Los taxistas suelen ser poco
habladores pero sí capaces de escuchar atentamente a los
clientes. Los profesionales del taxi no se cansan de decir
que se aprende más oyendo con atención que predicando. Y a
fe que lo demuestran con sus silencios. Cierto que habrá
excepciones, cómo no, pero son mayorías quienes optan por
hablar lo justo cuando se traba conversación con ellos. Y,
cuando preguntan, lo hacen como quien no quiere la cosa.
Uno, tras haber vivido ya más de tres décadas en esta
tierra, tiene a gala airear que a mí los taxistas me han
tratado siempre la mar de bien. Así que creo a pies
juntillas que los veteranos han sido mis mejores avalistas
ante los jóvenes. Por consiguiente, cuando me subo a un taxi
tengo la impresión de ser bien recibido.
Días atrás, el taxi que solicité venía conducido por alguien
que lleva en la profesión desde que el mundo es mundo y
todavía está currelando. Hacía tiempo que no coincidíamos.
Aunque el taxista dice que me ve todos los días en la
contraportada de ‘El Pueblo de Ceuta’. Y debo reconocer que,
en esta ocasión, fue él quien, debido a nuestra añeja
amistad, tomó las riendas de la conversación.
-Hombre, Manolo, debo manifestarte que la gente habla
y habla de cuanto escribes sobre Juan Vivas. Y sé,
porque se lo oí decir a una persona muy allegada a él, que
hay veces que tus críticas lo ponen de tan mal humor que no
hay cojones de aguantarlo… Vamos, que disparata lo suyo. Y
como el berrinche le dura su tiempo, luego, pasadas unas
horas, se queda apampláo…
Y yo, cuando oigo la palabra apampláo, tan de ‘El habla de
Cádiz’, me acuerdo de ese farmacéutico, tan apreciado por
mí, y que tanto gusta de El lenguaje andaluz. De apampláo
–‘atontado’-, dice lo siguiente Pedro M. Payán
Sotomayor, doctor en filología Románica, y profesor
titular de la Universidad de Cádiz:
-Sin referencias de ningún tipo. Tal vez –se nos ocurre-
tenga relación con pan, sobre todo si tenemos en cuenta que
está situado en un grupo funcional en el que son abundantes
los términos que hacen alusión a alimentos: paniza,
polvorón, torta, torrija, tostá. Y termina con este ejemplo:
“Este niño está apampláo”.
Y uno, inmediatamente, cae en la cuenta de que a nuestro
alcalde más que los disgustos que le podamos dar quienes no
escribimos a su dictado, lo que lo pone cambembo, tradúzcase
por trastornado, es que hasta hace nada era llevado bajo
palio por aduladores y pelotas que le hicieron creer que era
el no va más de la política. Alguien con capacidad sobrada
para ser tenido como la mayor cabeza de huevo del Partido
Popular. Y, claro, le está costando lo indecible aceptar que
anda escaso de bagaje para hacerse tamañas ilusiones.
Tampoco es menos verdad que a nuestro alcalde lo que más
daño le hace es hacer de asustaviejas. Ponerse atrabiliario:
irascible e irritable contra quienes no aceptan sus camamas.
Pues deja traslucir su verdadera personalidad: tan similar a
la de aquel otro alcalde de esta ciudad, de tan nefasto
recuerdo, cuyo carácter variable, iracundo y tonante sólo se
afirmaba con la posesión del poder.
A nuestro alcalde, debido a que quiere continuar siéndolo,
le vendría muy bien hacer examen de conciencia. Y salir de
él libre de esa reconcomilla –remordimiento- por las malas
acciones perpetradas contra cuantas personas no son de su
agrado. De no hacerlo, día llegara, por mucho poder que
atesore, en que reciba julepe –castigo-. El que le hará
largarse. Con o sin disimulo.
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