Amigos y conocidos me siguen
llamando durante estas fiestas en las que, desde hace un
porrón de años, yo suelo enclaustrarme en mi casa, tras
caminar muy de mañana. Amén de que las suelo aprovechar para
leer en los ratos que dejo de escribir.
Este año, una vez más, cohetes, petardos, bengalas y demás
artilugios explosivos me han crispado los nervios y me han
hecho despotricar contra quienes han dado en la manía de
celebrar todo lo que la Navidad representa para los
cristianos.
Sí, ya sé que ayer critiqué el lanzamiento de cohetes:
cilindros con pólvora y un palito para joder al prójimo.
Pero, cuando lo hice, aún no sabía que había ardido un
edificio en Bilbao. Y el lanzamiento de una bengala aparece
como principal provocación del fuego que ha dejado sin
viviendas a cuarenta familias.
Lo cual significa que la dejadez que vienen haciendo las
autoridades de semejante problema es demostración palpable
de que nuestros gobernantes viven en otro mundo. A nuestros
políticos, en cambio, como me dice uno de los amigos por
teléfono, lo que les interesa es durar, permanecer,
perpetuarse en el poder. Poder para superar los avatares de
la historia y seguir siempre ahí como el dinosaurio de
Monterroso al despertar, sucediéndose así mismo.
Yo podría haberle respondido que tenemos la democracia. De
bondad intrínseca. A la que todos sus vicios les son
perdonados porque es una atenuación del poder, un poder
mitigado por contrapesos y límites que alcanza su momento de
gloria en la alternancia.
Aunque no quise adentrarme por esa senda, ya que mi
interlocutor es acérrimo defensor de nuestro alcalde y en un
santiamén, porque es inteligente, hubiera captado mi
mensaje. Y no habría dudado en decirme, como tantas otras
veces, que la tengo tomada con él. Por lo que aprovecho
cualquier circunstancia para zurrarle la badana.
Y, claro, me abstuve, como digo, de decirle que para los
malos políticos, o a los que viven pendientes de permanecer
en el poder hasta el final de sus días, lo mejor es acudir a
las urnas dispuestos a decirles que nones. Que ha llegado la
hora de que abandonen su cargo. Que no es bueno para nadie
que un señor, por ejemplo, que lleva doce años gobernando la
ciudad esté convencido de que debe continuar muchos más
sentando en la poltrona. Por más que sus corifeos vayan
propalando que después de él, el diluvio. Como si fuera la
viva imagen de un redivivo Luis XV.
Y me refrené –repito- porque, días antes de principiar las
fiestas navideñas, se me ocurrió exponer lo mismo en un
corrillo y hubo un momento en que las miradas de sus
componentes parecían estiletes dispuestos a tomarse cumplida
venganza por mi osadía. Así las cosas, y antes de que
cualquiera me recuerde que no hay otra cosa más aceptable
que la democracia, porque las dictaduras son pastores y
ovejas, yo debo decir que tampoco se debe exagerar en la
proclamación del beneficio y de la pureza de los votos.
Y me explico: si en las dictaduras lucen los déspotas,
tampoco es menos cierto que en la democracia a veces ejercen
también, cuando la soberanía popular llega a las urnas
convencida de que siempre será mejor lo malo conocido… que
lo que ustedes ya saben. Todo un tópico.
En rigor: por más que hoy haya decido dejar a nuestro
alcalde en paz. En vista de que aún estamos en fiestas. Ya
verán ustedes como los hay que piensan todo lo contrario. Ha
gente pa’tó.
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