Con el aire oliendo a “jauli”
(cordero), una marea de 400 inmigrantes subsaharianos
intentó forzar el pasado jueves 18 el perímetro defensivo de
Ceuta, Frontera Schengen en el sur de Europa. El duro
enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad marroquíes y
los desesperados inmigrantes, acuciados por la próxima
llegada del invierno, saldado con heridos de diferente
consideración en ambos bandos (al menos 7 agentes marroquíes
y decenas de subsaharianos con politraumatismos, véase
fotos, por otro) es conocido. Hasta aquí nada que objetar,
acción-reacción, son las reglas del juego: las fronteras
existen y están para defenderse. Punto.
Si los subsaharianos se emplearon a fondo piedra en mano,
las fuerzas marroquíes llegaron a utilizar en su defensa
balas de plástico (véase foto-testimonio), técnicamente
conocidas como “munición de letalidad reducida”. Y
permítanme el cinismo, pero yo no voy a parafrasear a
nuestras autoridades del ministerio del Interior
“felicitando por su labor” a nuestros vecinos porque a
Marruecos, gendarme de Europa en el Flanco Sur, se le paga y
bien por ello, por lo que puede exigírsele es lisa y
llanamente que haga su trabajo. Para ello factura y cobra,
que la carne de inmigrante tiene su cotización y al alza.
Otra cosa harto diferente y tras los enfrentamientos a pie
de valla fronteriza tanto en Ceuta como en Melilla,
desgraciadamente ya habituales, son las condiciones
subsiguientes en que se procede a la neutralización primero
y dispersión después, de los míseros campamentos de fortuna
subsaharianos ubicados tanto en Beliones y al sur del yebel
Musa (alrededores de Ceuta) como en el Gurugú (sobre
Melilla), así como en el traslado de buena parte de los
inmigrantes a la frontera argelina.
Y digo buena parte porque entre los 600 subsaharianos que
hoy se encuentran emboscados, sobreviviendo en el agreste
paisaje que circunda Ceuta, hay que distinguir técnicamente
dos bloques: por un lado aquellos que entraron de forma
ilegal en el Reino de Marruecos, violando sus fronteras; y
por otro, aquellos que simplemente ingresaron al país
legalmente y que, tras un tiempo, siguieron en el mismo tras
caducarles el visado. Porque en éste por lo demás
desagradable cometido, las fuerzas marroquíes desplegadas
(Policía en las ciudades, Gendarmería Real en el campo y
Fuerzas Auxiliares en ambos) conculcan normalmente en su
actuación el marco básico de los Derechos Humanos (la
Gendarmería Real es la más profesional), incumpliendo la
legislación vigente e incluso, me atrevería a decir, también
las altas disposiciones al respecto dimanantes de los
últimos mensajes del joven soberano alauí, el Rey Mohamed VI,
que se ha esforzado por transmitir la necesidad de un
tratamiento “más humanitario” (sic) hacia los candidatos
subsaharianos a la inmigración (varios miles) que aguardan
su oportunidad en Marruecos.
La durísima realidad comprobada sobre el terreno por este
escribano del limes que, una vez más, se limita a levantar
acta y que salga el Sol por Antequera, es la práctica de
humillaciones, maltratos de voz y obra rayanos algunos en la
tortura, eventuales violaciones a las mujeres (como siempre
el eslabón más débil) y robos a diferentes escalas, siendo
el más escandaloso y abiertamente denunciable el de los
pasaportes, tal como lo leen, que significa lisa y
llanamente convertir a unas seres humanos con su
documentación acreditativa en regla, aun con el visado
caducado, en meros números. Y esto último es una práctica
habitual empleada, ilegalmente y en total impunidad, por la
policía marroquí.
Veamos, a título de ejemplo, las consecuencias sufridas por
los inmigrantes subsaharianos participantes en la última
intentona de asalto a Ceuta, llegando la canallada a
intervenir de forma inusual en el hospital Mohamed V de
Tánger, pasadas las 18.00 del jueves, deteniendo y arreando
a patada limpia a tres subsaharianos, dos de ellos con la
pierna rota (véase foto, el tercero con el brazo roto pudo
escapar), trasladándolos detenidos a la Prefectura.
Arbitrariedad inusual pues en honor de la policía marroquí
(salvo la de Tánger), debo decir pues me consta que los
subsaharianos heridos en la comarca Oriental (Nador y Uxda)
que acuden a los hospitales dependientes de la
Administración son atendidos y dejados tranquilamente en paz
(bastante llevan encima) salvo, obviamente, flagrante
delito.
Por otro lado el viernes y sábado, cuatro autobuses (dos en
cada caso) trasladan a unos 80 inmigrantes: los “sin
papeles” directamente para Uxda (ésta vez no los sueltan a
mitad de camino, para luego volver a “hacer caja”), mientras
que los documentados (con pasaporte pero visado caducado)
salieron a las 14.00 del sábado de Tánger (Prefectura
central y comisaría de Moghogha), siendo arrojados a la
calle y prácticamente en ayunas hacia las 18.00 en la
capital económica del Reino, la populosa Casablanca. En
ayunas digo, porque tan solo se les entregó a las 7 de la
mañana del sábado un trozo de pan. Luego en el viaje, ni
agua siquiera, salvo a una joven senegalesa que se
encontraba en mal estado y a la que se le suministró algo de
leche a la altura de Larache. Y en Casablanca, sin dinero,
indocumentados… ¿cómo van a sobrevivir? Eso es, lisa y
llanamente, empujarles a la delincuencia. Del convoy,
solamente recuperaron sus pasaportes confiscados
(literalmente robados por la policía marroquí, pues no les
asiste derecho dado que la propiedad de los mismos es de los
Estados emisores) un abigarrado grupo de senegaleses, tras
la enérgica intervención in situ de un encolerizado
representante de su legación diplomática.
Uno de los casos más escandalosos entre los traslados a
Casablanca ha sido el de un subsahariano, de la minoría
cristiana por cierto, con su pasaporte y debidamente
documentado como colaborador de la Delegación de Migraciones
dependiente de la Diócesis de Tánger, que fue literalmente
“secuestrado” bajo la apestosa acusación (puro racismo
religioso) de “colaborar con la Iglesia”. Han leído bien. Me
consta que el caso es perfectamente conocido por mi cuasi
paisano y primo hermano (en términos asturgalaicos), el
arzobispo de Tánger, Monseñor Santiago Agrelo, fechoría que
es de suponer digo yo empujará al prelado a establecer algún
tipo de conversaciones “explicativas” con las autoridades
marroquíes competentes, en base al convenio firmado en su
momento entre el Estado del Vaticano y el Reino de Marruecos
que prohíbe a la Iglesia Católica, expresamente, la
predicación religiosa, confinándola a una labor meramente
caritativa y asistencial como es el caso.
Y mientras, la mafia nigeriana de Tánger (matizo:
naturalmente los mayoritarios inmigrantes nigerianos no son
mafiosos... pero la mafia radicada en la capital del
Estrecho es toda nigeriana) a pasarlo bien, dedicándose a
sus peculiares “negocios” (pase de droga desde Argelia o
manejo de redes de prostitución), untando generosamente no
hace falta decirles a quién para evitar, como así es, ser
molestados hasta la fecha. Así son las cosas y así se las
cuento y, créanme, esto es solamente la punta del iceberg.
Una reflexión: díganme, una vez leída esta columna…
¿piensan, en conciencia, que ésta es la labor que, para
controlar parte de su frontera sur y que financia la Unión
Europea, debe hacer Marruecos? Visto.
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