Yo no sé si los más jóvenes sabrán
que hubo tiempo en España donde las películas de Boris
Karlof, actor que destacó en el cine mudo, antes de
aparecer como el monstruo de Frankenstein en
Frankenstein, lograban aterrorizar a los espectadores. Entre
los que cundía miedo, susto y hasta pánico. Ni que decir
tiene que las escenas de horror producían insomnio. Y no
crean que semejante trastorno sólo le afectaba a la
juventud.
Ahora, en cambio, una película de Boris Karlof podría estar
basada en los millones de parados de cuarenta años para
arriba, que deben mostrar que están vivos, que han recibido
una limosna por la expropiación, y que están convencidos de
que su exclusión laboral es un hecho tan evidente que les
impedirá volver a dormir a la pata la llana.
Semejante situación, terrorífica a todas luces, la que están
padeciendo en sus carnes millones de personas, no causa, sin
embargo, ni una pizca de temor entre los políticos que nos
gobiernan. Sí, los que nos gobiernan; porque los otros, es
decir, los opositores, socialistas ellos, perdieron las
elecciones por una razón fundamental: porque cometieron
errores gravísimos. Y, claro es, fueron condenados en las
urnas.
La película, que lleva más de dos años en cartel, siendo la
protagonista de prensa y público en todos los rincones de
España, va dejando un reguero de estremecimientos y pavores
causantes de toda clase de estropicios entre quienes salen
cada día a la calle a la búsqueda de un empleo que les
ofrezca la oportunidad de no perder la dignidad. Es decir,
de no delinquir.
Esa dignidad que pedía a gritos, no ha mucho, en un pleno
del Ayuntamiento de Cádiz, la ya famosa Inmaculada
Michinina; vendedora ambulante, ante la mirada iracunda
y vidriosa de la alcaldesa más votada de la capital de una
bella bahía.
Dignidad, hermosa palabra que debiera servir de acicate a
los políticos para poner fin cuanto antes a las escenas de
terror que se están viviendo en innumerables hogares, donde
los parados son varios. Y donde subsisten, muchos de ellos,
gracias a las ayudas que les están prestando sus padres.
Sacrificados, a edad provecta, a fin de que los suyos no
cometan desatinos impropios de una clase media aniquilada en
todos los aspectos.
Por todo lo dicho me resulta de una demagogia apabullante y
desvergonzada, que haya políticos propalando que ellos
también se hallan sometidos a la disciplina de los
sacrificios económicos. Y lo vocean como si estuvieran
repletos de tribulaciones porque son incapaces de cubrir sus
necesidades ni la de los suyos. Como si no supiéramos que,
además de mentir, hacen arte del nepotismo.
Por lo tanto el miedo que nos causaba Boris Karlof,
interpretando a monstruos terroríficos, allá en los tiempos
de Maricastaña, son los mismos o más que los que sentimos
cuando nos acordamos de que hay millones de parados y oímos
chamullar a políticos, poniéndose muy bien puestos, y
haciéndonos el artículo de su presidente, sea éste local o
nacional, sabiendo que todo es farfolla: o sea, cosa de
mucha apariencia y poca entidad.
Y si además uno recibe una nota -ilustrada con foto- en la
que se nos dice que un predicador-político, conocido él,
llega a Conil de la Frontera, por ejemplo, y deja su
presunta huella chapucera e ilegal en la compra de una
casa-chalet, cuyo propietario parece ser que responde al
nombre de Felipe, resulta fácil que se lo coman los demonios
del miedo de la mentira. En rigor: película de terror.
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