Desde el inicio de la actual crisis económica, se ha hablado
mucho de las repercusiones “cuantitativas” que las
decisiones que han ido adoptando las diferentes
administraciones han tenido en las condiciones de trabajo de
los profesionales sanitarios y en la calidad de la atención
recibida por el ciudadano. Se ha hablado mucho del descenso
de la inversión sanitaria, del cierre de servicios, de las
rebajas en los salarios, de las reducciones en las
plantillas, del aumento en las cargas de trabajo… Daños muy
importantes que han centrado el debate en los medios de
comunicación y en las conversaciones de muchas personas.
De lo que apenas se ha hablado, quizá porque no se puede
cuantificar y, por tanto, no es susceptible de servir de
titular en un periódico, es del grave daño moral y emocional
que se ha generalizado en el colectivo profesional sanitario
y me atrevería decir que en gran parte del resto de
trabajadores de nuestro país.
Los profesionales han visto como su entorno ha cambiado, las
prioridades son otras y las directrices marcadas desde la
organización para la que trabaja cada vez distan más de las
que no hace mucho tiempo señalaban el camino a seguir para
alcanzar el fin último de su actividad, que no es otro que
ofrecer la mejor atención sanitaria posible al ciudadano.
Ahora, la consigna principal es que hay que recortar los
gastos como sea. Importa menos el perjuicio que puede
producirse en el caso de un paciente que, por ejemplo, debe
esperar meses para su diagnóstico, o los errores que puedan
provocarse por el exceso de carga de trabajo en el personal.
El profesional ve como se está perdiendo el sentido de
servicio público, la prioridad principal del cuidado de la
salud de los pacientes, o el respeto por el valor del
trabajo bien hecho y el reconocimiento al mismo.
Una situación que provoca tristeza, indignación, pérdida de
confianza o del orgullo por pertenecer a la organización…
Sentimientos que llevan finalmente a una importante pérdida
de motivación que afecta a la atención sanitaria y el
sistema sanitario en su conjunto Este daño moral y
emocional, como decía, no se cuantifica, no va acompañado de
varios ceros que nos den una cifra y un porcentaje. Parece
“invisible” pero es una realidad incuestionable.
Afortunadamente, la vocación de cuidar y ayudar a los
pacientes sigue siendo el motor que impulsa el trabajo
diario de los profesionales, pero todo motor necesita de
combustible para funcionar y las reservas se están agotando.
Debemos cambiar la actual situación. Tiene que volver a
priorizarse la atención sanitaria en los presupuestos de los
gobiernos y aumentar los recursos, sí, pero tiene que
volverse a motivar a los profesionales de multitud de
maneras que no tienen que ver con el dinero.
Participación, colaboración, implicación en los procesos de
tomas de decisiones… sólo de esta manera se irá reparando el
daño causado en los profesionales y, no lo olvidemos nunca,
en los pacientes de un sistema sanitario como el nuestro del
que seguimos asegurando que es, o debe ser, universal,
solidario, equitativo y de calidad.
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