Cuando el otoño está a punto de
hacerle una higa al veranillo de San Miguel, resulta que
nuestro alcalde es víctima de un sofoco que le ha dado por
hacer discursos ardorosos destinados a mover el ánimo de los
oyentes. Así que se nos ha convertido en un soflamero de
poca monta. Capaz de inventarse enemigos para darse pote de
estar perseguido por ser una autoridad con brío y capacidad
de mando para poner a los malvados íntimos en su sitio. En
el sitio, donde según él, ‘no se toca bola’. Vulgar
expresión usada para airear que tales íntimos no formarán
parte de quienes viven a expensas de las prebendas
repartidas a dedo por él.
El dedo de nuestro alcalde trata de imponerse con una
locuacidad tirana. Tal vez incitado por alguien muy cercano
a él y que está dando muestras de inducirlo por la ladera
conducente a la sima donde se purgan los despropósitos. Con
fines interesados. Por supuesto que sí. Porque es algo que
se ve a mil leguas.
De los tiranos se ha dicho y escrito hasta aburrir. Pero yo
me aprendí de memoria lo que no cesaba de comentar al
respecto un militar de alta graduación con quien solía
hablar muy a menudo: “Cuando uno sufre la tiranía, viene
legitimado a exigirle al tirano una mínima seriedad, no para
justificar una conducta que es injustificable, sino para que
el drama de sus oprimidos no sea por parte de alguien que no
deje de ser un payaso”.
De nuestro alcalde, a quien me precio de conocer algo, lo
que menos me esperaba yo es que fuera a extraviarse de la
manera que lo está haciendo; es decir, propalando chorradas
tras chorradas que me obligan a repetirme: de seguir
discurseando, tal y como lo viene haciendo, será tomado a
chufla.
Y lo peor que puede ocurrirle a un político no es que nos
enfademos con él, sino que comencemos a no tomárnoslo en
serio. Nuestro alcalde se está ganando a pulso que la gente
lo tome a chacota. Y a mí me da mucha pena verlo pasar por
el trance de la burla continuada. Y todo porque le ha dado,
últimamente, por hablar demasiado para decir mogollón de
tonterías.
Las tonterías de nuestro alcalde parecen más bien
tribulaciones de un anciano a quien, con todos mis respetos,
no le funciona la chaveta por razones obvias. No obstante,
en el caso de nuestro alcalde, con 60 años de edad, y tan
dado a manifestar que está en el mejor momento de su vida en
todos los aspectos, no son de recibo.
Verbigracia: al margen de las bobadas que viene declarando
sobre el contubernio existente en la ciudad para obligarle a
que deje de ser alcalde, Juan Vivas no para de
decirnos que está lampando por presentarse a las próximas
elecciones. Y que si lo hace es porque lo considera
necesario para los ceutíes; pues qué sería de ellos si él
decide no hacerlo en 2015, estando la situación como está.
He aquí, por tanto, un ejemplo evidente de una personalidad
ególatra. Lo cual no me extraña. Ya que siendo nuestro
alcalde tan afrancesado, se siente como una especie de
Luis XV, Rey de Francia y responsable de la frase Après
moi, le dèluge. O lo que es lo mismo: “Después de mí el
diluvio”.
En suma: cuando los problemas de la ciudad son tantos como
tantos hay en toda España, nuestro alcalde pierde el tiempo
amenazando a los que él cataloga de ‘amigos íntimos’ por
haber dejado de hacerle la ola. Y, por si fuera poco, ha
comenzado su campaña electoral con dos años de antelación.
Las prisas de nuestro alcalde son tan risibles como
sospechosas.
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