Llevamos ya unos días desde que,
el año 2013 expirara con más penas que gloria para la gente
de bien. Pero no he sido el que lo haya despedido con un
corte de mangas, ni tampoco lo he mandado a tomar viento
fresco. Porque es simplemente un guarismo más, pero con unas
connotaciones especiales al finalizar con el numero 13,
porque los hados de la sublimidad del mal fario, procuraron
que muchos le cogieran tirria.
Significativo es para mí que, al ir siempre con el paso
contrario que la maraña borreguil, el 13 es uno de mis
números favoritos. Por lo que, no me importó lo más mínimo,
contraer matrimonio en un martes y 13 de la década de
Matusalén. Y así me fue, porque aún me escuece la dote que
tuve que pagar por llevarme a “Sor Alegría”. Por lo que,
desde aquellos tiempos y hasta hoy, una sola vez pasé por el
altar nada más Santo Tomás, porque “gato escaldado del agua
fría huye”. Aunque, nunca se ha de decir “de esta agua no he
de beber, ni este cura no es mi padre”.
Desde entonces, por si acaso, junteritas decentes y que
duren lo que deban de durar. Porque lo que no puede ser, no
puede ser porque es imposible, al no haber movido papeles
para pedir la anulación matrimonial al Tribunal de la Rota.
Al desear permanecer en los ficheros de la Iglesia, por si
el PP restaura en España el Tribunal de la Inquisición, para
que me tengan totalmente controlado, por si me tienen que
ajustar las cuentas por mis divorcios con los políticos, con
la Iglesia y con otros linces y entes...
La cuestión es que, me he ido por los Cerros de Úbeda. Pero
todo tiene un por qué, porque un mal día lo tiene
cualquiera. Y el 1º de enero de 2014 pudo ser el primero
malo mío del año. Porque nada más despertarme me percaté al
vestirme que me había puesto una camisetilla de estar en
casa al revés.
Zas, cavilé de inmediato, he comenzado el año con mal pie, y
ya me está dando yuyo pensar si llegaré a tomarme las uvas
en España o las lentejas en Italia el fin del año próximo.
Pero como en todas mis acciones debe existir una reacción.
Por si acaso, a pesar de no ser exageradamente
supersticioso, hice inmediatamente después lo que en cada
inicio de año. Siendo una de ellas, escuchar a través de
televisión el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de
Viena, siendo dirigido en esta edición y por segunda vez en
la triunfal carrera del director Daniel Barenboim.
Gocé y retocé “más que un cochino en un charco” por aquello
de que “la música amansa a las fieras”. Y porque casi
siempre “la cabra tira al monte”, ya que los cursos de
solfeo que estudié, siendo un crío, en el Conservatorio
Manuel de Falla de Cádiz, me han servido de algo, al menos,
para seguir gustándome esos ruidos acompasados en las
diferentes escalas y pentagramas.
¡Qué maravilla!, porque algunas de las piezas tocadas por la
legendaria filarmónica vienés en este concierto de 2014, las
interpreté de pequeño haciendo sonar mi clarinete con la
banda de música existente en Algeciras y posteriormente en
la Principal de Hospitalet de Llobregat por los años
sesenta.
Por ello, a pesar de que desde hace años no tenga ya buen
oído al sufrir frecuentes otitis, como consecuencia de los
estridentes ruidos procedentes de los bárbaros napoleónicos
contemporáneos de la política nacional española y de su
vana, hueca e insubstancial sociedad palanganera. Es obvio
que, poseo aún deleites culturales y artísticos hacia el
concierto descrito o hacia poemas de mis maestros Miguel
Hernández, Lorca o Machado.
Otras de mis costumbres tradicionales al inicio de cada año,
es acudir a la playa de El Rinconcillo. Y dependiendo de la
climatología reinante o de lo contaminada que esté el agua,
me he pegado un baño o me he mojado los pies, porque la mar
es mi principal fuente de energías, al ser de donde
procedemos. En esta ocasión, un conocido al verme me dijo
que me bañara como en otras ocasiones. Contestándole que no
estaba para baños, porque tenía el cuerpo destemplado con
las nuevas subidas del recibo de la luz, de los peajes de
autopistas, transportes, medicamentos...
Posteriormente, una vez que me secaron los pies, no como a
Poncio Pilatos, acudí al cementerio viejo de Algeciras, y en
el monolito que le inauguramos hace unos años a los
republicanos vilmente fusilados en la tapia del campo santo,
por defender la democracia y la libertad. Deposité en sus
memorias dos claveles rojos… deseándoles paz eterna. No
teniendo duda alguna que, llegará el día en que se les rinda
la justicia y los honores que se merecen, a pesar de las
cortapisas de anteriores y de este Gobierno de la España
borbónica, constitucional y autonómica, con sus farragazos
embrollos de los dictados del Espíritu Nacional.
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