El juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz ha confirmado la
existencia “a nivel indiciario” de “una cierta corriente
financiera de cobros y pagos” en el Partido Popular que
habría sido utilizada para pagar al arquitecto Gonzalo
Urquijo, que dirigió las obras de remodelación de la sede
central de la formación, en la calle Génova de Madrid, entre
los años 2005 y 2011. El magistrado señala que esta supuesta
contabilidad B habría sido “continua en el tiempo” y se
habría desarrollado “al margen de la contabilidad remitida
por el PP al Tribunal de Cuentas”
Y es que muchas veces se ha presentado la corrupción, con
toda su panoplia de episodios pintorescos en los que el
corrupto agudiza el ingenio para maximizar su beneficio,
como una continuación natural de la tradición recogida en
nuestra novela picaresca. España es el país en el que se
engendraron dos novelas admirables que marcan la esencia
hispana: “Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades” y “De la vida del pícaro Guzmán de Alfarache”.
Los textos suponen el reflejo de una sociedad embriagada por
bribones y truhanes, educados en la holgazanería de una
clase dirigente que se resiste a la modernidad que, por
aquel entonces, avanzaba imparable por casi toda Europa.
España ha sido educada durante siglos en agudizar el ingenio
y en dedicar horas de meditación con el fin de encontrar la
fórmula con que sortear la ley. La picaresca es nuestra
esencia y nos distingue con el adagio popular que debería de
ser el lema de nuestra enseña nacional: “quien hizo la ley
hizo la trampa”.
En Europa nadie se extrañó que la ministra de Educación y
Ciencia alemana, Annette Schavan, tuviera que dimitir al
invalidar la Universidad de Düsseldorf su título académico
de doctora al haber plagiado su tesis, nada más y nada menos
que 33 años antes. Este, el nuestro, sin embargo, es un país
en donde la financiación ilegal de los partidos políticos no
es un delito sino una infracción administrativa. Este, el
nuestro, es el Estado de Guzmán de Alfarache, de Luis
Roldán, de los Gürtels o de los ERES. Un país en el que
nadie dimite porque ser pícaro es lo normal y forma parte de
nuestra esencia. Cómo va a dimitir Camps por recibir cuatro
trajes, cómo va a dimitir Ana Mato si el jaguar se lo
regalaron a su marido, cómo va a dimitir Griñán si los
mangantes estaban cuatro despachos distantes del suyo, cómo
va a dimitir Yolanda Bel si contrató a dedo con Kibesan para
que “comieran todos”, o cómo va a dimitir Juan Vivas si los
pagados indebidos a Urbaser por más de 5 millones de euros
solo son producto de un “pequeño error”.
De la picaresca a la delincuencia hay una leve línea que se
cruza con habitualidad y aquiescencia, incluso, en este
país, con el reconocimiento popular. Por eso no es de
extrañar que hayamos pasado del Lazarillo de Tormes a lo de
la presunta caja B del PP, atravesando Filesa, Malesa y
Time-Export, sin que nadie, en esta cosa todavía llamada
España, haya presentado una puñetera dimisión.
Cuando Bárcenas llegó hace 20 años a la sede nacional con
una mano delante y otra detrás parecía estar siguiendo el
consejo que Lázaro de Tormes recibió de su pobre madre:
“Arrímate a los buenos y serás uno de ellos”. Y pronto debió
comprender que la “bondad” de aquella organización no
residía en su capacidad de generar propuestas idealistas o
recetas pragmáticas, con el mismo desparpajo con que el
ciego a cuyo servicio entró Lázaro dispensaba oraciones para
los difuntos y remedios a las parturientas, sino en las
inauditas oportunidades de utilizar todo el tinglado para su
enriquecimiento personal.
El Lazarillo nos cuenta con regocijo cómo “el pobre ciego se
abalanza como cabrón… da con la cabeza en el poste y cae
luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza”. Esto
ocurrirá tan pronto como el juez Ruz encuentre vasos
comunicantes entre los sobresueldos, la financiación
irregular del PP, las adjudicaciones de obra pública y el
desvío masivo de dinero a las cuentas suizas.
Pero siendo todo ello muy grave, más aún lo es que ya no
podremos mirar al PP de la misma forma en que lo hacíamos
hasta ahora pues, como dice Wardropper del Lazarillo, las
peripecias del tesorero y demás gurtélidos entre sus
protectores y protegidos de la curia genovesa nos han
mostrado “the seamy side of life”, ese “lado sucio y feo de
la vida que de ordinario está oculto”.
Por cierto, ¿existirá ese lado sucio y feo en el Partido
Popular de Ceuta? ¿habrá una caja B en el PP ceutí?
¿existirá en la sede de Ainara una cierta corriente
financiera de cobros y pagos desarrollada al margen de la
contabilidad remitida por el PP al Tribunal de Cuentas? Y de
ser así, ¿quién es el ciego y quién el Lazarillo?
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Tiempo al
tiempo.
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