Tengo meridianamente claro que si alguien como yo publicara
sistemáticamente en el perio?dico todo lo que sabe de
algunos individuos, probablemente tendri?a que “marcharme de
la ciudad”. No por faltar a la verdad, sino por los todavi?a
poderosos poderes ocultos y tra?fico de influencias, moneda
de cambio que siguen en vigor de forma puntual en algunos
colectivos de alto sentido corporativista. No podemos
olvidar que, a pesar de la actual libertad de opinio?n y de
prensa, como dice el refra?n; «quien tuvo retuvo». Sin
embargo al leer el artículo de Macu del pasado miércoles 11
titulado «SAN FRANCISCO ABIERTO YA» pensé: “No soy el único
que no se siente cohibido por esos poderes fácticos. Ni
tampoco el único que parece escribir con todo el peso de la
razón esgrimida por la evidencia más tangible sobre el
enigmático, cansino y penoso tema de las eternas reformas de
la iglesia de San Francisco”.
Por tanto, en este arti?culo de opinión -como no podi?a ser
de otra manera- todas mis palabras son elogios y
felicitaciones que descansan en el basamento de un
metafórico templo, con un estilóbato del que emergen dos
enormes columnas salomónicas, de grueso y pesado calibre.
Bastiones de amplia resistencia que han soportado hasta
ahora todo el peso y la opresión de un denso “fliso” y
“arquitrabe” demasiado superior, excesivamente alto, tanto
que el pueblo llano no lo percibe. En el frontón del templo,
a modo de relieve, se representan todos los hechos
acontecidos en San Francisco en los últimos años. La primera
columna, de precioso capitel corintio que sostiene la
fachada del templo, es una mujer de bandera, fiel defensora
y representante de su feligresía, que hace de su condición
cristiana una auténtica vocación de servidumbre y lealtad al
mensaje evangélico de Jesús. Una mujer que nunca actúa como
una sumisa feligresa de los lóbregos tiempos de la
postguerra. Una mujer que también ha sido bautizada, no sólo
con el agua bendita de una fe irreductible, sino también con
el peso de la cultura y del raciocinio. En definitiva, una
mujer que piensa por sí misma y actúa sin influencias
mediáticas. Macu es tan distinta de aquellas antiguas
feligresas asiduas de nuestras iglesias, más vestidas de
negro por dentro que por fuera. Aquellas que siguen
asintiendo con resignación a la famosa y caduca frase del
ordinario del lugar “vuelva usted mañana, hermana, que a lo
mejor le oye el Señor”. Tenemos tanto que aprender todos de
Macu. Por tanto, para qué cambie nuestra iglesia y camine
junto a la evolución antropológica de la sociedad, no sólo
es necesario un giro brusco de timón -como está realizando
Francisco- sino también un cambio de actitud de todos los
remeros que mueven la galera de nuestra iglesia actual. Por
cierto, a veces me pregunto ¿qué opinaría de todo este
oscuro entramado el arzobispo de Madrid Antonio Cañizares
como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española?
Tiempo al tiempo.
