Parece que fue ayer cuando decidí
tomarme un descanso merecido a la par que ustedes, mis
lectores de siempre, disfrutaban de mi ausencia en este
espacio, que suelo tener prestado por el editor. Y es que el
cuerpo, compañero, necesita de vez en cuando que se le
recete algo. El cuerpo y el espíritu, para el que, como
decía un personaje novelesco de Camilo José Cela, no hay
mejor medicina que una llamada presente. La medicina del
minuto.
Recomendación que viene que ni pintiparada para días
navideños donde mucha gente cae enferma de pasado y acaba en
la consulta de especialistas de las dolencias del alma. Y
qué decir del porvenir…, del porvenir, nada. Pues a ver
quién es el guapo capaz de asegurarnos que los millones de
parados dejarán de serlo antes de que lleguen las fiestas
navideñas de 2014. O bien que la corrupción existente será
atajada como corresponde a un hecho tan grave como el
terrorismo. Incluso más. Lo cual no parece posible. Y no lo
es, créanme, porque la corrupción, tal y como sucedía en el
siglo VI, dejó en su momento de ser importante para ser
considerada como un privilegio del poder.
España, actualmente, es un país donde el nivel de pobreza es
altísimo y en el que políticos e instituciones están
desacreditados en todos los sentidos. Los políticos
honrados, que los hay, aunque son cada vez menos, no se
hacen ricos; si bien son muchos los que aprovechan las
facilidades existentes para hacer fortuna, y a fe que la
consiguen.
Yo no sé si el poder, además de corromper, embrutece, debido
a que la política es el mejor refugio de la gente mediocre.
No hay más que ver el nivel de nuestros gobernantes y sus
expertos asesores. Ejemplos tenemos muy cercanos. Tan
cercanos que, en cuanto se les critica, tuercen el gesto y
no dudan en bisbisear maldades contra quienes osan escribir
sobre sus malas actuaciones o los errores de bulto que hayan
cometido.
Por ejemplo: Yolanda Bel, consejera Presidencia, Gobernación
y Empleo, y Secretaria General del Partido Popular, cada vez
que se cruza conmigo, parece que ve al mismísimo diablo. Y
su cara refleja la existencia de elementos de rencor,
mortecinos pero latentes. Y si alguien que está viviendo de
la política desde que era una niña no es capaz de disimular
los sentimientos que uno le provoca, lo que mejor le vendría
es retirarse a vivir a un lugar donde reine la misantropía.
En el caso de nuestra estimada YB, todo hay que decirlo, se
da el caso de haber sido imputada por el ‘caso Kibesan”. Y
bien haría en bajarse del pedestal de diva que se ha ido
creando con el paso de los años. No vaya a ser que por el
mero hecho de la imputación tenga que someterse al juicio de
quienes parten el bacalao en la calle Génova. Lo cual está
registrado en el Código de Buenas Prácticas de su partido.
El que fue presentado, si la memoria no me falla, por la
ministra Ana Mato.
En lo tocante a nuestro alcalde, mi consejo es el siguiente:
antes de hacerse el ofendido -ante quienes no le bailamos el
agua- le vendría bien saber que la “indignación moral es la
estrategia típica para dotar al idiota de dignidad”.
En fin, que he vuelto a escribir en este espacio, después de
casi cuarenta días sin hacerlo. Y es que el cuerpo,
compañero, necesita de vez en cuando que se le recete algo.
En mi caso, ese algo fue un descanso. El que también ustedes
habrán agradecido. Sin duda alguna.
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