Vivimos en un cambio permanente,
precisamos del cambio hasta para ejercitar el deber y el
derecho al trabajo, la misma existencia por sí misma es un
cambio, ¿por qué hemos de temerle tanto?. Tenemos que
adaptarnos a las reformas y adoptar una postura más
intransigente. No podemos, tampoco debemos, caer en una
delirante melancolía. Lo que hoy es, mañana ya no es,
impulsado por la mundialización, la tecnología y el ritmo
propio de las diversas culturas, con su nivel de
competencias y desarrollo. Por eso, desde cada realidad
sería bueno contar con legislaciones que se ajusten mejor a
los nuevos tiempos, al nuevo mundo del trabajo y del ocio,
de la preparación y de las relaciones entre los pueblos.
Ciertamente, tenemos, ya no solo que acomodarnos a una
época, también hemos de prepararnos para un futuro de menos
derroches y más sostenible.
Dejemos que respire el cambio. Es más, seamos protagonistas,
artífices de ese cambio, que todos debemos asumir como
propio. Por una parte, pienso que esta mundialización nos
exige renovación y creatividad, pero también continuidad en
valores mínimos, universalizados, que derivan de la misma
naturaleza humana. Ese cambio, no depende tanto de las
diversas ideologías o directrices de acción, debe partir de
reflexiones libremente maduradas, donde todos los ciudadanos
tengan opinión, bajo el impulso del entendimiento y de la
comprensión como fuente de renovación. El futuro es nuestro.
El cambio también es nuestro. O sea, de todos, a través del
diálogo. Nadie puede quedar descolgado de este círculo de
escucha que nos debemos trazar. Las redes sociales pueden
jugar un papel fundamental en el proceso de este cambio, en
la transformación social de este mundo, en el que hoy
abundan tantos circuitos viciosos o viciados, fruto de
nuestras contrariedades permanentes.
Ha llegado el tiempo de abrir foros, de que la
participación, la apertura, la inclusión y la rendición de
cuentas, sean práctica común en todos los países del mundo.
Es el momento, por ello, de llegar a acuerdos, y el
principal tiene que ser una inversión constante en educación
y formación en el empleo. Esto es básico para propiciar la
evolución de la especie. No me sirven las migajas. Tampoco
las palabras que no van acompañadas de hechos. Aunque sea
difícil predecir el porvenir, tenemos que trazar un futuro
para la humanidad, para toda la humanidad sin distinción
alguna. Por desgracia, a veces se habla de crecimiento de
empleo que no es tal, puesto que su remuneración es
verdaderamente denigrante. Es una práctica moderna, cada día
más extendida, que nos retorna a tiempos pasados. Por tanto,
si el trabajo es tan necesario para acrecentar la dignidad
humana, no demos salarios indignos, y mucho menos demos
legitimación ética a este tipo de hábitos.
Indudablemente, la capacidad de cambio depende cada vez más
de las facultades profesionales, de los sistemas educativos,
de las políticas orientadas hacia el bien colectivo. La
desocupación es una auténtica calamidad social, que debe
atajarse cuanto antes. La vida laboral de las personas debe
ser algo prioritario en los gobiernos, comenzando
precisamente por el sistema formativo, para huir de la
incertidumbre y de la precariedad. No se cultiva la justicia
en las relaciones laborales en la medida que la remuneración
es ínfima. Por consiguiente, en esa mundialización del
cambio, la justicia tiene que jugar un papel prioritario
también. No se puede permitir que el bienestar económico
llegue a unos pocos, a los mismos de siempre, y la
redistribución de las rentas no pase de ser pura literatura.
Sin duda, una solidaridad adecuada exige la defensa y el
cumplimiento de unos derechos innatos, tantas veces
incumplidos, que acaban en formas de discriminación e
injusticia. Desde luego, hemos llegado a un poder de
manipulación sin límites. Con razón, hay gobiernos cuya
conducta es una mentira continua. ¡Qué pena que continúen
instalados en el pedestal del poder!
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