A los que se incomodan cuando leen mis publicaciones de alto
espi?ritu cri?tico sobre el comportamiento de determinados
personajes públicos con cargos de responsabilidad
eclesiástica, pueden esta vez estar tranquilos. No les va a
subir la adrenalina en demasía, no les va subir la tensión,
ni van a tener taquicardias que desemboquen en arritmias que
haya que reducir, y sus vestiduras no van a ser rasgadas por
una ira interna tan desenfrenada y fundamentalista como
injustificada. No sen?ores, esta vez no he sacado a las
calles de Ceuta la artilleri?a pesada de la pluma que me ha
marcado en los u?ltimos tiempos de decadentes y
malintencionados malentendidos. Las armas de la semántica y
la retórica de alto calibre, las reservo para algunos
intransigentes, sibilinos e hipo?critas, que aprovechando su
estatus social derivado de su cargo religioso, tienen
engañado -con su cara de niño Jesús montañesino- a casi todo
el mundo. Pero que no les quede ninguna duda, que mi pluma
de tinta permanente seguirá describiendo con todo lujo de
detalles su tenebroso y craso jardi?n de vanidades, envidias
y prepotencias, mientras que la luz de la reto?rica y el
juego de las meta?foras de mis palabras sera?n la antorcha
de llama permanente que indique e ilumine el vasto museo que
atesora sus inconfesables vergu?enzas. Pero esta vez cambió
de tercio, mi humilde intelecto se postra a los pies de la
maestría, de la voluntad y sobre todo de la perseverancia de
una gran mujer. Mi pluma rinde pleitesía ante la excelencia
de una gran persona y escritora, que tampoco parece que le
tiemble el pulso cuando escribe con la tinta indeleble de la
verdad. Nunca he percibido en sus manuscritos
reivindicativos grafismos que denoten una trémula escritura
derivada del miedo o de la coacción. Felicidades Macu Martin
Casasola por tu magnífico artículo del pasado miércoles día
11 de diciembre. Lástima que tus cuestiones finales queden
para siempre dormidas sin respuestas en el limbo del olvido.
Preguntas para un obispado que en Ceuta utiliza el silencio
administrativo como modus operandi. Tampoco creo que el
sistema de recogida de firmas en los feligreses tenga valor
“legal” en esta institución autárquica, donde el sentido
democrático de algunos de sus dirigentes, brilla por su
ausencia. Como dijo don Quijote a Sancho: «Con la Iglesia
hemos topado» Macu.
A pesar de ello, recibe mi más sincera enhorabuena a tu
impresionante, incombustible e incuestionable texto. Son
tantos los adjetivos calificativos que pasan por mi mente
que se bloquea el diccionario de mi limitada memoria RAM.
Como decía D. José Ortega y Gasset en su obra Meditaciones
del Quijote, nuestras vidas se encuentran siempre unidas a
la palabra «circunstancia», que hace famosa en su frase «Yo
soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me
salvo yo». Y tu escrito Macu, esta? a la altura, no solo a
tus circunstancias, sino también de las nuestras, y de
aquellas que han rodeado siempre a las interminables obras
de San Francisco. Pero sobre todo, tu artículo Macu, es una
respuesta contundente a los hechos, palabras, actitudes y
aptitudes de algunos que se niegan a reconocer pu?blicamente
sus limitaciones humanas, y sus lamentables errores del
presente continuo y del pasado más inmediato. Creo Macu, que
no nos queda más remedio que inducir anticuerpos ante su
soberbio y caduco “rodillo de minorías oligárquicas”. Está
claro que tenemos que aprender a desconfiar sistemáticamente
de aquellos dirigentes de nuestro obispado, que van diciendo
por todas partes que «han hecho todo lo posible» para
solucionar un problema heredado o por ellos generado, porque
si de verdad lo hubieran hecho con la fe y con la
perseverancia que tu citas en tu arti?culo Macu,
probablemente ya no existiri?a ese problema. Lo u?nico que
persiguen con esta actitud bañada en la hipocresía, es
intentar lavar públicamente con agua bendita su conciencia
manchada por la escasa honestidad, la vanidad y la
prepotencia de aquellos que desde siempre han gozado de una
incuestionable inmunidad, tan obsoleta como anacrónica e
injusta.
La segunda, y no por ello menos importante columna de este
bello templo del arte al que rindo pleitesía y admiración
pública, es la Comunidad Agustina de nuestra ciudad. Como
bien dices Macu en tu artículo, los regentes espirituales de
la iglesia de San Francisco, los Padres Agustinos, han sido
los grandes perdedores, los grandes olvidados y perjudicados
en el debacle de la gestión de las obras de su iglesia. Esos
religiosos en los que nunca ha confiado nuestro obispado,
por razones aún ocultas. Incluido también el Padre Marcos,
fiel defensor público -como debe ser- de su obispo. Sin
embargo, a pesar de su constante actitud de sumisión y
respeto ante las decisiones del obispado, nunca se les ha
fichado oficialmente a ninguno de ellos para formar parte
del equipo ganador de San Francisco. Al contrario, siempre
han estado de suplentes, como religiosos de segunda clase,
como esos jóvenes canteranos que esperan sólo una
oportunidad para demostrar su valía al nuevo entrenador.
