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OPINIÓN - MARTES, 29 DE OCTUBRE DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Landaluce y Vivas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Han decidido homenajearse a sí mismos organizando homenajes a otros o montándose espectáculos políticos o bien acontecimientos religiosos. Cualquier motivo es bueno para darse pote de lo que son: dos monterillas con unas ganas locas de hacerse ver a cada paso y de figurar como si fueran dos lumbreras de la vida pública.

El alcalde de Algeciras y el de Ceuta no saben ya lo que inventarse para hacerse notar. Y, sobre todo, para discursear de modo y manera que más bien parecen dos mantenedores de juegos florales, propios de los años de Maricastaña. En los que se hablaba nada más que de Dios, de la Patria, de la Santísima Trinidad y de la unidad de los hombres.

De seguir así, destacando en tan agradecido menester, no me extrañaría que ambos fueran solicitados para amenizar fiestas por todos los pueblos del territorio nacional, como suelen decir los tontos con pedigrí. Formarían, cómo no, una pareja extraordinaria para acometer tan ruda tarea, rudo trajín el de mover mozas y tópicos por la espléndida y áspera España.

De vivir Francisco Umbral, no tengo la menor duda de que les haría la columna que merecen estos dos poetas marineros. Quienes parecen personajes nacidos de la mente de Rafael Alberti.

En esta ocasión, con motivo del hermanamiento entre hermandades patronales, celebrado el sábado pasado en Algeciras, nuestro acalde, quizá porque sabía que el discurso de su homólogo algecireño iba a ir por derroteros de olas cristalinas, de salitres perfumados, de mares que unen, de arenas blancas, de convivencia y multiculturalidad, decidió que no le convenía repetirse. Y resolvió actuar como un cura.

Conque convirtió el estrado en púlpito y se lanzó en tromba a sermonear a todos los que habían asistido al acto institucional en el Ayuntamiento de Algeciras. Habló de sentimientos, de rezos diarios, de vida religiosa, de devociones, de corazones henchidos de gozo, mediante lazos de todos los colores. Sin caer en la cuenta de algo fundamental: que la gente, cuando habla un político lo que quiere es encontrarse con un político y no con el párroco de su pueblo.

Quién le iba a decir a nuestro alcalde que, a la vejez viruela, se iba a dar cuenta de la importancia que tiene creer en la utilidad de la religión. Cuando él nunca había dado la menor prueba de sentirse cómodo discurseando sobre ella.

Pero dado que su credibilidad va disminuyendo a pasos agigantados él sabe perfectamente que ha de usar todas las triquiñuelas posibles para seguir manteniéndose en la cresta de la ola como alcalde. Aunque sea a costa de hacerse pasar por alguien que lleva toda la vida rogándoles a todos los santos que lo conduzcan por camino donde no existe el menor ápice de maldad.

Camino donde no tienen cabida las puñaladas traperas; las decisiones tomadas a sabiendas de que no son de recibo; la persecución de quienes no le rinden pleitesía; ni las declaraciones de un alcalde que se inventa enemigos acérrimos a los que trata de poner en la picota. En suma: que su sermón en el Ayuntamiento de Algeciras, el sábado pasado, nos ha mostrado a un nuevo Vivas. Con una prédica que hubiera firmado cualquier cura. No sean mal pensados.

En lo tocante a Landaluce, alcalde de Algeciras, debo decir que su perorata, festoneada con comparaciones y metáforas marineras, me dio la impresión de haber sido calcada de un parlamento de su amigo Vivas. Y quien la copia…: queda a la altura del betún.
 

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