Tenía pensado escribir contra esa
casta que baja salarios, recorta en derechos sociales y
reprime con brutalidad a la vez que se cuelga medallas
organizando mercadillos solidarios y posando sonriente junto
a alimentos donados a Cruz Roja, pero he decidido que,
aunque de forma diferente a la insultante campaña
publicitaria de los de Campofrío, voy a mandar un mensaje
esperanzador para el año que empieza. Voy a ser positivo, lo
cual no quiere decir que tenga que ser un falsario estafador
duermeconciencias, sino todo lo contrario. Empezaré siendo
duro porque, a diferencia de políticos del régimen y
publicistas a sueldo, no tengo nada que vender ni quiero
ganar votos mintiendo, maquillando una realidad dramática
con falsos brotes verdes, regalando cantos de sirena a una
población paralizada por el miedo y sumergida en la
incertidumbre.
Tanto los diagnósticos de los economistas críticos como la
propia constatación histórica vaticinan que el rumbo tomado
por nuestro Gobierno, consistente en la agudización de las
medidas ya tomadas por el PSOE de Zapatero, no va a servir
para salir de la crisis de una forma beneficiosa para las
mayorías sociales. Las políticas de la mal llamada
austeridad nos conducen a un subdesarrollo fundamentado en
la mano de obra barata, la privatización de los beneficios y
la socialización de las pérdidas y los costes. Se trata de
una reconfiguración basada en el ajuste del sistema por el
eslabón más débil: nosotros.
Somos débiles porque no estamos unidos y no estamos unidos
porque somos muchos. Siempre ha costado aunar a los de
abajo. El pánico a estar peor conduce al inmovilismo y a
tragar con ruedas de molino. Poco a poco nos lo roban todo y
cada día somos menos ciudadanos y más súbditos, pero esto no
tiene por qué ser siempre así, es posible dar un giro y
poner en marcha las alternativas que nos liberen de la
servidumbre y el conformismo que tanto nos perjudican. No,
no voy a soltar patrañas ni estupideces sobre la “marca
España”, ni a decir esa absurdez de que todos los españoles
remamos en el mismo barco. Ese es el lenguaje de los de
arriba, del poder económico que nos ha traído hasta aquí y
que mantiene al poder político a su servicio, aborregando
con vacuos discursos falsamente patrióticos. Es el idioma de
los que nos roban la democracia y utilizan la crisis para
imponer el modelo de sociedad que siempre han deseado . Y yo
no escribo para ellos, sino para la gente decente que de
verdad crea trabajo y riqueza e intenta sacar este país
adelante. Mi compatriota no es el que tiene un DNI español,
sino todo al que esta estafa bautizada como crisis golpea a
diario, ya sea inmigrante o de Vallecas, se sienta español o
nacionalista catalán, sea autónomo, parado, estudiante o
asalariado. Somos los de abajo contra los de arriba, el 99%
que a diario está siendo desposeído contra el 1% cuyos
beneficios suben a costa de la desgracia ajena. Hay que
concienciarse.
Debemos entender que aquellos que pasan de Consejos de
Ministros a Consejos de Administración de grandes empresas
no van a hacer nada por nosotros. Es el pueblo empoderado,
el pueblo en la calle el que produce transformaciones. Ellos
lo saben y por eso criminalizan las manifestaciones y llevan
a cabo leyes represoras. Porque en el fondo nos temen. Nada
hay más peligroso para el poder que un pueblo cabreado y
organizado, la historia lo demuestra.
Nuestros derechos, esos que estamos viendo continuamente
vulnerados, no han sido regalos, sino costosos logros, y
nadie tiene el derecho -valga la redundancia- de
arrebatárnoslos. Los derechos, como los principios, no son
negociables. No podemos seguir impasibles ante el escarnio.
Podemos hacer que las cosas cambien, siempre que queramos
hacerlas cambiar y nos movamos. Nosotros, los de abajo,
somos los que hemos hecho que la sociedad progrese, aun con
la constante obstaculización de ellos, los de arriba.
Logramos el derecho al voto, la igualdad -al menos, sobre el
papel- entre hombres y mujeres, el derecho a un salario
digno, a vacaciones pagadas, a una pensión, a Sanidad y
Educación públicas, etc. Todos estos derechos arrancados de
las garras del poder eran utopías, sueños inalcanzables en
mentes de idealistas románticos de otro mundo. Tenemos que
volver a ser utópicos.
Con unidad y presión podemos lograr una auditoría de la
deuda, mantener los derechos laborales y sociales, perseguir
el fraude fiscal de las grandes fortunas y poner la economía
al servicio de la sociedad. No deben cundir la desesperanza
y el hastío. En este país tenemos antecedentes dignos de
admiración. Fueron los de abajo, con menos armas y
abandonados por la Comunidad Internacional, los que lograron
frenar al fascismo durante tres años mientras que en Europa
se imponía mediante las urnas o sin apenas esfuerzo. Y
fueron los de abajo los que no persistieron durante la
dictadura y continuaron con la lucha por la democracia en la
clandestinidad. Hay que romper con el individualismo,
sencillamente, porque no sirve. Desde un punto de vista
puramente práctico lo más acertado es no ser egoísta y
apostar por la organización. Si queremos que la situación
cambie debemos tener poder, y el poder se consigue siendo
masa. No existen salidas individuales, sino colectivas.
Fuimos fuertes y debemos volver a ser fuertes. Seguimos
siendo la sal de la tierra. Nosotros, los de abajo, aún
podemos asaltar los cielos. Feliz año nuevo.
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