Doce años lleva nuestro alcalde
dirigiendo los destinos de esta ciudad. Que ya son años. Y
le ha cogido tanto gusto al cargo que ha empezado ya a
hacerse el artículo para que lo elijan otra vez. Nuestro
alcalde ha comenzado ya su campaña electoral. Con tanta
antelación como con ganas de amedrentar a quienes pongan en
duda que él ha nacido para conducir a este pueblo por la
senda del bien.
Nuestro alcalde, que tantas veces se ha distinguido por
criticar el maniqueísmo, no ha tenido el menor reparo,
últimamente, en propalar que los malos de esta ciudad son
los que han emprendido una campaña de descrédito contra él y
los suyos. Los suyos, liderados por él, son los buenos; los
malos, en cambio, son personas detestables, rebosantes de
rencor y contra las que tomará las medidas oportunas por ser
todas de baja estofa moral. Así que la división entre buenos
y malos está ya servida. Y es que no hay nada como
evolucionar: ¿verdad, alcalde?
La evolución de nuestro alcalde no ha reparado en algo que
es de cajón: que hay innumerables votantes que llevan ya
mucho tiempo padeciendo de hastío del hábito. Es decir, de
verle a él tantísimo tiempo sentado en una poltrona desde la
que ordena y manda premiar a sus amigos a la par que es
partidario de darles por retambufa a quienes no doblen la
cerviz ante su presencia. Y éstos han empezado a tomar sus
precauciones.
Por consiguiente, en vista de que nuestro alcalde se ha
precipitado en principiar su campaña electoral, tanto
anunciando obras faraónicas como discurseando sobre los
malvados que tratan de apartarlo de la vida política, lo que
ha conseguido es que sus absurdas declaraciones se hayan
convertido en un auténtico bumerán.
Conque ya se habla de que Vivas se ha hecho acreedor a un
voto de castigo; de su enorme desgaste; de sus líos
administrativos; de la cantidad de personas que ha dejado en
la estacada y, naturalmente, de que su decadencia como
político es evidente y que se ha iniciado su cuesta abajo.
Lo siguiente es que se le pierda el respeto.
Días atrás, disfrutando de un café en la terraza de una
cafetería situada en la avenida López Sánchez-Prado, fuimos
seis las personas que estuvimos charlando durante una hora.
Debo decir, cuanto antes, que todas eran votantes del PP y
hasta dijeron haber tenido a Juan Vivas situado en el altar
de sus predilecciones políticas.
Pues bien, abierto el debate de lo que viene sucediendo y,
sobre todo, de la absurda salida de tono de nuestro alcalde
cuando lo de la reunión interparlamentaria (o sea, aquel día
en que la alcaldesa de Cádiz le hizo una higa al alcalde de
Ceuta y le envió a cuatro secundarios de la política
andaluza, para que le regalaran el oído), alguien se expresó
de tal guisa:
-Mira, Manolo, aquí lo que empieza a cundir es el
desencanto. Estar desencantado es una postura atractiva e
incluso elegante que supone haber optado durante años por la
baza ganadora, al tiempo de mostrar a todos que lo que se
rechaza es algo que pertenece ya a la historia. En este
caso, la victoria de los otros no se producirá por más que
los desencantados seamos muchísimos. No obstante, bien haría
nuestro alcalde, como dices tú cuando te refieres a él, en
darse cuenta de que está destinado a perder muchos votos.
Prueba manifiesta de ese ocaso suyo. Que ha empezado ya.
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