Pienso que el obispado los mantiene como regentes en las
iglesias de San Francisco y de los Remedios porque no le
queda más remedio, y valga la redundancia. La escasa cantera
del seminario diocesano no da, por ahora, para más. A pesar
de ello, siguen ocupando, para muchos menesteres, un
estático y olvidado banquillo repleto de tarjetas amarillas,
algunas de dominio público, muchas en secreto de confesión.
También ha habido incluso alguna tarjeta roja reciente, que
parece que ha sido perdonada en última instancia por nuestro
señor obispo por falta de pruebas. Eso espero, porque ante
cualquier tipo de “castigo” sobre alguno de ellos, sus
feligreses actuaremos en consecuencia. Parece que algunos
han llegado a pensar que los Padres Agustinos actuaban como
una especie de “mano izquierda de Dios”, que mecían con
cuidado y sigilo la cuna de una especie de “resistencia
armada” de feligreses opositores a la suprema e
incuestionable autoridad del obispo. A estas alturas, no me
extrañaría nada que estos religiosos puedan haber sido
acusados, sin evidencias, de manipular y dirigir a sus
parroquianos contra el obispado, de calentar a ebullición la
tinta de algunas valientes y atrevidas plumas como las de
Macu o la mía. Como si fuéramos niños pequeños de su
colegio, fáciles de reclutar, manejar, instigar y adiestrar
para crear una especie de brazo “paramilitar” de feligreses
de marcado carácter reivindicativo. Creando así un grupo de
autores materiales de conspiraciones secretas de marcado
carácter neomasónico. Dice el sabio proverbio castellano
«cree el ladrón que todos son de su misma condición». Me da
la sensación que algunos piensan que todos los de su gremio
son de su misma naturaleza, y en consecuencia, piensan y
actúan en el mismo sentido. Nadie, repito, absolutamente
nadie, ha movido ni estimulado, ni ha llenado la tinta de
nuestros tinteros. Nadie ha patrocinado ni sufragado, lo más
mínimo, el coste de nuestras plumas. Como sí a mí, a estas
alturas, me hicieran falta estímulos para escribir. Como
dice la canción de Joaquin Sabina «nos sobran los motivos».
Al contrario, los padres agustinos han intentado desde
siempre, con su increbrantable lealtad a sus prelados,
reducir, sin éxito, nuestro justificado enojo. Sabiendo
probablemente que cualquier tipo de persuasión reiterativa
sobre nosotros, aparte de inútil, podría llegar a producir
incluso, un posible “efecto rebote”.
Pero esta segunda columna, de grueso fuste y estípite, lleva
mucho tiempo soportando todo el peso de la iglesia de San
Francisco. Para los cristianos caballas, los Padres
Agustinos son un modelo a seguir en muchos sentidos, pero
sobre todo como religiosos comprometidos con la doctrina y
el mensaje de Cristo Resucitado. Se han ganado a pulso el
respeto popular como seguidores y practicantes activos de la
filosofi?a del mejor pensador religioso de toda la historia
del cristianismo, el Doctor de la Gracia, San Agusti?n de
Hipona. Solo espero que si alguien los acusa, recuerde lo
que dijo el Señor a sus detractores: «Pues dad al Ce?sar lo
que es del Ce?sar y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21).
