Conversando con uno de los hombres
más cultos que hay en esta ciudad, no hace mucho, hablamos
de la importancia de conocer la calle y de la necesidad de
transitarla, por razones obvias. Y, cuando habíamos
dialogado unos minutos al respecto, a mí no sé por qué se me
ocurrió decirle que tampoco nos conviene echar en saco roto
la mucha importancia que tiene, desde el punto de vista de
la salud y de la higiene, el dormir.
Y mi interlocutor respondió preguntando:
-¿Eres tú de los que crees que dormir es más importante que
comer, o que la satisfacción de cualquier otra necesidad
física?
-Pues sí…, le dije. Aunque como decía el poeta, esto, claro,
no se le puede decir a una señora porque las señoras los
quieren, a veces, despiertos. Y es que el ansia de dormir lo
vence todo.
En mi caso, cuando duermo las horas necesarias me siento
mejor en todos los sentidos. Si duermo poco y
desordenadamente, se hace presente la fatiga, el malestar
físico, la inflamación de las venas me puede llevar a
cometer acciones insensatas, a mostrar un lenguaje
desprovisto de medida, a establecer juicios más gratuitos de
lo que suelen los juicios habituales y humanos. En suma, que
dormir bien es principalísimo para mí. Y no tengo el menor
inconveniente en hacerle el artículo.
De los grandes seductores se ha dicho siempre que tienen una
facilidad asombrosa para dormirse en cualquier sitio. Uno de
ellos fue Napoleón. De él se ha escrito que
aprovechaba cualquier momento para beneficiarse de la
protección de Morfeo.
Por cierto, hablando de Napoleón, permítanme decirles que
nuestro alcalde es rendido admirador del generalísimo
francés. Y que quienes sabemos de su fascinación no pocas
veces hemos apreciado en él gestos y tiques calcados a quien
fue en su momento el dueño de casi toda Europa Central y
Occidental.
Me imagino que nuestro alcalde, como ferviente admirador de
tan grande hombre, sabrá perfectamente que la razón
principal del poder de atracción de NB consistía en esto:
que los hombres estaban seguros de conseguir sus fines
guiados por él. Por esto se le adhirieron, como se adhieren
a aquel que les infunde una creencia análoga.
Nuestro alcalde lleva doce años disfrutando de un poder
absoluto, debido a que así lo han querido los ciudadanos por
medio de su voto. Y ese veredicto es inapelable. No
obstante, existe la creencia de que nuestro napoleón de
andar por casa está perdiendo credibilidad a chorros. Que la
desconfianza en su modo de obrar no cesa. Que cada vez
cuenta con menos adhesiones. Y que la gente lleva mucho
tiempo preguntándose dónde coño está su encanto, y cómo es
posible que se le vayan acumulando los fracasos.
En ocasiones, he oído decir también que nuestro alcalde ya
no genera entusiasmo ni entre los suyos, pero que va a ser
muy difícil desalojarlo del poder. Y, desde luego, se habla
de su manifiesto y perenne malhumor y de estar
permanentemente viendo enemigos por todos los rincones. Así
que no me sorprendería que cualquier día me dijeran que
hasta se ha sometido a los consejos de cualquier rasputín de
andar por casa. Algo que vuelve a estar de moda entre los
gobernantes.
Y mi respuesta ha sido siempre la misma: nuestro alcalde
tendría que dormir mucho. Muchísimo. Tanto o más que su
admirado Napoleón Bonaparte. Aunque haya señoras que se lo
critiquen. Y, mediante sueños reparadores, seguramente
volverá a seducir.
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