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OPINIÓN - VIERNES, 18 DE OCTUBRE DE 2013

 
OPINIÓN / COLABORACION

Réquiem por la escuela pública española

Por Joaquín Manuel Rodríguez Gil*


No, no voy a entrar en ningún debate político sobre la LOMCE, entre otras cosas porque me sirve de muy poco como profesional de la educación que soy. Y es que lo que yo necesito son realidades; palpables y tangibles, precisamente para cumplir con mi trabajo y desempeñarlo cada día mejor; y no discursos de palabras vacías, elevadas cifras de presupuestos que nunca llegan o un sinfín de leyes promulgadas, con las que pretenden hacernos creer que todo cambiará de la noche a la mañana, simplemente a costa de un forzado y sublime acto de pura fe en las excelencias vendidas.

Tampoco voy a cometer la desfachatez de asignarme la representación de miles de voces que supuestamente se identifican con mis opiniones, o lo que es peor, de interpretar el silencio de los que callan, o no acuden a las manifestaciones de protesta convocadas, como una prueba inequívoca y contundente de apoyo al poder. Lo que quiero únicamente es compartir con las personas que me lean la situación y el contexto en el que desempeño mi oficio de maestro durante este curso, precisamente en Ceuta, y las expectativas con las que me enfrento para el próximo, con el objeto de que comparen todo ello con las de otros profesores que conozcan y pueda ir elaborando una primera imagen de lo que queda por llegar a la escuela cuando el nuevo marco legislativo esté a pleno rendimiento.

Para empezar, como hace ya más de 30 años desde que ingresé en el cuerpo del Estado, independientemente de que esté gobernando la izquierda progresista o la derecha conservadora, sigo entrando en el colegio una hora antes y continuo dedicando un mínimo de tres o cuatro horas diarias de mi tiempo libre, incluidos festivos y no pocos periodos vacacionales, a la preparación de mis clases, precisamente para mantener eso que llaman innovación y calidad educativa que, en este país y desgraciadamente, siempre ha dependido del voluntarismo de algunos docentes. Jamás, más allá de unas inmerecidas palabras de varios compañeros, se me ha reconocido este trabajo a efectos retributivos, de jornada laboral o de escalafón profesional; entre otras cosas porque no suelo callar lo que pienso, priorizo la enseñanza sobre las relaciones sociales o no poseo el carné del partido. Más aún, incluso en los últimos tiempos se me ha congelado y disminuido la nómina ya que por lo visto soy un “privilegiado” que vive de la “sopa boba” y he contribuido con mis “desorbitados e inmerecidos ingresos“ a la crisis económica de la nación. Y mientras tanto, como no podía ser de otra forma en esta tierra que me vio nacer, el ejemplo brilla por su ausencia, la corrupción y el abuso ininterrumpidamente salpican a los que nos piden sacrificios o ahora nos enteramos de que en los presupuestos del Estado para este año la nómina de los altos cargos de confianza sube un 9%.

Desde hace ya más de una década ejerzo mi tarea docente en el CEIP Ortega y Gasset de Ceuta. Este es un colegio construido inicialmente para dos líneas educativas que en la actualidad está a punto de acabar el proceso irracional de disponer de cuatro, de forma que ya somos la segunda institución educativa en número de alumnos de la ciudad, con casi mil niños y niñas. Dado que las inversiones llegan a cuenta gotas y sin previsión de futuro, con lo que se ahorraría importantes gastos a largo plazo, y que la partida presupuestaria anual asignada al colegio es significativamente inferior a la de un instituto cualquiera, el espacio del que disponemos y las instalaciones son tercermundistas, por no extenderme en la precariedad de los gastos de funcionamiento: no hay un local para la biblioteca del colegio, ni tampoco un salón de actos, ni una sala capaz de albergar las reuniones del claustro o pequeños despachos para actividades de acción tutorial o de coordinación de profesores del mismo ciclo; el comedor, las dos insuficientes pistas deportivas, el gimnasio, la sala de ordenadores y otras dependencias están sobresaturadas, o hay aulas que no cumplen la normativa vigente en cuanto a medidas y otros indicadores mínimos exigibles, que se han sacado a la prisa y corriendo quitando metros cuadrados a pasillos o a minúsculos almacenes.

La ratio de alumnos por clase en mi colegio, en muy poco tiempo, se ha disparado. En la actualidad, en la Primaria sobrepasa los 28 y en los cuatro cursos de 3 años de Educación Infantil están ya a 30 niños-as por aula. Ello implica que al llegar estos últimos alumnos al final de la Educación Primaria, debido a las incorporaciones a lo largo de la escolarización y las repeticiones de curso, la cifra supere los 35 e incluso se aproxime a los cuarenta. Esta medida de aumentar la ratio impuesta por el actual equipo ministerial; que responde en realidad a razones puramente económicas, y que en Ceuta se amplifica por su alta tasa de natalidad y la crisis económica que está obligando al retorno a la ciudad de numerosas familias; se la quiere envolver con argumentos pedagógicos, vendiéndonos datos de otros sistemas educativos, como el Corea del Sur, donde con similares tasas el fracaso escolar es mucho menor. Creen estos supuestos especialistas en el tema, y los políticos que amplifican las consignas oficiales, que somos unos “ignorantes” y que desconocemos lo que en la investigación científica se llama el control de variables extrañas, entre ellas la alta valoración que esas sociedades dan a la cultura y a la educación, y lo increíblemente competitivos que llegan a ser, liderando los índices de suicidio por fracaso escolar, o simplemente convirtiéndose en una práctica habitual el acudir al templo o la iglesia cada vez que hay un examen de cierta importancia. Y si continúan con dudas sobre la influencia positiva que un bajo número de alumnos por clase puede ejercer en la calidad de la educación, pregúnteles a no pocos dirigentes del país, de ideologías dispares, por los motivos por los cuales han elegido a un centro privado de élite para escolarizar a sus hijos.

