Vengo leyendo con enorme interés
todo lo que este periódico está publicando acerca de la
reorganización de las empresas municipales. Interés
acompañado de algo tan esencial como es el de ponerme en el
lugar de los empleados. Por tener la certeza de que han de
estar pasándolo mal. Muy mal. Porque no hay cosa peor que
vivir con dudas… Y sobra decir que son producidas por no
saber en qué medida les afectará la reforma reseñada.
De las empresas municipales, no hay nadie que sepa más que
Juan Vivas. Por haber sido el promotor de casi todas
ellas en el decenio 1980-90. Además de hacerles ver a los
políticos de aquella década la necesidad imperiosa que
tenían de fomentarlas para revitalizar una Administración
Local que, según él, se había quedado añeja y desmotivada
por el envejecimiento de una gran parte de funcionarios que
actuaban ya rutinariamente.
Los políticos de aquella época comían en la mano de JV. Su
dominio sobre ellos era archiconocido. Había conseguido, en
muy poco tiempo, metérselos a todos en el bolsillo. Mediante
fórmula tan sencilla como infalible: los conquistó con la
vitola de hombre corriente, cercano, humilde y cuya única
aspiración consistía en ayudarlos, en la medida de sus
modestas posibilidades, para conseguir que Ceuta se
convirtiera en la gran ciudad que todos deseaban.
Con semejante discurso, revestido de visajes y gestos
dóciles como las aguas mansas, aquellos políticos salían de
la reunión con Vivas convencidos de que habían hablado con
alguien especial. Con un funcionario dotado de tanto
talento, bondad y ganas de sacrificarse por su pueblo, como
para hacer más llevadera, en todos los sentidos, su tarea
política. Y, claro, las alabanzas eran tantas y tan
seguidas, que de ellas supo mucha gente. Yo fui testigo
muchas veces, por estar en sitio apropiado, de cómo los
políticos se ufanaban de visitar a JV en su despacho y, por
supuesto, de salir de él habiendo conseguido las mejores
enseñanzas para hacer posible que el clientelismo pudiera
mantenerse en plena ebullición.
Entonces, en los años ochenta y noventa, nada se hacía en el
Ayuntamiento sin la bendición de Vivas. Mejor dicho, a fin
de evitar que me llamen exagerado, diré que casi nada. Vivas
hacía y deshacía de modo y manera que su asesoramiento era
considerado palabra de sabio. Ya que siempre hallaba la
solución apropiada para que los políticos pudieran quedar
bien ante sus clientes o para mantener sus particulares
intereses… Y qué decir del nepotismo.
Muchos fueron los políticos que se aprovecharon de lo que
llamaban conocimientos burocráticos del funcionario
corriente, sencillo, cercano y humilde. De entre ellos, he
decidido elegir a Juan Luis Aróstegui, porque hace
nada le he leído un artículo sobre la reforma de las
empresas municipales y en el que, amén de explicar todas las
circunstancias concurrentes en asunto tan complejo, no se ha
cortado lo más mínimo en denunciar que el enchufismo en
dichas empresas ha sido “una seña de identidad de los
Gobiernos de Juan Vivas”.
A renglón seguido, surge la mala conciencia de Juan Luis:
“Es verdad que esa práctica no es exclusiva de Vivas. Pues
parece un mal endémico de la Ciudad”. Le ha faltado decir
también el nombre del político que alardeaba de enchufar a
los suyos mediante el envío de un simple fax. Jactancia
innecesaria que se le atribuye a Aróstegui en el despacho de
nuestro alcalde. Sea como fuere, se impone que los empleados
sigan en sus puestos.
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