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OPINIÓN - VIERNES, 13 DE DICIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / PERSONAL Y TRANSFERIBLE

El “Gordo” de Navidad
 


Domingo Ramos
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

El sorteo extraordinario de “Navidad”, por el sistema tradicional, de la Lotería Nacional, nos deparas algunas situaciones y hechos que podemos catalogar como anecdóticos o, en su caso, como algo que inunda de alegrías dado el bienestar que se produce en las familias donde caiga el “gordo”. Antes, cuando no existían los grandes premios del bono loto, los euromillones, la primitiva, etc., el “gordo” de Navidad suponía la liberación económica total de la familia y, por consiguiente, se hacían conjeturas o suposiciones proponiéndose cábalas sobre el destino que se daría a la ingente cantidad de dinero con que se contaría en el supuesto de que el primer premio de la Lotería de Navidad tocara en casa de una familia de pocos recursos.

Y en esas estamos cuando oímos cierta conversación entre dos amigos en que el uno dice al otro:

“Si me tocara el “gordo” de Navidad me compraría un Cadillac muy llamativo de esos que portan alerones traseros, de color blanco y rojo, descapotable. Contrataría a un conductor con uniforme y gorra y a un “secretario” que me acompañara en el asiento trasero. Entre el “secretario” y yo pondríamos un cubo lleno de excrementos y una escobilla de esas que se emplean para pintar las paredes y así, desde la plaza de África hasta la de Intendencia, iría saludando a cuantos conocidos o personas no conocidas me saludaran. De vez en cuando, ordenaría al “secretario” que con la especie de hisopo preparado al efecto, mojándolo previamente en el cubo de excrementos colmara de esas materias residuales que se arrojan del cuerpo humano a aquellos que él señalara, o sea, a ciertos personajes que tuvieron alguna incidencia negativa en su niñez, juventud e, incluso, en su ya senectud, como al director del banco que le negó un crédito cuando como empresario autónomo de construcción no le iba bien en sus resultados económicos. O a aquél casero que le denunció por impago de una mensualidad en el alquiler de su vivienda. O al militar que le había largado un par de hostias por error en un mal movimiento de la instrucción en sus tiempos de soldado. También mandaría rociar de mierda al médico que se negó a ir a su casa cuando su estado febril le impedía asistir al consultorio. Al que fue concejal negándole la adjudicación de algunas obras para dárselas a uno de sus paniaguados. Al comerciante que le negó la adquisición a plazos de diverso vestuario. Al taxista que cierto día, ligerito de copas, a pesar del frio y de la lluvia que caía, se negó a recogerlo para llevarlo a casa. Al maestro que le daba reglazos en la palma de la mano por no saberse los ríos de la vertiente cantábrica.. Al entrenador del que fue su equipo de fútbol por relegarlo a la suplencia en beneficio de su cuñado. Al cabrón que le decía ser amigo y luego le quitó la novia. Al juez que condenó a su padre a 20 años de trabajos forzados por dar un mitin defendiendo la legalidad republicana. O sea, a aquellos que iría encontrando en su camino y de los que recordaba malas acciones o “putadas” que, a pesar de los años transcurridos, no había olvidado. Concluyendo: nuestro personaje no dejó, como vulgarmente se dice, títeres con cabeza, condenado a su modo a todos aquellos que él consideraba desalmados, crueles e inhumanos, ya fueran miembros de la banca, constructores, militares, de la sanidad, de la política, de la enseñanza, de la justicia, o del deporte, etc. (¿Cuánto de parentesco tiene todo ello con la triste realidad de lo que acontece actualmente en nuestra nación?).

Por último -eso no lo contaba nuestro protagonista- nos consta que haría enviar bolsas de pasteles, turrones, polvorones y bebidas refrescantes, a todos los centros de acogida, asilos, guarderías y fundaciones de la ciudad y, de camino a casa, recogería a cuantos desvalidos se encontrara a quienes invitaría a cenar para celebrar la Navidad.
 

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