El CEIP Ortega y Gasset ha sido pionero en Ceuta en la introducción de las nuevas tecnologías en la educación primaria, precisamente en consonancia con la importancia que se le da a la competencia digital en el marco de las instituciones europeas y en las actuales leyes educativas nacionales. Fue el primero en aplicar los blogs de aulas en la escuela, algunas de sus experiencias son modelos de intervención en otras partes del país o en la actualidad, en el tercer ciclo de primaria, hay clases donde los portátiles de los alumnos funcionan a pleno rendimiento en la totalidad de la jornada escolar. Todo esto es posible gracias al esfuerzo y al trabajo de no pocos profesionales, que una vez más han tenido que echar mano de su tiempo libre para salvar los innumerables obstáculos que existían a la hora de la incorporación real de estos medios en la enseñanza. Pues bien, en estos momentos, las nuevas dotaciones y la renovación de los equipos informáticos de los niños queda en el aire en función de la consigna aclamada por los miembros del partido del Sr. Wert: las inversiones en competencia digital no rebajan el fracaso escolar. Está hipótesis de causa-efecto, establecida originariamente en sentido positivo por el P.S.O.E. para lanzar su campaña de un portátil para cada alumno, ha sido retomada por el P.P. formulándola ahora en negativo; en esta ocasión, y quiero pensar que no es por simple revancha política, para argumentar y ocultar otro recorte más en educación. Sin embargo, cualquier persona con un mínimo de formación y experiencia en la enseñanza, sabe que estos recursos, al igual que otras variables que afectan a la escuela, únicamente mantiene una relación correlacional con el éxito escolar y que aisladamente jamás lo asegura. Por otra parte, difícilmente se puede enjuiciar aquello cuyo uso solo está en una fase inicial de introducción en el ámbito escolar, muy alejado de una generalización plena.

Las condiciones de seguridad del centro donde estoy destinado dejan mucho que desear: en el curso pasado unos desaprensivos incendiaron el gimnasio, causando además importantes desperfectos en otras dependencias cercanas y destrozando la totalidad del material deportivo, cuya necesidad pudimos suplir, en un primer momento gracias, a las donaciones de otros colegios e institutos ya que hasta hace unos días no se ha repuesto por parte de la Administración; todos los fines de semana la escuela es asaltada por unos golfos y sinvergüenzas, que disfrutan ilegalmente de sus instalaciones originando no pocos daños, o se está convirtiendo en una normalidad los robos de ordenadores, al menos una vez al año. El incremento de la altura del vallado del perímetro del centro es un aspecto fundamental, junto con otras medidas, para evitar estas situaciones, pero ello no es aún una realidad y corremos un grave riesgo cada día que pasa de perder lo poco que tenemos; aunque el ayuntamiento de la localidad, que siempre suele prestarnos su ayuda, haya manifestado que dicha obra se va a contemplar en los presupuestos del próximo año.

Continuamente la palabra fracaso escolar aparece en las declaraciones de los miembros de los partidos políticos, pero a la hora de buscar medidas reales para resolverlo cuando llegan al poder, lo único que hacen es eliminar la ley educativa del adversario de turno y poner una nueva, en la que nunca previamente se nos pregunta a los futuros ejecutores, los profesores, por nuestra opinión, además de adolecer del más mínimo consenso social. La efectividad de las medidas que conllevan este desfile interminable de marcos legislativos se evalúa a la prisa y corriendo, desde el mismo momento en que aparecen anualmente los resultados de unas pocas pruebas externas sobre los conocimientos de nuestros alumnos, y sin dar ni siquiera tiempo a la inserción generalizada de dichas medidas en los colegios, creando con ello un enorme caos y confusión, además del despilfarro de importantes cantidades de dinero de todos los contribuyentes. Por otra parte, como dicen que no hay dinero en las arcas del Estado, el recorte en las inversiones educativas y las exigencias de calidad al sistema se ha constituido en un binomio inseparable, que nos lleva irremisiblemente, una y otra vez, al mismo punto de partida. Al final, al no asumir responsabilidades, se culpa directa, o indirectamente, al único elemento que pueden controlar del sistema: los docentes. Y en consonancia con ello, se les empeora las condiciones laborales, se les incrementa el número de horas de atención directa al alumnado, en menos precio del tiempo diario requerido a la preparación de las clases y otras funciones, o se les somete a tal presión en las tareas administrativas que lo único que consiguen es dificultar aún más el trabajo de aquellos pocos que, con su voluntarismo, han mantenido hasta ahora la innovación y el cambio en la escuela.

Ni la política generalizada del poder; fiel reflejo de una sociedad que ha encumbrado el ascenso social meteórico y la imagen por encima de valores como la honestidad, la humildad, la profesionalidad o el bien hacer; ni la acción de unos cuantos sindicatos que fijan las movilizaciones de lucha por decreto; sin ni siquiera ajustarse previamente al sentir de sus afiliados e ignorando al movimiento asambleario que los vio nacer; van a resolver este hundimiento progresivo de la escuela pública. Somos los enseñantes, uno de los actores fundamentales en la educación, los que primero estamos obligados a reivindicar nuestro protagonismo en el sistema y a denunciar el deterioro al que está siendo sometido, independientemente de que se busque el acuerdo con otros sectores sociales implicados. Y no hay tiempo que perder, porque solo es esta escuela pública la que garantiza plenamente el derecho a la educación que poseen todos los españoles.

* Maestro de Educación Primaria y Psicopedagogo
 

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