No me cabe la menor duda de que
los orígenes de lo que ha llegado a ser el ICD, en otros
tiempos IMD, nacieron por el empeño y el trabajo
desinteresado de personas que no comulgaban con el deporte
profesional subvencionado por las instituciones y preferían
el apoyo total al deporte amateur.
Al irnos a aquella época, tengo que recordar a mi entrañable
y añorado José María Rodríguez Portillo que fue el alma
fundadora del organismo deportivo en Ceuta, a base de mucho
trabajo, con pocos recursos y no habiendo ido jamás, de las
muchas veces que tuvo que ir a Madrid, a un hotel de cuatro
o de cinco estrellas. Rodríguez Portillo, cuando iba a
Madrid por asuntos oficiales, se acomodaba en lugares
similares a los que frecuentaba cuando iba por su cuenta.
Era todo un señor de la honradez.
Eran otros tiempos y era otro el talante del bueno de José
María y de quienes le apoyaban, gusten o no las siglas a las
que pertenecían.
Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado mucho y tenemos
unas estructuras muy rimbombantes, de casi lujo, pero creo
que poco efectivas. Se ha ido a las alturas, se han subido a
todo lo alto los que las dirigen y la efectividad se ha
perdido, a pesar del gran número de personas que rigen o
intentan regir o dirigir este deporte.
El ambiente está que arde, por cuanto parece que hay muchas
oficinas y muy poca actividad fuera de los papeles, o lo que
es lo mismo, mucho papel y poco reflejo de ello en el
trabajo.
La primera queja que hay y que se repite un día sí y otro
también, es que para qué son necesarias lo que llaman “dos
oficinas” del ICD, una en el Guillermo Molina y “otra”,
dicen, “en el Ayuntamiento”.
Naturalmente, al primero que se apunta es al gerente, al que
se le dice que ¿Qué problemas hay para que no esté todo en
un lugar, a mano para todos?.
Y lo que resaltan quienes viven de cerca esta situación es
que hay un grupo de profesionales, licenciados o expertos en
su materia que son muy válidos, pero a los que no se les
obliga a estar más cerca de lo que están en su campo de
acción.
Así pues, se llega a lo que, desde dentro, se llama
“oficinas vacías con subcontrata de trabajos”. Digamos que
una fórmula de hablar que puede ajustarse, a veces, a la
propia realidad.
Esto por la parte alta, pero si nos vamos al López
Díaz-Flor, nos encontramos con dos cabezas, una directora y
otra ayudante, en unas instalaciones que, cada vez, van a
peor. Y lo peor es que habiendo, como hay, buenos y
solventes profesionales, los dos polideportivos siguen “sin
humedad exterior”, con lo que se está reprochando desde
dentro, desde muy dentro, al gerente por no dar la cara para
solucionar eso y otras cosas más, que él podría.
Hay, en definitiva, instalaciones y profesionales que
podrían rendir, pero que, a la hora de la verdad, los que
cargan con el mochuelo son los “mileuristas”, mientras que
otros se quedan mirando a las estrellas.
Y ya que hemos hablado del López Díaz-Flor, también habrá
que mirar al Nuevo Polideportivo, al Guillermo Molina, del
que, desde fuera, se dice que no se conoce al director. ¿Es
que no lo tiene?.
Como la situación es muy compleja, la inversión no es nada
corta y las necesidades son grandes, sería el momento de que
el propio gerente diera un puñetazo sobre la mesa y pasara a
ser, de verdad, gerente, si es que no se lo está impidiendo
alguien.
Al menos, sería bueno que, de vez en cuando, al menos
pudiera coger el teléfono. No es mucho pedir.
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