Hay cifras que nos dejan un frío
en el alma del que cuesta reponerse. Aún más si las víctimas
son niños como es el caso. Un reciente informe del Fondo de
Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) indica que, uno de
cada tres menores de cinco años, no cuenta con registro de
nacimiento, lo que conlleva su inexistencia; y, en
consecuencia, el no acceso a servicios básicos de salud y
educación y otras garantías humanas. Por tanto, ya desde el
propio nacimiento se generan desigualdades inconcebibles en
un mundo, en el que cada día más quien gobierna es el
dinero, al que no le importa aniquilar almas, porque lo que
interesa en la ley del más fuerte es el horizonte a
explotar.
Como consecuencia de este nuevo salvajismo que nos inunda,
donde todo se relativiza a la dictadura de las finanzas y al
afán de poder, el que existan seres humanos en desventaja
social, apenas nos altera, puesto que ya no soltamos ni una
lágrima ante el drama de los demás, ni nos compadecemos del
mal ajeno, vivimos en el puro egoísmo y en la más fría
indiferencia. De lo contrario, estos datos, que por cierto
también la tasa de inscripción más baja se da entre personas
socialmente desfavorecidas, nos haría reflexionar, y
veríamos la manera de mejorar dichos registros de
nacimiento, comenzando porque sea un trámite gratuito y
confidencial en todo el planeta.
Seguimos ahondando en las cantidades. El año pasado, en todo
el mundo, sólo alrededor del 60% de todos los bebés nacidos
fueron registrados al nacer. Hay una alarmante 40% sin
derecho alguno, que no cuenta socialmente, lo que facilita
el tráfico comercial de explotación sexual, de trabajos
peligrosos, de mercadería fácil en definitiva. Téngase en
cuenta, que todo tiene un precio en este orbe actual, y los
niños son presa cómoda para todo tipo de negocio. Por
desgracia, la esclavitud reaparece en manifestaciones
modernas con un empuje que resulta verdaderamente
desesperante. Suelen valerse de la ignorancia y de la
inocencia. Se debe y se puede combatir ese atraso con más
ayuda para el desarrollo. El que niños de países pobres no
se registren nos afecta a todos, es un fenómeno global, y
como tal debe combatirse con armas políticas verdaderamente
globalizadoras.
La combinación de pobreza y de relaciones familiares
frágiles, hace que los niños, máxime si no están ni
registrados, se conviertan en un producto más del mercado.
Sin duda, el registro al nacer y el certificado de
nacimiento son fundamentales para que se impidan este tipo
de tropelías y para que cualquier ser humano pueda
desarrollar su potencial de vida, contando con sus derechos
inherentes de ciudadano. Sabemos que los más afectados son
los niños de las zonas rurales y de minoría étnica, pero la
sociedad no puede fallarles, no puede impedir que la especie
deje de reconocer a los más vulnerables, y permita el abuso
de tantas vidas inocentes. No podemos caer tan bajo. Nuestra
negligencia, pasividad o insensibilidad, convierte a los
seres humanos en objeto, en seres a los que se puede usar,
abusar y, luego, desechar. Increíble, pero tan real como que
el dinero es la llave que abre todas las puertas.
Para esos niños no inscritos, que se encuentran totalmente
indefensos, sin dignidad, nada tiene sentido. Habiendo
perdido el punto que les daba identidad, al final no serán
de nadie y se sentirán extraños en un mundo que no es el
suyo, porque no sólo se les ha negado a ser inscritos
inmediatamente después de su nacimiento, con derecho desde
que nace a un nombre, a adquirir una nacionalidad, a
sentirse vivo en definitiva. No hay nada más triste que
crecer y no ser reconocido por tus semejantes, en el
registro de amaneceres, que es lo que da continuidad a la
especie humana. Esta es nuestra obligación hacia el niño,
ayudar a conseguir la luz y ponerle en nuestro camino, es
uno de los nuestros, y todos nos merecemos formar parte de
la cadena humana, cada uno con su camino, pero dentro del
eslabón de persona.
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