Durante el año 2013, horrible
donde los haya, hemos leído, oído y comprobado cómo millones
de ciudadanos se han ido empobreciendo a pasos agigantados.
En esta etapa, dramática para innumerables familias que
están sufriendo el paro de algunos de sus miembros, cuando
no de todos, son los padres quienes tratan de evitar el
hambre de los suyos aportando sus escasos recursos
económicos.
Los mismos padres que no cesan de aconsejar a sus hijos que
guarden la calma. Que no se metan en líos. Que no se gana
nada con airear en la calle la tremenda desazón que tienen,
la angustia que los agobia y que les impide conciliar el
sueño.
Consejos que a nuestros gobernantes les vienen, sin duda
alguna, la mar de bien. Y, claro, tardan nada y menos en
mostrar su generosidad con los mayores, durante estas
fiestas, tan dadas a la lágrima fácil, a la ternura
desbocada y a la emoción incontrolada, invitándolos a cenar
en justa correspondencia a sus desvelos y, sobre todo, al
mantenimiento del orden social.
En algunos pueblos, según sé de buena tinta, el gobierno ha
tirado la casa por la ventana: en uno de ellos, nada más y
nada menos que fueron agasajados, con una cena de aquí te
espero, setecientos progenitores. Merecedores todos de tal
invitación navideña, por supuesto que sí; pero nunca a
cambio de que el alcalde de turno aprovechara la ocasión
para comerles el coco. Para alentar a los mayores a que
sigan siendo ejemplos de convivencia en momentos de
austeridad generalizada.
Una mentira como una catedral. Aquí la austeridad, impuesta
a golpe de ordeno y mando, solamente la padecen los de
siempre: el pueblo llano. Mientras la clase política sigue
disfrutando de una vida similar a la que llevaban muchos
marqueses de antaño. Que ya es llevar una vida buena…
Alcalde hubo, hace días, que aprovechó la cena de los
mayores para pedir ya el voto de las próximas elecciones.
Con la astucia que le caracteriza. Poniendo en el empeño
cara de pastorcito de Belén y discurseando de modo y manera
que su tan acreditado buenismo recorriera el amplio comedor
del hotel de turno. Vaya manera de trajinarse a los mayores.
¡Qué habilidad!
Entretanto, nada importa que los parados sean incontables.
Que la corrupción siga creciendo sin cesar. Hasta el punto
de que la gente está convencida de que es así porque quienes
pueden no quieren erradicarla. Y que en muchos hogares el
llanto del hambre siga siendo un sollozo constante y
lánguido que deja desvastado a quien lo oiga.
Eso sí, los políticos intentan evitar a todo trance que la
gente salga a la calle a clamar contra el destino que ellos,
entregados al poder de las finanzas, han creado. Un destino
miserable donde los haya y merecedor de que la gente se
rebele, que nada tiene que ver con la revolución. Se impone,
pues, reclamar la libertad que los ciudadanos vamos
perdiendo a pasos agigantados. Y no caer en la trampa que
los políticos nos tienden. Propicia, sobre todo, para que
las personas mayores accedan a ella como las ranas sometidas
a baños de agua templada. Donde hallan el sopor y lo
irremediable.
Y, menos mal, que todavía no han comenzado a sermonearnos
con ese conformismo de párroco añejo, tan indicado en estas
fechas: sufrir en este mundo nos viene bien para ser felices
en el de más allá. Aunque no descarto que, más pronto que
tarde, haya algún alcalde que aleccione así a los mayores.
Si no lo ha hecho ya.
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