Al 2012, un día como hoy, no tuve
el menor reparo en calificarlo de horrible. Las medidas
tomadas por el Gobierno habían sembrado la alarma y el miedo
generalizado cundía entre los componentes de la clase media
que, de la noche a la mañana, no podían creer que la pobreza
se hubiera instalado de sopetón entre ellos.
Todo comenzó con los despidos. Echando manos las empresas de
los socorridos Ere. Con lo cual el número de parados se iba
incrementando a la par que el pánico se apoderaba de quienes
sabían perfectamente que eran candidatos a ser despedidos.
Luego, principiaron los recortes, y mucha gente vio que el
sueldo no les daba ya para vivir dignamente. Más tarde
aparecieron los desahucios. Y, a partir de semejante
tragedia, llegaba la cruda realidad: los niños volvían a
pasar hambre y los contenedores de basura se veían
frecuentados por familias que no tenían mendrugo que echarse
a la boca. En España, desgraciadamente, la miseria volvía a
hacer de las suyas y hasta hubo personas que decidieron
quitarse la vida. Por sentirse incapaces de soportar un
trance ruinoso.
El panorama ha seguido siendo desolador en 2013: así que
toca decir, aunque haya quien decida enmendarme la plana,
que no sólo no ha habido mejora alguna, sino que el presente
no invita a que uno pueda pensar que pueda producirse, tal y
como anuncian los gobernantes. Fiarse de los gobernantes, si
uno no está dispuesto a tener la fe del carbonero, no
resulta fácil; más aún: resulta imposible. Máxime cuando nos
dicen los jueces decanos, de toda España, reunidos en
Sevilla, fechas atrás, que están desbordados por la
corrupción. Que no dan abasto, y piden, pues, más medios
porque temen incurrir en el pecado de gestionar una Justicia
lenta. Es decir, injusta.
Pero dicen más los decanos jueces: dicen que El Consejo
General del Poder Judicial contabilizó en abril pasado que
los jueces estaban instruyendo 1.661 sumarios de corrupción
política. Y que están necesitados de refuerzos en todos los
sentidos para combatir que el crimen vaya por delante de la
justicia. “Lo que viene ocurriendo en materia de corrupción
política”.
Semejante declaración de los jueces hace que el desprestigio
de los políticos vaya aumentando y que la gente empiece a
creer que es la democracia la generadora de tal
descomposición de una parte fundamental de la sociedad. Por
lo que la corrupción del político debería ser castigada con
más severidad que la de cualquier ciudadano que no ejerza la
política activa
Sin embargo es la democracia, aunque esté repleta de
imperfecciones, la que nos permite castigar en las urnas a
los partidos políticos. Pero cuando nos embarcamos en esa
exigencia que corresponde con la civilización y la cultura,
que es la soberanía popular, no tenemos más remedio que ver
su composición actual en nuestro país: de los treinta y
tantos millones de ciudadanos que votan, solamente diez
están informados para la responsabilidad del protagonismo;
otros diez están informados a medias; y los diez restantes,
carecen de información. Así es la soberanía popular. Y
delante de ella, como bien decía un analista político de
alto copete, hace años, para excitarla y seducirla aparecen
los listos, los embaucadores, los pícaros, algunos
virtuosos, camándulas, también ambiciosos de botín,
desvergonzados, ideólogos de guardarropía, transeúntes de la
barricada al castillo o del periodismo al poder, y así...:
Ajo y agua.
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