su razón de ser, al motivo de su
nacimiento. Debemos alejarnos de los orangutanes que asaltan
librerías y se afeitan la cabeza. El fascismo, en esencia,
es un proyecto de clase que surge siempre en los momentos de
crisis, cuyo objetivo no es otro que el de preservar los
intereses del gran capital.
En las crisis de régimen, la gente necesita discursos
nuevos. El poder lo sabe y por eso echa mano de movimientos
fascistas. El fascismo adopta un lenguaje atractivo y
adaptado a los tiempos, pero siempre teñido de antiobrerismo,
de odio hacia las ideologías, de odio hacia la política y
los movimientos que de verdad cuestionan el orden
establecido. Albert Rivera no es un fascista, pero sí que
ofrece un discurso con rasgos fascistas, con esencia
fascista en última instancia. No duda en condenar todo acto
“ilegal”, equiparando legalidad a legitimidad. No apoya los
actos del SAT, ni los escraches, ni a los que se ponen
delante de la policía para frenar desahucios. No critica al
sistema, sino los “excesos” del sistema, defendiendo la
legalidad injusta de los poderosos, haciendo creer a los de
abajo que el problema son los asesores, los coches oficiales
o el senado. No habla de la deuda injusta e impagable que
nos condena, ni de reforma fiscal, ni de derechos laborales,
ni de nacionalizaciones de los sectores estratégicos de la
economía. No ofrece soluciones para los de abajo, sino
estabilidad para los de arriba.
La derecha está encantada con él. En Intereconomía le hacen
la ola y periódicos conservadores hacen campaña a su favor.
Saben que no es alguien que represente un problema para la
preservación de sus privilegios, sino todo lo contrario:
saben que, como el fascismo en los años 30, hoy son Rivera y
UpyD las opciones que, de romperse el régimen bipartidista
del 78, mantendrán todo atado y bien atado. Como bien
señalaba en octubre el sociólogo Jorge Moruno en su artículo
“Los nuevos dinosaurios, el movimiento del primo de Rivera”,
“la puesta en escena del Movimiento Ciudadano busca mostrar
mesura y concordia rechazando el desacuerdo y el conflicto,
abrazando el consenso y la unión. El conflicto no es
agradable, es mejor pensar en positivo, negar la realidad y
unirnos todos sin discutir que unos pocos viven a costa del
tiempo y esfuerzo de muchos”. Señoras, que no se la peguen.
Ni Intereconomía ni Cárdenas.
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