Habiendo yo leído, no sé dónde,
que la economía es una ciencia rara y antojadiza. Y que
hasta el más indocumentado de los hombres dispone de datos
suficientes para dar por buena la conocida sentencia que
asegura que los economistas son unos profesionales a los que
se educa casi a la perfección para encararse con una crisis
que ya ha pasado, se me ocurrió escribirlo en noviembre de
2011. Y me gané la consiguiente regañina por parte de la
persona que vela por los intereses del Colegio de
Economistas de Ceuta. Y que yo acepté con buen talante.
Pasados dos años de aquella mi opinión, y debido a que los
seis millones de parados apenas decrecen, tengo la impresión
de que los economistas pertenecientes al Gobierno de la
nación son del mismo parecer que lo era el profesor Hayek,
premio Nobel de Economía si no me falla la memoria. Quien,
dejándose llevar por su liberalismo extremo, se le ocurrió
decir que contaba con la solución para acabar con la crisis
económica mundial de aquellos años ochenta. La idea que
Hayek tenía era la de provocar un paro obrero ingente, del
orden de la mitad de la población activa, sobre poco más o
menos, lo que, a su juicio, resolvería la situación crítica
en un tiempo milagroso.
Aunque la lumbrera austriaca, pues Hayek había nacido en
Friburgo, se dejó decir que, para los gobiernos más tímidos
en la aplicación de las medidas liberales, él proponía un
paro más modesto (¿un 30%, por ejemplo?) durante algo más de
tiempo. Para el ilustre economista, la política
gubernamental de intentar mantener el paro en términos
realmente moderados no significaba más que prolongar
indefinidamente la crisis.
En vista de que los números de parados en España siguen
estando más cerca de los seis millones que de los cinco, se
ha llegado a la conclusión de que los economistas del
Gobierno siguen comulgando con las tan liberales ideas ya
reseñadas por más que las cifras del paro sean ya
monstruosas. Cifras de paro de las que la ministra de
Trabajo, Fátima Báñez, habla como si se tratase no
más que de un aséptico dato estadístico que se considera a
la hora de prevenir el almanaque del año.
El pánico de los parados, al cual nos hemos referido tantas
veces, incluye situaciones como la desesperación, la pérdida
del hábito de trabajo, la tragedia de unos subsidios
insuficientes e incluso inexistentes, la delincuencia ceñida
y vinculada a la miseria y demás evidencia de análogo
talante que son hoy, y por desgracia, de una absoluta
realidad que no se puede negar.
Un paro como el actual, donde hay innumerables personas con
edades que nunca más volverán a encontrar empleo, podría
llegar a quebrar una sociedad que nos ha costado mucho
construir y no poco defender contra todo tipo de aventuras y
milagrerías, de odios y violencias. Y, desde luego, como ya
decía José Camilo Cela, conviene recordar que con las
cosas de comer no se juega y que el estómago del prójimo, el
bandujo de los demás, es sagrado.
Tan sagrado como para que un hombre sin trabajo vaya de un
lado a otro de la casa como un perro abandonado. Un hombre
que deambula angustiado porque no halla tajo para ganarse el
sustento de los suyos. Lo cual es una tragedia. Que no deja
de ser el conocimiento del terrible futuro que le espera a
él y a su familia.
Cuando se aproximan las fechas donde las depresiones se
recrudecen, por motivos muy conocidos, estar parado es un
infortunio, una desdicha, una desgracia, un desastre…
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