Imagínese usted, aunque sea por
breves momentos, que es el director comercial de una empresa
de alto copete o bien de entidad bancaria consagrada en el
mundo entero. Y, por tanto, está usted al frente de un grupo
de personas encargadas, entre otras muchas cosas, de vender
lo mejor posible sus productos.
Imagínese que, una vez oídas todas las opiniones de los
profesionales que le prestan asesoramiento, a usted le toca
decidir quién es la persona adecuada para que se convierta
en el propalador de lo que ustedes ya venden o quieren
vender.
Imagínese que, una vez vistas todas las propuestas, y tras
estudiar atentamente el asunto, atendiendo a sus pros y sus
contras, usted, con el beneplácito de todos sus ayudantes,
acepta que el elegido para anunciar las bondades,
verbigracia, de su banco, sea un portero de fútbol famoso y
que, además, es el clásico guaperas que requiere el arte de
la seducción pública.
Pero usted, hombre de mundo, que está al tanto de la calle y
cuya amistad con editores de medios de comunicación,
directores y periodistas relevantes, con los que suele
reunirse cada dos por tres, antes de comprometerse a que el
guardameta sea la mejor imagen de su banco, no ha dudado en
manifestarse así: “Oye, ese portero no juega. Es suplente.
Por lo que me parece muy arriesgado apostar por él como
hombre anuncio de nuestra entidad”.
Y, ante dudas tan de cajón, interviene el director de un
medio deportivo madrileño, para poner las cosas en su sitio.
Y lo hace pontificando: “En cuanto se vaya Mourinho,
algo que doy por hecho, llegará Ancelotti y
Casillas será titular indiscutible”.
Y usted, director comercial, da por bueno lo que, como
dogma, le ha dicho el director de un medio deportivo que, a
su vez, llega a la reunión acompañado de otro personaje
perteneciente al consejo de administración del periódico. En
suma: que el portero firma ese contrato de publicidad a
precio de oro.
Meses más tarde, cuando ya no había posibilidad de romper
los acuerdos entre partes, es decir, entre la entidad
bancaria y el cancerbero, el preparador de porteros decide
que Diego López, amén de ser mejor técnicamente, es
más alto y está en mejores condiciones físicas. Y Ancelotti,
cuya confianza en Vecchi es absoluta, le hace caso. Y
usted, naturalmente, se queda chasqueado, decepcionado,
desilusionado y piensa, inmediatamente, que ha sido objeto
del timo de la estampita. Algo intolerable. Y que tiene
consecuencias desagradables en el círculo de más poder de la
entidad, compuesto por personas que nunca suelen olvidar las
meteduras de pata de tamaño calibre.
A partir de ese momento, en el cual López es titular, los
teléfonos echan humo y se suceden las conversaciones y se
llega a la conclusión de que todo se puede arreglar mediante
una campaña ‘sobrecogedora’ contra el muchacho nacido en
Paradela (Lugo). A la par que el ahijado de Del Bosque
se convierte en un Jeremías.
Así, menospreciando el hacer de DL, y exaltando virtudes del
muchacho más querido por todas las suegras de España,
lograron que Ancelotti prescindiera del gallego en los
torneos coperos. Lo cual no ha satisfecho a los
‘sobrecogedores’ del periodismo deportivo, que aún siguen
erre que erre contándonos el cuento del alfajor sobre
Casillas. Lo mejor del caso, sin duda alguna, es haber
descubierto que López tiene nervios de acero. Algo que le
permite soportar la malévola campaña con estoicismo. Es
decir, con firmeza y serenidad. Dando la impresión de que
está hecho de hielo.
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