Hace más de un mes, hubo una
celebración en el Hotel Tryp, en el salón de actos del
edificio, a la que acudieron autoridades civiles y
militares. Allí estaban todos los miembros del gobierno
local. Con nuestro alcalde a la cabeza.
Aburridos de oír tonterías en el reseñado salón, tres
concejales populares decidieron quitarse de en medio,
durante cierto tiempo, y se vinieron a la sala de estar del
establecimiento para largar a calzón quitado. Así me lo
dijeron ellos.
Porque fue verme, hablando en recepción con un empleado, y
les faltó tiempo para reclamar mi presencia. Y allá que me
uní a ellos con la intención de saber cómo estaba el patio
en aquellos momentos de confusión por culpa de la recogida
de la basura.
Debo decir que se fueron de la mui sin miramiento alguno.
Sin preocuparse lo más mínimo de que pudiera haber alguien
con el oído presto. Y, sobre todo, mostraron una confianza
ciega en mí. Ya que daban por descontado que nunca sus
nombres saldrían de mi boca.
Apenas llevábamos unos minutos charlando, cuando uno de los
concejales me hizo la siguiente pregunta: “¿Te fiarías tú de
Vivas si estuvieras en nuestro sitio?”. “A mi edad,
yo no suelo fiarme ya ni siquiera de quienes han dado
muestras evidentes de ser creíbles”. “Es digno de crédito el
que tú llamas nuestro alcalde”, dijo otro. “Para mí no. Pero
ello es algo que lo deduje hace bastantes años. Quizá porque
a mí nunca me fue bien relacionarme con él. Y no será porque
no he hecho de tripas corazón para ver si podía cambiar la
situación”. El tercer concejal fue más lejos y no dudó en
describir a JV como hombre de natural desconfiado, suspicaz
y vengativo. Y se refirió a él como alguien que ha llegado a
un punto en el cual mira por encima del hombro a los débiles
y se cuadra ante los poderosos.
A mí, lógicamente, se me ocurrió inquirir las razones que
tenían ellos para permanecer en un gobierno a cuyo frente
estaba una persona a la que no apreciaban mucho. Pregunta
edulcorada para no herir susceptibilidades.
Y las respuestas fueron tibias. Y es que no podían ser de
otra manera. Lo que no les dije es que había que tener
muchas ganas de ser concejal como para formar parte de un
equipo de gobierno presidido por un alcalde-presidente al
que se detesta. Ya que me parecía ahondar en una herida que
ya sangraba lo suficiente.
Ahora bien, como uno tiene la funesta manía de pensar, no
pocas veces he recapacitado sobre aquella conversación en la
sala de estar del Tryp, con el fin de llegar a una
conclusión de lo hablado aquel día con tres concejales del
partido gobernante. Y lo primero que se me ha ocurrido es lo
siguiente: El mejor líder es el que se rodea de gente más
competente, no más leal.
En el caso que nos ocupa, el líder no solo ha incumplido esa
regla, sino que además varios de sus posibles leales se han
convertido en enemigos acérrimos de él. Y debe de haber más.
De ahí esa preposición que delata mis dudas. Y es que uno,
después de ver tantas traiciones, ha llegado a tal extremo
de incredulidad que todo lo pone en cuarentena.
A mi desconfianza he decidido llamarla escepticismo, que
suena mejor. Y ya sabemos lo que cuesta convencer de algo a
un escéptico. Máxime cuando ha vuelto a sufrir la
persecución de quien ya en otras ocasiones dio muestras
evidentes de hacerlo sañudamente contra quienes más hicieron
por él. No es de fiar.
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