La problemática de toda índole se
acumula en el entorno a un Gobierno que parece agotado.
Distintos son los ámbitos de la conflictividad: los
propietarios de terrazas descontentos con las exigencias y
las tasas que se les quieren fijar, el colectivo de la
empresa de limpieza Trace por no cubrirse las plazas de
jubilaciones al no estar recogidas en el pliego de
condiciones suscrito con la Ciudad Autónoma, el recelo del
personal de la GIUCE que no acaba de confiar en la
reestructuración del sector público, el problema marítimo
que padecemos por estar aún sin resolver el contrato de
interés público, la situación del Polígono del Tarajal y el
colegio Principe Felipe y, en definitiva, todo un cúmulo de
malas sensaciones que nos llevaría a pensar que ésta no es
una ciudad para locos sino para políticos inútiles,
incapaces de dar respuesta convincente y práctica a los
problemas de cada día, que son los que realmente preocupan a
sus ciudadanos y no esas obras faraónicas que únicamente
tienen un propósito electoral y de perpetuar sus nombres en
el alarde más descarado del egocentrismo enfermizo y de
altanería bochornosa. Damos pasos de gigante para atrás, con
lo que cuesta darlos para adelante.
Ceuta no está para sobresaltos y, menos, para desatender el
sentir y las demandas de los colectivos que configuran un
espectro de claroscuros donde resalta el agotamiento de la
acción política del Gobierno de Vivas. Esta es una ciudad en
la que, aparte de mostrar dificultades para aterrizar a todo
el que llega a ella, también muestra una idiosincrasia y
unas peculiaridades que requieren de políticos con coraje,
decisión y efectividad. El diabólico género tan al uso de
reuniones y más reuniones, no deja de ser una pérdida de
tiempo si no se traducen en solucionar cuanto se aborda. Si
cualquiera de nosotros cometiera en su trabajo errores del
calibre de los que se descubren cada día a los políticos, lo
normal es que no volvieramos a trabajar. Deberían
despedirles a todos, no a los demás, sino a ellos.
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