Escribir no es otra cosa que una
exigencia de comunicación. Hace ya muchos años que lo
escribió Emilio Romero. Quien fuera, amén de un
enorme periodista y escritor, director de la Escuela Oficial
de Periodismo desde 1969 y en el desempeño de este cargo
impulsó la creación de la Facultad de Ciencias de la
Información. De él, entre otras muchas cosas, se dijo
siempre que defendió a sus periodistas incluso frente al
poder establecido.
Cuando yo empecé a escribir en periódicos, resulta que la
democracia estaba casi recién nacida, y, claro, todo lo
nacido, solamente por eso, aunque hubiera nacido otra cosa
–hermosa, se entiende-, también ella tendría un inmenso
valor. En aquel tiempo, principio de la década de los
ochenta, con lo primero que me topé fue con la censura.
Hecho que me produjo cierto desbarajuste mental. Pues pronto
hube de sentarme ante una persona que no sabía redactar una
nota y, sin embargo, me leía con el único propósito de
censurarme.
Pronto comprendí que discutir con aquel Fulano era, además
de una pérdida de tiempo, motivo más que suficiente para
padecer una úlcera de estómago. Y le busqué las vueltas.
Supe transitar por otros caminos donde él acababa
perdiéndose y todo fue mejor a partir de entonces. La
censura es de varias clases: una nace de las características
políticas de la propia empresa periodística, en la que el
empresario o el director imponen sus criterios y ejercen la
censura y otra, cómo no, del poder establecido.
La censura, o la prohibición, no solamente tienen lugar en
el mundo periodístico, sino también mediante prohibiciones o
proscripciones en el mundo artístico, o administrativo, o de
la enseñanza. Y hasta en el deportivo. En España, desde
tiempo inmemorial, los gremios de los inquisidores son muy
numerosos, y aparecen en todas las ideologías. Verdad de
Perogrullo.
Ahora bien, lo más infame, o bochornoso, es cuando nacen los
gremios de inquisidores en los sistemas políticos de las
libertades o democracias. Entonces -decía Emilio Romero-, a
estos comportamientos hay que calificarlos de desvergüenza,
porque ya se sabe que las dictaduras políticas llevan en su
propia naturaleza y en sus mecanismos la prohibición de
algo. Tengo que confesar que yo en bastantes ocasiones he
sentido necesidad de callar, porque me ha parecido que el
escribir no puede ser solamente un desahogo, sino tener la
conciencia de lo que puede decirse y de lo que debe
callarse. Difícil tarea que obliga a morderse los labios.
Ahora, precisamente ahora, cuando mi escepticismo es
colosal, pero no dramático, sino burlón, estoy en
condiciones de decirle a nuestro alcalde, mediante esta
columna sugeridora, y nunca replicante, que sus
declaraciones en la sede de su partido han sido
atropelladas. Propias de alguien que ha perdido los nervios
e intenta amedentrar tanto a sus adversarios políticos como
a quienes creen que está pasando por un momento bajo en su
cometido como para decirle que recapacite sobre lo que ha
venido haciendo mal.
Es más, tras haber leído sus declaraciones, me queda la duda
de si es usted, alcalde, quien con los nervios desquiciados
ha olvidado que el estilo, según Platón, es una
especie de espejo del carácter y, como sea el estilo, será
el carácter, o bien el informador se ha hecho la picha un
lío escribiendo. Si es lo primero, y yo fuera el editor de
este medio, créame que no dudaría en censurar sus
declaraciones. Como muestra de aprecio hacia lo que usted
significa en esta ciudad donde es votado mayoritariamente.
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