Pero para dar a ellos lo que en justicia les corresponde,
antes hay que mirar con detalle los grabados de la moneda de
la discordia. En ella está acuñada desde antaño, con un
relieve prominente hasta para los más ciegos; su
extraordinaria y continúa labor cristiana. Una numismática
donde la humildad y la entrega al pro?jimo es su denominador
comu?n. Estas genuinas cualidades hacen que estos religiosos
brillen con luz propia, y que todo su humilde esplendor
derive de los valores cristianos que emanan de la doctrina
de la Iglesia Cato?lica por ellos perfectamente aquilatada y
aplicada. Ante todo esto, solo es posible una actitud, el
infinito agradecimiento y admiración que se percibe en el
reciente arti?culo de Macu, y que ahora se describe con
detalle en el mío, donde de nuevo me vuelven a faltar los
elogios de los adjetivos calificativos que muestren de una
forma fehaciente mi admiracio?n y mi ma?s profundo respeto
hacia este segundo gran pilar de la iglesia de San
Francisco. Estas palabras cobran una mayor relevancia en el
contexto que nos ocupa, en esta absurda batalla de continuos
desaciertos de las eternas reformas de la iglesia, donde
ellos siempre han mostrado un subordinado y expectante
silencio. Curiosamente estas connotaciones positivas no
siempre son compartidas por algunos compañeros suyos. Aunque
parezca mentira, no todo su entorno opina como yo. Sus
detractores pueden estar donde uno menos se lo piensa. Y
hablo con conocimiento de causa. Nunca olvidare, cuando mi
hijo menor inicio? su preparacio?n para la primera comunio?n
en su colegio de San Agusti?n, como un presbítero recién
estrenado en su ministerio sacerdotal, justo después de
terminar la misa, me mostro? su contrariedad y desagrado por
no hacerlo en su parroquia del Valle, donde teóricamente le
correspondía. En su tono de voz se intuía ironía, sarcasmo y
soberbia, al decirme que «los agustinos no son verdaderos
curas», llamándoles «frailes», utilizando un lenguaje no
verbal que insinuaba connotaciones de desprecio y
prepotencia. Su actitud me pareció un pueril ataque de
celos. Este párroco parece que pensaba en ese momento, en su
ego manifiesto, que quiza?s sus largos estudios en un
seminario diocesano, le habían conferido una incuestionable
maestría y una indudable categoría espiritual superior sobre
ellos, ante el hombre y ante Dios. Siempre he pensado que,
en cualquier contexto, la envidia y la prepotencia son las
dos grandes columnas que sostienen el templo de los impíos,
y la ignorancia que puede derivar de una excesiva ortodoxia,
el único altar que veneran los mediocres de mente, de
espíritu y de corazón. En este sentido, los cristianos
caballas, seglares y religiosos, tenemos que olvidar algunos
comportamientos egocéntricos, y aprender del humilde talante
de los Padres Agustinos. En este tiempo de adviento, tenemos
que abrir nuestros corazones, para que se impregne del
mensaje evange?lico de Jesús, siempre con nuestros hechos, y
no solo con las palabras. En nuestra preparación al
nacimiento del mesías, no solo debemos mejorar internamente,
con la conversio?n de nuestra formacio?n espiritual, sino
tambie?n externamente. Algunos, para variar, podrían
comenzar por descartar el uso sistemático y permanente de
elementos visuales, como el cre?riman y el alzacuellos, como
signos disuasorios rebosantes de ancestrales connotaciones
de poder, de notable distincio?n social y de clara barrera
psicológica de carácter persuasivo e intimidatorio.
En estos contextos temporo-espaciales que nos ocupan, y a
pesar de las reformas que se avecinan, los cristianos -en
algunos aspectos- parece que seguimos como en los tiempos
romanos. A pesar de nuestro ancestral legado histórico,
ético y espiritual, tenemos que seguir aún teniendo cuidado
en el entorno social donde vivimos. A muchos de nosotros
parece que los árboles no les dejan ver un tupido bosque,
que sigue estando lleno de «lobos con piel de cordero», con
la sonrisa hipócrita en la boca, la patraña enraizada en su
garganta, el veneno de la soberbia en su sangre, y el hielo
de la envidia en su corazón. «Señor, líbrame de las aguas
mansas, porque de las bravas ya me libraré yo». Que Dios
perdone a quien tenga que perdonar, y a mí el primero.
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