LUNES 14.
Un profesor de instituto, que es lector de lo que escribo,
se topa conmigo en mi barrio y nos ponemos a charlar. Todo
el tiempo que nos permite mi perro. Que es tan acaparador
como para mostrarme sus muestras de repulsa cuando me paro a
hablar con alguien. Hoy, sin embargo, ha estado más
condescendiente. Tal vez porque le cae bien mi interlocutor.
Así que nos ha permitido cierto tiempo de parlamento. El
profesor, que es además muy aficionado al fútbol, me
pregunta de sopetón: “¿Cómo tratabas tú a los jugadores que
te rendían poco?”. Pregunta planteada con habilidad para
ponerme a prueba. Pero que no me arredra responderla. Vamos
a ver, Fernando, los jugadores que no rendían en la medida
que yo deseaba, no carecían de mis palabras elogiosas, ni de
mi aliento, ni mucho menos de la ayuda que necesitaban. En
suma, les prestaba toda la atención posible. Para que no se
sintieran discriminados. Aunque a su vez no cejaba en mi
empeño de convencerlos de que gozaban de cualidades
suficientes que debían ponerla al servicio del equipo. Por
más que a ellos les desagradara esa idea. Muchos futbolistas
aprendieron la lección y acabaron triunfando. Otros optaron
por quedarse a medias. Con el paso del tiempo, pude hablar
con algunos de ellos y me confesaron que prefirieron recibir
mi reprimenda, cuando se encartaba, antes que no haber sido
tenido en cuenta por mí. Lo que me recordaba, sin duda
alguna, las palabras de aquella actriz que sostenía:
“¡Prefiero la mala publicidad a que no se me conceda ninguna
publicidad!”. Lo que se transforma en lo siguiente:
“¡Prefiero recibir una atención negativa –una reprimenda-
que no recibir ninguna atención!”. Mi estimado Fernando,
que las coge al vuelo, se pone en su lugar de profesor, que
lo es y bueno, según sé de buena tinta, y me pregunta si
ello es trasladable a la enseñanza. Y a mí se me ocurre
meterme en camisa de once varas: “En determinados alumnos la
atención del profesor, cuando asume la forma de críticas y
de gritos, puede reforzar su conducta conflictiva,
aumentando la probabilidad de que incida. Es, según tengo
entendido, menos probable que provoque este efecto
indeseable si se transforma en amonestación leve; una
advertencia serena, apena susurrada, para no colocar al
alumno en el foco de la atención de sus compañeros de
clase”. “¿De verdad lo crees así, Manolo?”, me
pregunta Fernando. “No. Pues actuar así no garantiza tampoco
el éxito deseado”. Y ambos coincidimos en que mandar es muy
difícil. Enormemente difícil. Y qué decir de enseñar…
Martes. 15
Se me pregunta por la derrota del primer equipo de la ciudad
frente al Cabecense. Algunos quieren saber si es verdad la
influencia que tuvo el árbitro onubense en el partido.
Influencia contraria a los intereses del equipo entrenado
por Asián. Y mi respuesta es que sé lo que he leído
al respecto. Nada más. Luego no tengo el menor inconveniente
en decir que el Ceuta está condenado a padecer arbitrajes
dañinos. Y explico los motivos así por encima. Para que no
me tilden de ver fantasmas donde no los hay. No vaya a ser
que me suceda igual que cuando se opina del periódico. Pues
en esta ciudad hay con frecuencia épocas en que no se puede
escribir sin peligro, ni siquiera callar sin peligro.
Épocas, que se reiteran, en que si uno escribe a favor de la
estúpida corriente, lo tienen por tonto; y si escribes en
contra de ella, se da de manos con la inquisición: esta
ciudad acostumbra a que las personas destaquen a fuerza de
persecuciones.
