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OPINIÓN - MARTES, 5 DE NOVIEMBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dudas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Corría el año 2006. Faltaban pocos meses para que se produjera el fallecimiento de Elena Sánchez en la habitación de un hotel de Madrid, cuando acompañada por Francisco Márquez, a la sazón director gerente de la Empresa Municipal de la Vivienda, tenía que acudir a una reunión en el Ministerio de Fomento.

La burbuja inmobiliaria, entonces, estaba a punto de hacer crash. Aunque todavía el negocio parecía estar floreciente. En Ceuta, delegados y encargados de grandes empresas constructoras solían reunirse en la cafetería del Hotel Tryp. Y allí, mezclados con consejeros pertenecientes al gobierno del PP, formaban corrillos y hablaban de lo divino y lo humano.

De entre los delegados importantes de constructoras que laboraban en la ciudad había uno que descollaba por encima de los demás. Llevaba muchos años ejerciendo de maestro de ceremonias, tenía don de gentes, y sabía cómo agasajar a los recomendados por el poder político.

La persona a la que me refiero caía la mar de bien a la primera de cambio. Era de hablar sigiloso, y muy atento a mantener las mejores formas, así que su decir entraba tan bien como los buenos vinos. Si bien es cierto que su mesura producía el efecto contrario entre quienes no somos propensos a dejarnos llevar por quien hace alardes de moderación a granel.

Un día, sin embargo, aprovechando que yo era el único cliente que me hallaba en la barra de la cafetería del Tryp, no dudó en abordarme para mostrarse como era en realidad: un conseguidor de personas que pudieran servir a su causa. Tras los saludos de rigor, me dijo: “Los políticos cada día piden más y más dineros para sufragar los gastos de las elecciones y hasta para quedarse con parte de ellos…”.

Tuve la impresión de que aquel delegado de una gran empresa constructora había salido muy cabreado de una reunión con personal del Ayuntamiento. Se le notaba a la legua. Por más que él, con su parsimonia, sin salirse de su habitual templanza, sonriera, y carraspeara, antes de decirme que había decidido dejar de pagarle un sobresueldo a un periodista de la ciudad, cuyo nombre no mencionaré, para dármelo a mí.

Lo miré de arriba abajo. Cómo sería mi mirada, que aquel hombre, cuya personalidad no podía ponerse en duda, estuvo a punto de darse el bote sin decir ni adiós. Conque durante unos minutos, que se le debieron hacer eternos, no supo articular palabra alguna. Y allí, haciendo morisquetas nerviosas, se mantuvo hasta que a mí se me ocurrió sacarlo del atolladero con recursos adecuados al momento que estábamos viviendo.

Y fue entonces, tras recuperarse de su imprudencia, cuando decidió ponerme al tanto de cuestiones relacionadas con las financiaciones ilegales. Me habló de las mordidas y de las grandes apetencias de algunos políticos cuando de trincar dinero se trataba. Mientras yo le escuchaba con suma atención. Si bien creo que logré no mostrar sorpresa alguna por sus confesiones.

Poco tiempo después, me enteré de que aquel hombre me había puesto verde. Por el mero hecho de dármelas de honrado, según les dijo a sus conocidos. Ahora bien, cada vez que se anuncia una gran obra en la ciudad, por parte de nuestra primera autoridad, como es el caso de La Marina, a mí se me viene a la memoria todo lo que me contó aquel delegado de una gran empresa constructora y me entran las dudas: dudas, sí, muchas dudas.
 

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