De cuando en cuando, creo haberlo
escrito alguna vez, me agrada sobremanera situarme frente a
los anaqueles de una estantería de mi modesta biblioteca,
para elegir un libro al azar, con los ojos cerrados y
mediante el firme compromiso de leerlo, fuera cual fuere, en
el menor tiempo posible.
Recuerdo que todo empezó como una especie de juego. Si bien
llevaba implícito un ejercicio de voluntad. Porque hay que
tenerla a raudales para leerse doscientas o trescientas
páginas de un texto ya leído y que no lo merezca.
El jueves pasado, sin embargo, la suerte estuvo conmigo.
Pues cayó en mis manos “Así está España”: título del libro
publicado en 1988 por Emilio Romero. Analista político
excepcional, periodista, escritor y capaz de elegir la
palabra justa y la frase perfecta para hacer de sus
adversarios burla o sarcasmo, según le dictara su
objetividad fría e implacable.
Por lo que viernes, cuando la tarde estaba casi a punto de
convertirse en noche, yo estaba ya leyendo la última página
(215) de un libro dedicado enteramente a la Política
Española, que comienza con la muerte de Franco y llega hasta
1986. Y, tras tomarme un respiro, decidí espigar parte de un
capítulo del maestro Romero en el cual trata sobre la
seducción pública.
ER, de quien se rumoreaba que era enamoradizo a tiempo
completo, decía que una cosa portentosa en nuestro país son
los semblantes y las características de las personas, en
razón de las ideas políticas, y ponía, entre otros ejemplos
de aquella época, a Rosa María Mateo –tan buena locutora de
Televisión- y a Ángeles Caso. De la primera escribe así:
“Tiene cara de izquierdas y puede ir a una manifestación,
entre Nicolás Redondo y Marcelino Camacho. De la segunda
–que manifiesta no saber las ideas que asume- tiene todas
las características para ir en una manifestación de
derechas”.
Hace mención, además, de cómo las barbas, en los comienzos
de la transición eran de la izquierda, pero que ya se iba
viendo barbas en chicos o en políticos de la derecha, que
les ponen encima unas características de progresismo.
También resalta el talante como una cosa muy importante en
la identificación política. Entiéndase talante, según la
segunda acepción del diccionario, por semblante y aspecto;
así que un derechista se aparecía antes como moderado,
pálido, sonriente, a veces guapo, y bien educado. El
izquierdista, en cambio, era moreno, iracundo, crispado,
bajo de estatura, a veces con los ojos azules, mal trajeado
y soñador. Y, en cuanto lo crea conveniente, contaré las
diferencias que veía don Emilio entre mujeres de izquierda y
de derecha.
Uno piensa también que los tiempos fueron cambiando y los
talantes se fueron aproximando hasta llegar al extremo de
que pocos distingos se pueden hacer ahora de las ideas
debido a la facha que presenten los políticos.
Pese a ello si Juan Vivas se dejara la barba, que ya la
lució en su día, y se vistiera con camisas a cuadro y
pantalones vaqueros, podría muy bien volver a la calle de Daoíz pidiendo ser aceptado como militante socialista. Algo
que, al parecer, solicitó en su día con la pinta descrita. Y
por la misma razón, o sea, por cómo es su talante actual,
José Antonio Carracao podría ser admitido en la sede
popular. Juan Luis Aróstegui, en cambio, sigue creyendo que
vestirse con ropas de pobre, pero de marca, le proporciona
ese porte de rebelde sin causa a punto de echarse al monte.
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