Miércoles. 16
Ayer martes me tocaba acudir a los sitios donde se suelen
formar corrillos y los comentarios se suceden sin solución
de continuidad. Pero en el último momento decidí quedarme en
casa. Ya que los días festivos, salvo raras excepciones, no
me gustan para dar barzones por el centro de la ciudad. Así
que lo hago hoy. Se habla de la selección española y, en un
momento determinado, suena el nombre de Vicente Del
Bosque y surgen los problemas que se está creando a la
hora de elegir al portero titular del equipo que representa
a España. Y a mí sólo se me ocurre responder que nuestro
marqués acabará de la misma manera que lo hizo el asno de
Buridán. Paradoja que le viene que ni pintiparada al
seleccionador. Luego, tras comentarios sobre otros asuntos
de actualidad, como es lo que piensa José María Aznar
acerca de la forma de gobernar de Mariano Rajoy,
alguien dice que está deseando que llegue el jueves para
comprobar si Juan Luis Aróstegui es capaz de
responder a cuanto dijo de él el presidente de la CECE,
Rafael Montero Ávalos. Cuando se me inquiere, contesto
sin tomarme ni un segundo de reflexión: quien más manda en
Caballas, Aróstegui, no hará otra cosa que no sea bajar la
cerviz. Lo cual no quita para que la emprenda contra sus
viejos fantasmas…
Jueves. 17
Los viejos fantasmas de Juan Luis Aróstegui son haber
pertenecido a una familia de derechas de toda la vida. Haber
crecido rodeado por personas a las que la España de
Franco les parecía la ideal. Por más que el Caudillo
carecía de ideales. Y es que éste nunca tuvo un ideario
político coherente, fuera de los simples principios
castrenses de austeridad y de disciplina, unidad y
engrandecimiento de la Patria, cuya célula básica es la
familia. Posiblemente, aborrecía más el liberalismo que el
comunismo. Y, por supuesto, tenía un mal concepto de los
carlistas. Ya que sus simpatías estuvieron siempre con
Alfonso XIII. No obstante, durante el gobierno de Franco,
los carlistas, como el resto de españoles de cualesquiera
ideas y condición, tuvieron que tragar con lo que había para
seguir subsistiendo. Con lo cual conviene no perder el
oremus cuando se habla de pasado tan reciente. Y muchos
menos martirizarse porque nuestros mayores dijeran sí a todo
cuanto ordenaba aquel régimen. Pero Aróstegui, Juan Luis él,
parece afectado porque los suyos salieran adelante sin haber
movido un dedo contra el poder establecido. De no haber sido
así, él posiblemente no estaría ahora mismo disfrutando de
la condición social que tiene. Mas nuestro hombre, en cuanto
está en desacuerdo con algo, más bien con todo lo que no sea
rentable para él, repite como un papagayo que todos los
ceutíes son racistas y fachas. El adjetivo facha,
calificativo menospreciante, derivado de fascismo, no se le
cae de la boca. Y lo ha vuelto a emplear en su escrito de
hoy. En vez de responderle, como le tocaba, a quien días
antes lo había puesto a parir. Aróstegui, además de escribir
como un funcionario con manguitos, ha demostrado que anda
escaso de… bemoles.
Viernes. 18
Conocer el futuro y no poder hacer nada por evitarlo. A eso
le llaman los griegos tragedia. Es la situación que están
viviendo 12 millones de españoles. Porque ya son pobres. Muy
pobres. Pero hay tres millones que aún lo están pasando
peor: debido a que su pobreza es calificada de severa. De
solemnidad, vamos. La situación de estas personas admiten un
saco de palabras con el fin de describir una situación
terrible y a fe que nos quedaríamos cortos. Podríamos
catalogarla de infortunio, desdicha, catástrofe, calamidad,
desastre… Entretanto, hemos de soportar las declaraciones de
Emilio Botín, sacando pecho por el mundo: “Es un momento
fantástico, llega dinero por todas partes”. Y todavía los
hay que defienden su jactancia como necesaria para defender
la marca España. La maldad, en ocasiones, se presenta tan
diáfana que no se alcanza a comprender. Es lamentable, que
deshabituada a rebelarse, la gente se someta tanto.
Sábado. 19
Lo dijo Karl Popper –filósofo- hace ya muchos años:
que nuestras democracias “no son gobiernos del pueblo, sino
de los dirigentes de los partidos”. Esto es una verdad como
un templo, que ni siquiera con el paso de los años ha tenido
solución. Lo que ocurre ya es que el pueblo español ya no es
espectador de la sorpresa, como en los primeros años de una
democracia que ilusionaba. Ahora se sabe mejor la lección.
Ya no estamos delante de un pueblo sorprendido, sino que en
buena parte conoce ya a sus personajes, lo que dan de sí, y
sabe también que no hay más leña que la que arde. “Cuando un
pueblo se acostumbra al pragmatismo y al obligado cinismo de
los políticos, entonces la democracia se estabiliza y las
sorpresas son menos”. De ahí que no me quedara pasmado
cuando leía ayer lo que nos cuestan los componentes del
Gobierno presidido por Juan Vivas. Por más que la
cifra publicada sea mareante: 1.680.000.463 euros. Mi
escepticismo, colosal en estos momentos, más que dramático,
me ha salido burlón. Tal vez, porque, como dice el poeta,
llorar a mares alivia un poco cuando se espera algo…
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