Alberto Ruiz Gallardón
lleva ya la friolera de 31 años dedicado a la política
profesional. Comenzó con 24 primaveras y siendo concejal del
Ayuntamiento de Madrid, su alcalde, Enrique Tierno Galván,
lo amonestó así: “Admiro su ardor juvenil pero está usted
empezando a ser pesado, señor Ruiz-Gallardón”.
No me digan ustedes que Tierno Galván, a quien Raúl del
Pozo tildó de víbora con cataratas, no respondió con un
ilustrado y cortés malhumor a las acusaciones de aquel joven
opositor político, que ya había hecho la carrera de fiscal
con notas sobresalientes.
No me extraña que, habiendo tenido enfrente a un maestro de
la réplica, de un alcalde cuyos bandos eran joyas, Ruiz-Gallardón
haya terminado siendo discípulo aventajado de aquel profesor
muy dado a cachondearse de los demás mediante ironías
adecuadas a cada quisque.
Presidente de la Comunidad de Madrid dos veces y tres como
alcalde, le proporcionaron, además, bagaje político
suficiente como para que su enemiga ‘íntima’, Esperanza
Aguirre, dijera de él que se creía Dios. Desde esa
altura, a la que lo elevó su compañera de partido, Ruiz-Gallardón
no cesa de permitirse licencias.
Yo le recuerdo una, por ser acusado de manirroto y de estar
arruinando el Ayuntamiento de Madrid, que reza así: “Haz lo
que debas, aunque debas lo que hagas”. Y, claro es, cuando
abandonó la alcaldía, para convertirse en ministro de
Justicia, Ana Botella, su sustituta, no pudo por
menos que decir que debían hasta de callarse.
Enamoradizo reconocido, y muy dado a ser pasto de las
lenguas de doble filo, expuso su lado más libidinoso, cuando
no tuvo el menor inconveniente en manifestarse como sigue:
“Hay que casarse con el ABC y acostarse con El País”.
Tampoco se me olvidan, dado que yo me he interesado siempre
por la vida política del yerno de Utrera Molina, las
críticas que recibía por obviar las necesidades perentorias
en vista de sus manías de grandeza. Es decir, que le
importaba un pito que no hubiera dinero para ayudar a las
guarderías y, en cambio, no dudaba lo más mínimo en gastarse
una pasta gansa en aceras de granito, puentes de diseño o
modernas fuentes en el Manzanares. Aunque sería absurdo no
reconocerle su apuesta por la infraestructura del metro
madrileño.
Partidario de la injusticia antes que del desorden, lo ha
proclamado hasta la saciedad, el ministro de Justicia ha
estado de visita en Ceuta. Con el fin de entrevistarse con
las autoridades judiciales y darle suma importancia a lo de
la Nueva Oficina Judicial y otras cuestiones relacionadas
con la Administración de Justicia. Pero también, como no
podía ser de otra manera, ha aprovechado la ocasión para
alabar a nuestro alcalde. Porque así se lo había encargado
fervientemente el presidente del Gobierno.
Y nuestro alcalde, más patriótico que nunca, respondía,
embargado de emoción: “Ahora toda la sangre debe de acudir a
la llamada del corazón…”. Repollez de altos vuelos que,
seguramente, avivaría los interiores donde almacena Ruiz-Gallardón
las grandes dosis de cachondeo.
Y el ministro, que se las sabe todas, cuando nuestro alcalde
va y le dice, además, que lo considera “un gestor muy
eficaz”, se pone en plan Beni de Cái y saca a relucir
la guasa gaditana: “Te aplaudo en público, querido Juan,
como me ha pedido el presidente de la Nación que lo haga”.
Emoción a raudales. Lágrimas por doquier.
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