Han decidido homenajearse a sí
mismos organizando homenajes a otros o montándose
espectáculos políticos o bien acontecimientos religiosos.
Cualquier motivo es bueno para darse pote de lo que son: dos
monterillas con unas ganas locas de hacerse ver a cada paso
y de figurar como si fueran dos lumbreras de la vida
pública.
El alcalde de Algeciras y el de Ceuta no saben ya lo que
inventarse para hacerse notar. Y, sobre todo, para
discursear de modo y manera que más bien parecen dos
mantenedores de juegos florales, propios de los años de
Maricastaña. En los que se hablaba nada más que de Dios, de
la Patria, de la Santísima Trinidad y de la unidad de los
hombres.
De seguir así, destacando en tan agradecido menester, no me
extrañaría que ambos fueran solicitados para amenizar
fiestas por todos los pueblos del territorio nacional, como
suelen decir los tontos con pedigrí. Formarían, cómo no, una
pareja extraordinaria para acometer tan ruda tarea, rudo
trajín el de mover mozas y tópicos por la espléndida y
áspera España.
De vivir Francisco Umbral, no tengo la menor duda de
que les haría la columna que merecen estos dos poetas
marineros. Quienes parecen personajes nacidos de la mente de
Rafael Alberti.
En esta ocasión, con motivo del hermanamiento entre
hermandades patronales, celebrado el sábado pasado en
Algeciras, nuestro acalde, quizá porque sabía que el
discurso de su homólogo algecireño iba a ir por derroteros
de olas cristalinas, de salitres perfumados, de mares que
unen, de arenas blancas, de convivencia y multiculturalidad,
decidió que no le convenía repetirse. Y resolvió actuar como
un cura.
Conque convirtió el estrado en púlpito y se lanzó en tromba
a sermonear a todos los que habían asistido al acto
institucional en el Ayuntamiento de Algeciras. Habló de
sentimientos, de rezos diarios, de vida religiosa, de
devociones, de corazones henchidos de gozo, mediante lazos
de todos los colores. Sin caer en la cuenta de algo
fundamental: que la gente, cuando habla un político lo que
quiere es encontrarse con un político y no con el párroco de
su pueblo.
Quién le iba a decir a nuestro alcalde que, a la vejez
viruela, se iba a dar cuenta de la importancia que tiene
creer en la utilidad de la religión. Cuando él nunca había
dado la menor prueba de sentirse cómodo discurseando sobre
ella.
Pero dado que su credibilidad va disminuyendo a pasos
agigantados él sabe perfectamente que ha de usar todas las
triquiñuelas posibles para seguir manteniéndose en la cresta
de la ola como alcalde. Aunque sea a costa de hacerse pasar
por alguien que lleva toda la vida rogándoles a todos los
santos que lo conduzcan por camino donde no existe el menor
ápice de maldad.
Camino donde no tienen cabida las puñaladas traperas; las
decisiones tomadas a sabiendas de que no son de recibo; la
persecución de quienes no le rinden pleitesía; ni las
declaraciones de un alcalde que se inventa enemigos
acérrimos a los que trata de poner en la picota. En suma:
que su sermón en el Ayuntamiento de Algeciras, el sábado
pasado, nos ha mostrado a un nuevo Vivas. Con una prédica
que hubiera firmado cualquier cura. No sean mal pensados.
En lo tocante a Landaluce, alcalde de Algeciras, debo decir
que su perorata, festoneada con comparaciones y metáforas
marineras, me dio la impresión de haber sido calcada de un
parlamento de su amigo Vivas. Y quien la copia…: queda a la
altura del betún.
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