Dadme cretinos optimistas –decía
un político a Juan de Mairena, personaje apócrifo de
Antonio
Machado-, porque ya estoy hasta los pelos del pesimismo de
nuestros sabios. Sin optimismo no vamos a ninguna parte.
-¿Y qué diría usted, de un optimismo con sentido común?
-¡Ah, miel sobre hojuelas! Pero ya sabe usted lo difícil que
es eso, amigo Mairena.
Semejante deseo lo anda pidiendo a gritos Cristóbal Montoro,
ministro de Hacienda, que además se lamenta de que se niegue
la salida de la crisis; pero los españoles con sentido común
no están ahora mismo en condiciones de ser optimistas. Pues
con el bandujo vacío no hay humano con capacidad de entender
o juzgar con lógica las decisiones que toman unos políticos
cuyo prestigio anda a ras de suelo. Ni mucho menos creerse
sus mentiras.
Dejo a Montoro, especialista en meter la pata hasta el
corvejón, cada dos por tres, y corro a centrarme en nuestro
alcalde. Quien ha vivido muchos años convencido de que a su
alrededor sólo había cretinos optimistas, que se bebían los
vientos por él, debido sobre todo a su verbo florido.
La pena es que a nuestro alcalde, facundo y parlotero, nadie
le dijo a tiempo que aburría con su locuacidad y sobre todo
que siempre ha estado escaso de argumentos para convencer a
los menos de que las decisiones que tomaba eran las
correctas.
Ha vivido nuestro alcalde tantos años amparado en esa
creencia casi generalizada de que era un hombre bondadoso,
afable, cordial, cercano… Repleto de cualidades suficientes
como para encandilar a tirios y troyanos, que hasta quienes
pensaban lo contrario empezaron a preguntarse si no estaban
equivocados y la bonhomía de la primera autoridad era
auténtica y no fingida.
Como sé que él tiene buena memoria, me refiero a nuestro
alcalde, recordará que un día le pregunté por ciertas
actitudes suyas y me respondió con celeridad que los años le
habían ayudado a evolucionar en la misma medida que,
posiblemente, lo habrían hecho conmigo.
Pero su evolución, que sí se ha producido, ha consistido en
ir perfeccionando, cada vez más, esa acción conocida como
puñalada trapera. Para entendernos. Mala jugada, mala
pasada, que ha ido aplicando a personas cuyos nombres están
en la punta de la lengua de todos los ceutíes que hayan
venido mostrando interés por el desenvolvimiento de la vida
política local.
Lo hablaba yo el lunes pasado con un personaje importante de
esta ciudad. Alguien versado en diferentes materias y con
suficiente categoría como para hablar al respecto. Y con
quien hubo momentos en los que discutí agriamente porque él
defendía a nuestro alcalde por encima de todas las cosas. Y
se expreso así:
-¡Qué desengaño me he llevado, Manolo! Y pensar que hubo una
época en la que llegué a creer que tú la tenías tomada con
él. Y ahora, debido a que el tiempo nos pone a todos en
nuestro sitio, debo decirte que llevabas razón en algunas
cosas que han sucedido para que estemos viendo lo que
estamos viendo... Y acabó su reconocimiento así: “¿Cómo es
posible que este hombre, que fue tenido como modelo original
de todo lo bueno, se halle sometido a la voluntad de Juan Luis Aróstegui y compañía…?”.
Fácil, amigo: porque Juan Vivas está convencido de que en
esta ciudad hay muchos tontos del bote y también de
nacimiento; amén de optimistas. Por tenerlo a él como
alcalde.
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