Llevo varios días sin decir ni pío
de nuestro alcalde. Decisión que he adoptado con el fin de
que se deje de creer que la tengo tomada con él. Que me
levanto cada mañana obsesionado con su persona. Que le tengo
una tirria como una catedral. Que mi aversión hacia él no
tiene límites. Acusaciones hechas con el fin primordial de
dar pábulo a mi inquina contra la primera autoridad de
Ceuta. Todo lo cual no es verdad.
Es cierto, que a mí me desagrada sobremanera dorarle la
píldora a los gobernantes; sean éstos del PP o del PSOE. Tan
cierto como que estoy de parte de quienes no se cansan de
proclamar que los actuales gobernantes son sólo mediocres,
ineptos, embusteros, injustos y que lucen sus cargos con una
desfachatez impresionante.
Siendo de tal parecer, comprenderán ustedes que a mí me
cueste lo indecible hacerles cucamonas a los políticos. No
paso de ser educado con ellos. Pero me horroriza caer en la
tentación de reírle cualquier gracia a ninguno de ellos. Y
ellos se percatan inmediatamente de mi forma de ser. Y,
claro es, en cuanto pueden bisbisean maldades contra mí.
Un político curtido en mil batallas, duro como el pedernal,
llamado Luis Vicente Moro, solía decir que bregar
conmigo resultaba tarea difícil. Y hasta, entre bromas y
veras, me motejaba de inquisitorial. De transigir con muy
pocas cosas. Y yo, cada vez que me acusaba de ello, me lo
tomaba a risa.
A risa habría que tomarse, sin duda alguna, los
comportamientos de nuestros gobernantes, si no fuera porque
con sus decisiones son capaces de arruinarles la vida a
muchas personas. Las que han hecho posible que se hayan
ganado la animadversión de la gente, el desdén, la
malevolencia de los ciudadanos. La desconfianza en ellos es
tan absoluta que basta que nuestro alcalde proponga algo
para que se le ponga gran parte de los ceutíes en su contra.
Y es así, pese a que nuestro alcalde es persona afortunada.
Muy afortunada. Puesto que escaso de bagaje político obtuvo
la alcaldía mediante el arte del trueque. Luego, justo es
decirlo, se ha mantenido en el poder gracias a varias
mayorías absolutas. De las que se ha valido solamente para
perpetuarse en la poltrona.
Pero esa forma de afrontar los hechos ya no son rentables
para su partido. Ni para él. Pues se le han ido abriendo
frentes por doquier. Sus filias y sus fobias han ido a más
y, por supuesto, son más conocidas. Y su enorme parcialidad,
favoreciendo a sus amigos de siempre, sirvió para alertar a
cuantos quedaban manifiestamente perjudicados por sus
incomprensibles comportamientos.
Por lo tanto, a partir de ahora, bien haría nuestro alcalde
en reflexionar acerca de cuanto ha hecho mal. Rematadamente
mal. Con el fin de enmendar errores. Que han sido muchos los
cometidos en los dos últimos años. Tal vez, por qué no,
motivado por ese afán suyo de querer rodearse de personas
todas manejables. Para que ninguna se atreva a llevarle la
contraria. Y así le ha ido…
A mí, humilde escribidor en periódico, lo que decida nuestro
alcalde me importa un bledo y parte del otro; es decir, que
me importa un pepino que rectifique su modo de actuar o que
siga cometiendo yerros abultados. Ahora bien, puesto a
elegir, por el bien de los ciudadanos, a mí me agradaría,
sobremanera, que nuestro alcalde, de una vez por todas,
tomara la senda por la que el sentido común transita. Sería,
cómo no, lo ideal. Y a mí no me importaría escribir bien de
sus actuaciones. Así de fácil.
|