El mundo entero le rinde tributo,
a quien fue probablemente el líder moral más importante de
esta época, y sus pensamientos siguen más vivos que nunca.
Naciones Unidas le califica como un coloso de la justicia,
la paz y del servicio a la humanidad. O sea, un hombre de
bien, que lo fue de corazón y de alma. Jamás abandonó el
combate de la palabra, del buen hacer y mejor decir.
Vivió en primera línea de batalla, dispuesto a sacrificarlo
todo por la libertad de su pueblo. Quiso cambiar el mundo y
utilizó el arma del amor sin condiciones, puso voz y sentido
a los lenguajes, los hizo vivencia personal, los compartió,
avivó la educación para que no hubiese distinción de clases,
y ensalzó al ser humano como prioridad. Tanto su lenguaje
como sus obras germinan de la coherencia, de su ideal de
vida, el de una sociedad libre y democrática en la que todos
podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades.
Mandela descansa ya en paz. A destajo la cultivó en vida y
la compartió con todos. Tomó el camino de lo armónico,
conquistó el miedo para salir airoso de este infierno
mundano, y trabajó duro por la liberación de los oprimidos.
No escatimó esfuerzo para desterrar el odio y la venganza
del planeta. Como él mismo decía, “nadie nace odiando a otra
persona por el color de su piel, o su origen, o su
religión”. ¿Por qué después hacerlo? Sería bueno
interrogarnos de vez en cuando, es prueba de que pensamos.
Sin duda, Mandela es todo un referente y una referencia de
vida. Continuamente estuvo abierto a todas las preguntas.
Creía en la sabiduría colectiva, la única que puede
humanizarnos. Desde luego, la humanidad tiene que trascender
hacia ese espíritu de Nelson, sustentado en la acción
agrupada, en la reacción de las masas libres e
independientes, para llevar a buen término actos de
justicia. No está la ecuanimidad sólo en las palabras de la
ley, está en nuestras actitudes, en nuestra manera de forjar
los caminos, en nuestro empeño de poner audacia y esperanza
en la especie humana.
Hoy las sociedades están hambrientas de guías que practiquen
la donación, sin interés alguno, la misma pobreza -como
decía Mandela- no es un acto de caridad, sino de rectitud.
Tenemos que unirnos para desterrar este infierno que hemos
creado los seres humanos. Néstor, apostaba por ese alma
social, por ese espíritu de sociedad ensamblada en los
valores naturales, por derribar las barreras raciales o de
otro tipo, por ser el guardián de los indefensos; labores
todas ellas que tenía en su hoja de servicios, como una
obligación moral. Y así, fruto de este compromiso social, ha
batallado contra todo tipo de dominaciones, contra la
dominación blanca y también contra la dominación negra, y no
ha abandonado este coraje hasta conseguir el dominio
absoluto de sí mismo.
Permítaseme, pues, esta misiva necrológica a este
constructor de sueños, con sentido del humor para que la
gente se olvidase de sus problemas, dispuesto siempre a
levantarse tras cualquier caída, después de haber llegado al
final del camino. Sus huellas son imborrables. Ha creado
escuela. Mientras el mundo enseña a odiar, él ensañaba a
amar, haciéndose querer como si fuese el curador de cada ser
humano. Hasta su muerte es un testamento de amor que nos
prologa, y nos prolonga su vida. Por él, por el inolvidable
Nelson Mandela, el mundo hoy también está más unido que
ayer, y asimismo más despierto, para digerir sus ideas de
liberación tan necesarias en el presente.
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