Tras las huellas de los Magos de
Oriente, seguimos buscando la luz. Necesitamos reencontrar
el camino de la eternidad. No podemos ceder al desaliento.
Somos ciudadanos en camino. Vivimos en el camino. Somos
hijos del camino. Los anhelos del corazón son tan fuertes
que nos trascienden a horizontes de justicia y paz. Sólo hay
que dejarse elevar con las alas del entusiasmo. El alma no
puede arrugarse, debemos rejuvenecer cada año, aspirar a lo
más níveo, mantener el espíritu de niño, sostener la
esperanza como compañía y edificar mediante el esfuerzo otro
mundo más habitable. Se trata de construir el futuro que nos
pertenece y de cimentar la mística de la donación. Tenemos
que darnos mucho más. No hay héroes en la soledad, las
acciones son conjuntas. Sólo con la unión se vencen los
ocasos. También, únicamente desde la unidad, se abren de par
en par las puertas interiores del ser humano. Necesitamos
querer y sentirnos queridos, transformarnos por el
encuentro, caminar más allá de nuestro propio yo, detenernos
y poder asombrarnos, con ojos nuevos, de tanta belleza
sembrada por los senderos del mundo.
Somos parte de la luz en permanente búsqueda. Imagen de esta
indagación son los Magos de Oriente, guiados por la estrella
hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se
ha hecho senda en sus vidas, de manera apasionada y
apasionante hacen el camino, se dejan guiar y se habitúan a
su esplendor, y la experiencia interior no puede ser más
entusiasta. En consecuencia, pienso que es necesario
retornar a esas raíces luminosas de la fraternidad para
comprender el momento presente. No olvidemos que la luz del
rostro de ese Niño Dios nos ilumina a través del rostro del
hermano. Cuando se oscurece esta realidad, todo se manipula
y se pervierte, y surgen las luchas, contrarias al espíritu
de un corazón inocente que es por naturaleza verdadero amor.
De ahí, la importancia de mirar con los ojos de Jesús, para
que él sea luz en nuestro camino e infundir esperanza por
doquier. Desde luego, nunca será tarde para buscar un mundo
más humano, si en el empeño ponemos coraje e ilusión.
Indudablemente, el mundo cambiará cuando los seres humanos
cambien interiormente. Hay muchas cosas que deben quedar en
silencio, por ejemplo las armas. Todo tipo de violencia debe
finalizar. Las nuevas generaciones han de propiciar el
diálogo como abecedario de vida, previo desterrar de sus
agendas la cultura de la impunidad. Hoy en día violar a una
mujer, a un niño y someterlo a las más horrendas
aberraciones, durante los conflictos, sigue siendo en
general algo permisible y sin consecuencias para quien lo
comete. En cualquier caso, no se puede dar refugio y apoyo a
sembradores del terror. El fruto del amor es otro tipo de
siembra, más conciliadora y reconciliadora, más de
asistencia y de conciencia pacifista, más de alma y de
aliento para el camino. Ciertamente, a lo largo de nuestra
propia historia de vida, todos tenemos una estrella que nos
ilumina y, cada uno a su manera, vive la misma experiencia
que los Magos de Oriente. A pesar del tiempo transcurrido la
luz de Belén sigue tan viva como ayer, resplandeciente,
conmoviendo al ser humano. Esta es la gran reflexión. A la
sociedad de hoy le falta precisamente humildad para sentirse
niño en el corazón, y así poder divisar, la estrella de la
concordia y de la clemencia.
Si realmente conociéramos el verdadero fondo de todo, pienso
que tendríamos otro pulso más humano, y sentiríamos ternura
por lo más débil. Veríamos, como el corazón del pueblo,
también se estremecería de júbilo, ante un verdadero gozo de
convivencia. Aún no hemos aprendido a convivir, a hacer el
camino conviviendo. Hablamos a menudo de ilusiones. Haciendo
alusión al término, como dijo Campoamor: “No rechaces tus
sueños. ¿Sin la ilusión el mundo qué sería?”. Y,
efectivamente, los Magos de Oriente, saben reconocer el
mensaje de le estrella, y saben encontrar así a un niño de
corazón grande, cuya fuerza es la del amor que se confía a
nosotros. Naturalmente el camino del corazón no entiende de
poderes, ni de pedestales, pero sí de compasión y de
comprensión, pues como dice san Pablo: “con el corazón se
cree... y con los labios se profesa” (Rm. 10,10). Al fin y
al cabo, sólo el corazón es capaz de dar vida a los sueños,
de fecundar deseos, de expresar sentimientos y de articular
emociones. Tanto es así, que cuando dejemos de mover los
labios, el corazón de cada uno, seguirá con su historia y
nos seguirá hablando, aunque ya no seamos.
Con razón, muchas veces se dice, que cada persona tiene la
edad de su corazón. Allá está el latido de la estrella de
Belén, tan viviente como siempre, hablándonos en profundidad
de los pobres, de los humildes, para hallar respuestas a
tantos interrogantes interiores que nos sobrecogen. En aquel
tiempo, los Magos de Oriente, partieron sin pensárselo
porque tenían un deseo grandioso que los llevó a dejarlo
todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado
siempre aquella luz. Como si aquel viaje fuese
imprescindible para sus vidas. Nos movemos en el terreno del
asombro. El corazón responde hasta con la entrega de sí
mismo, y como un buen músico sabe tocar todas las cuerdas
para aproximarse a su semejante. Seguramente deberíamos ver
al mundo con esa mirada interior, avivada por la voz
melódica del universo en el alma de cada uno, para ver lo
importante que es la luz para el camino. Sucede como con la
belleza, es algo que a veces se nos pasa desapercibida, o no
la advertimos, y, precisamente, es esta hermosura, de verso
en pecho, al ser tan auténtica, el albor que nos permite ver
lo que no vemos.
Sin duda, el camino del corazón es un camino de poesía, o si
se quiere una experiencia de vida que indaga en la
autenticidad de lo que somos. Es un verdadero peregrinaje
que nos insta al encuentro de la humanidad. Con la misma
actitud de los Magos de Oriente, tenemos que persistir en
los buenos gestos que salen del alma, que ante un simple
niño en brazos de su madre, se entusiasman y se postran ante
él con una paz inenarrable. Sin duda, es este amor verdadero
el que nos hace humanos de verdad. Por eso, la peor prisión
que podemos vivir, es el de un corazón que se cierra y se
encierra en sí mismo. Precisamos corazones abiertos para dar
luz a los muchos sentimientos que la razón, en ocasiones,
ignora. Por consiguiente, ¡Feliz fiesta de la Epifanía para
todos, sean creyentes o no lo sean! Lo trascendental es que
escuchemos nuestros propios latidos y los compartamos con
los demás. Habrá un punto de enriquecimiento mutuo. ¡Y esto
ya sí que es un avance humanizador!
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