Queridos niños del planetario
globo: Permitidme esta pública misiva, a los que sois los
más importantes del orbe y la mejor esperanza de futuro, lo
hago en este mes de noviembre, coincidiendo con vuestro Día
Universal (20 de noviembre), porque espero que la humanidad,
toda ella, reflexione y active un espacio más acorde para la
infancia. Como vosotros, yo también lloro ante tantas
injusticias vertidas, ante una grandeza que no se inclina
ante vos, ante un ambiente que no os permite reír, ante este
tormento que los adultos nos hemos inventado unos contra
otros. Sabemos que, en cada suspiro de vuestra alma, se nos
entrega un abecedario de interrogantes. Tenemos que dar
respuestas a vuestros sufrimientos con urgencia. Necesitáis
hogares donde espigue el amor, plazas por donde poder jugar
a los sueños de la vida, caminos por donde fluya la paz y
los gozos, atmósferas que entiendan vuestra inocencia en
flor y no la comercialicen, espacios de concordia atractivos
para vuestro crecimiento. Mañana será tarde. El tiempo no
corre, vuela, se nos escapa de las manos, y en menos que
lanzamos un aliento, al niño no le hemos dejado ser niño.
Ciertamente, la infancia tiene sus propias maneras de ver,
pensar y sentir. No las trunquemos, que el cariño es para el
chaval como el sol para las flores.
Se dice que este mundo está más cerca que nunca de acabar
con la mortalidad infantil, puede que así sea, pero resulta
que veo que cada día se mueren más niños por causas que se
podrían evitar. Sin duda, ante estas espantosas realidades,
deberíamos acudir en socorro de la infancia y de la niñez
desatendida. Sólo hay que mirar y ver sus penurias. Sois
numerosos los que nos miráis con cara triste, muy triste, y
esa tristeza vuestra se me clava en las pupilas del alma, es
tan fuerte vuestro dolor que percibo muy poca esperanza y
cuantioso desconsuelo. Muchos de vosotros estáis condenados
de por vida a este infierno adultero e irrespirable por su
violencia, a malvivir y a morir de miedo cada noche, a ser
escudos de la guerra y presa fácil para las atracciones del
vicio. Esta mundializada sociedad habla mucho de los
derechos de todos los niños, de todos los seres humanos
menores de dieciocho años, pero la fuerza se nos va por la
boca. La realidad es bien contraria a lo que se dice. En
primer lugar, este planeta se ha vuelto insensible al tener
poca consideración con las personas más indefensas. No
pasamos de los buenos propósitos. Y esto sólo no sirve. Los
niños apenas contáis en este mundo de conflictos, de odios
insalvables y de venganzas. Apenas se os escucha, -ya lo
notáis- , en asuntos que os afectan en primera persona,
según edad y madurez.
Todo es callar, todo se reduce a no poder expresarse, a
sufrir las atrocidades de los adultos. Comprendéis que un
progenitor no es el que da la vida, eso sería demasiado
cómodo, una madre y un padre es el que injerta un
incondicional amor, a pesar de vuestras debilidades, que las
tenéis como nosotros. Por desgracia, sois una riada los
niños desamparados, de los que el mercado quiere adueñarse.
Ahí está el tema de los niños robados. En otras ocasiones,
cuando la familia se disgrega, el dolor se acrecienta.
Parece que estáis siempre en medio de todo, y no lo estáis,
sois víctimas de esta deshumanizada sociedad que nos devora,
y que desgarra a los más indefensos. También formáis parte
de las peores formas de trabajo infantil, de las más
horrendas maneras de discriminación. Las estadísticas son
bien claras. Siguen aumentando el número de niños que viven
en la calle, que se quedan huérfanos de raíces, que no
encuentra calor de hogar entre los suyos, ni protección
social alguna.
Vosotros sois los más perjudicados por esta crisis de
valores que nos inunda. Se os comercializa como si fuerais
una mercancía sin corazón, sufrís las mayores explotaciones,
y esta mundialización que debería ser totalmente incluyente
y equitativa, todo lo contrario, se muestra fría a los
gritos de sus inocentes. Considero, como vosotros, que hemos
perdido energía en la atención y apoyo a tantos niños
marginados, a los que hemos etiquetado como tales, y a los
que no les permitimos levantar cabeza. Se han perdido tantas
buenas intenciones con respecto al bienestar de los niños,
que habría que tomar nuevas acciones en equipo para que
resultaran eficaces, sabiendo que lo que se os dé, en un día
no muy lejano, nos lo devolveréis a la sociedad con creces.
Evidentemente, la mejor manera para hacer buenos a los niños
es hacerlos felices. Lo sabéis también vosotros que así es.
Las familias, los tutores legales y las demás personas
encargadas del cuidado de los chavales, deberían preguntarse
si son felices, y si no lo son, deberían intentar al menos
que lo fueran. El desarrollo de una vida sana va más allá de
los servicios sociales básicos (tan importante como el pan
son las caricias), lo mismo sucede con el acceso a una
educación que va más allá de unos contenidos (tan importante
como la instrucción son los referentes), o el acceso a una
sanidad que también va más allá de unos simples cuidados
(tan importante para la curación es el diagnóstico como el
cariño que se ofrece). Por tanto, esa felicidad interior no
va a depender de la posesión, sino de lo que representa para
sus seres queridos, para la sociedad en su conjunto.
Mientras os creáis perdidos, abandonados a un entorno de
mendigos, difícilmente os vais a sentir amados. Ahí están
las brutales estampas de millones de niños en continuo
sufrimiento, intentando reponerse de situaciones
especialmente complicadas de violencia doméstica o sexual, a
los que habría que proteger con más mimo si cabe. El mundo
cambiará el día que se cree conciencia con la infancia, con
la fragilidad de su vida, para que cada vida que comienza a
vivir, en su familia o en la sociedad, pueda desarrollarse
en un clima gozoso y sereno (como referencia), no en vano el
desarrollo de nuestras facultades es lo que nos da en parte
la placidez.
Terminaré, pues, esta misiva al mejor amor, el de los niños,
advirtiendo que para crear un mundo apropiado a los
pequeños, que sois tan inocentes como vulnerables y
dependientes, pero también curiosos, activos y llenos de
vida, debemos asentar vuestro futuro, no nuestro futuro, en
la armonía. No puede haber un objetivo más humano y noble
que darle a cada niño el poder de sonreír, de sentirse
querido y protegido. Y esto debiera ser prioridad de todas
las naciones. Lo vocifero en vuestro nombre. Un pequeño
gesto de un niño, una insignificante mueca, significa mucho,
para mí es un auténtico motor vital. Por tanto, pongámonos
los efectivos recursos necesarios, sin obviar los afectivos,
para darle a cada niño el futuro de tranquilidad que se
merece; y aplaudiremos con énfasis tan alta emoción. El
triunfo será fácil constatarlo, se podrá evaluar con las
existencias que se salven y las vidas que se mejoren. Con
razón, todos los niños, reconocen a sus ascendientes o
cuidadores, por la sonrisa vertida en su oído.
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