Los tres sabios de oriente que fueron guiados por una
estrella hasta el pesebre de Belén, eran verdaderos
buscadores de Dios y por eso pueden ser un buen ejemplo para
cada buscador de Dios en nuestros días. Pero ¿qué podemos
nosotros aprender de ellos? Quizás su añoranza hacia Dios,
su añoranza por la sabiduría divina. Entonces deberíamos
preguntarnos ¿estamos también nosotros tal como ellos
sedientos de la verdad y de la paz?, ¿estamos también
nosotros tal como ellos sedientos del amor de Dios y de la
unidad? Si en verdad lo estamos, sentiremos que Dios está
presente y si cumplimos Sus Mandamientos nos iremos
convirtiendo poco a poco en sabios.
Aunque el que hayamos hecho una tradición de la visita de
los tres Sabios de oriente al pesebre de Belén, refleje en
nosotros algo de la añoranza por la sabiduría que estos
astrólogos buscadores de Dios tenían. Sin embargo cuando uno
se hace presente en lo que se ha convertido el negocio de
los Reyes Magos, descubre que esta añoranza se ha volcado
totalmente en algo externo, incluso en todo lo contrario.
Las personas en general nos hemos vuelto distraídas y
desviamos nuestra atención del mensaje central que
transmitieron los sabios de oriente y que no era otro que el
seguir la luz. Ellos querían mostrar a las personas que si
nos abrimos a la fuerza redentora, a la fuerza del Cristo de
Dios, entenderemos poco a poco lo que significa desarrollar
en nosotros mismos Belén, o encontrar Belén en nosotros
mismos, es decir desarrollar en uno mismo el Reino de Dios.
Los Sabios de oriente tenían comunicación con la luz eterna
en sí, tenían comunicación con el Reino de Dios que palpita
en la profundidad del fondo del alma y se les apareció una
estrella que brillaba cada vez más fuerte y la siguieron. La
estrella de Belén sigue brillando para nosotros en la
actualidad y nos marca el camino de salida de una
cristiandad exteriorizada, que apenas sabe algo sobre la
profundidad, sobre la verdad en torno al gran suceso
acontecido en Belén. Y al igual que la estrella de Belén
iluminó a los sabios, así nos ilumina también hoy. En un
mensaje dado desde el infinito dado a través de Gabriele, la
profeta y mensajera de Dios para nuestros tiempo en 1984,
pudimos escuchar lo siguiente: «Hijos Míos, la estrella de
Belén brilla de nuevo. Bienaventurado aquel que la vea en su
interior. Venid, volveos nuevos en Mí, purificad vuestras
almas. Seguid el camino de la paz y de la gloria para que
podáis tomar desde la verdad eterna y podáis dar a todos
aquellos que todavía hoy no han entendido que he venido de
nuevo al mundo en la palabra y en los hechos. Dios es amor y
el amor esta muy cerca de cada uno de vosotros. El amor y la
misericordia es igual al nacimiento que tiene lugar en cada
alma. Quien nazca en el amor, en el reino interno reconoce
el gran tiempo, el nuevo tiempo.»
Hoy también nosotros podemos seguir a la estrella de Belén.
La luz redentora que irradia en nosotros, en nuestra alma,
es igual a la estrella de Belén e ilumina el camino al Reino
de Dios, hacia nuestro verdadero hogar eterno. Ayer y hoy se
puede seguir esa estrella hasta la casa del Padre a través
de Cristo, si cumplimos paso a paso los Mandamientos de
Dios, que nos dio el Eterno por medio de Moisés.
Si hacemos lo que nos enseñó Jesús en El Sermón de la
Montaña sentiremos en nosotros la estrella, sentiremos la
luz. Nuestra alma se volverá más luminosa, las células de
nuestro cuerpo más claras. Estaremos más contentos, más
felices, más alegres y aprenderemos a rezar de corazón.
Rezaremos y sentiremos que debemos cumplir nuestras
oraciones. Y si lo hacemos sentiremos que vamos tomados de
la mano de la poderosa estrella de Belén, de la mano de
Jesús, el Cristo, quien se convirtió en nuestro Redentor y
que es el Camino, la verdad y la vida. El, Jesús el Cristo,
es el camino a la casa del Padre. El es la resurrección y la
paz. Podemos resucitar en El si hacemos brillar la estrella
de Belén en nosotros mismos.
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