No, no voy a entrar en ningún debate político sobre la LOMCE,
entre otras cosas porque me sirve de muy poco como
profesional de la educación que soy. Y es que lo que yo
necesito son realidades; palpables y tangibles, precisamente
para cumplir con mi trabajo y desempeñarlo cada día mejor; y
no discursos de palabras vacías, elevadas cifras de
presupuestos que nunca llegan o un sinfín de leyes
promulgadas, con las que pretenden hacernos creer que todo
cambiará de la noche a la mañana, simplemente a costa de un
forzado y sublime acto de pura fe en las excelencias
vendidas.
Tampoco voy a cometer la desfachatez de asignarme la
representación de miles de voces que supuestamente se
identifican con mis opiniones, o lo que es peor, de
interpretar el silencio de los que callan, o no acuden a las
manifestaciones de protesta convocadas, como una prueba
inequívoca y contundente de apoyo al poder. Lo que quiero
únicamente es compartir con las personas que me lean la
situación y el contexto en el que desempeño mi oficio de
maestro durante este curso, precisamente en Ceuta, y las
expectativas con las que me enfrento para el próximo, con el
objeto de que comparen todo ello con las de otros profesores
que conozcan y pueda ir elaborando una primera imagen de lo
que queda por llegar a la escuela cuando el nuevo marco
legislativo esté a pleno rendimiento.
Para empezar, como hace ya más de 30 años desde que ingresé
en el cuerpo del Estado, independientemente de que esté
gobernando la izquierda progresista o la derecha
conservadora, sigo entrando en el colegio una hora antes y
continuo dedicando un mínimo de tres o cuatro horas diarias
de mi tiempo libre, incluidos festivos y no pocos periodos
vacacionales, a la preparación de mis clases, precisamente
para mantener eso que llaman innovación y calidad educativa
que, en este país y desgraciadamente, siempre ha dependido
del voluntarismo de algunos docentes. Jamás, más allá de
unas inmerecidas palabras de varios compañeros, se me ha
reconocido este trabajo a efectos retributivos, de jornada
laboral o de escalafón profesional; entre otras cosas porque
no suelo callar lo que pienso, priorizo la enseñanza sobre
las relaciones sociales o no poseo el carné del partido. Más
aún, incluso en los últimos tiempos se me ha congelado y
disminuido la nómina ya que por lo visto soy un
“privilegiado” que vive de la “sopa boba” y he contribuido
con mis “desorbitados e inmerecidos ingresos“ a la crisis
económica de la nación. Y mientras tanto, como no podía ser
de otra forma en esta tierra que me vio nacer, el ejemplo
brilla por su ausencia, la corrupción y el abuso
ininterrumpidamente salpican a los que nos piden sacrificios
o ahora nos enteramos de que en los presupuestos del Estado
para este año la nómina de los altos cargos de confianza
sube un 9%.
Desde hace ya más de una década ejerzo mi tarea docente en
el CEIP Ortega y Gasset de Ceuta. Este es un colegio
construido inicialmente para dos líneas educativas que en la
actualidad está a punto de acabar el proceso irracional de
disponer de cuatro, de forma que ya somos la segunda
institución educativa en número de alumnos de la ciudad, con
casi mil niños y niñas. Dado que las inversiones llegan a
cuenta gotas y sin previsión de futuro, con lo que se
ahorraría importantes gastos a largo plazo, y que la partida
presupuestaria anual asignada al colegio es
significativamente inferior a la de un instituto cualquiera,
el espacio del que disponemos y las instalaciones son
tercermundistas, por no extenderme en la precariedad de los
gastos de funcionamiento: no hay un local para la biblioteca
del colegio, ni tampoco un salón de actos, ni una sala capaz
de albergar las reuniones del claustro o pequeños despachos
para actividades de acción tutorial o de coordinación de
profesores del mismo ciclo; el comedor, las dos
insuficientes pistas deportivas, el gimnasio, la sala de
ordenadores y otras dependencias están sobresaturadas, o hay
aulas que no cumplen la normativa vigente en cuanto a
medidas y otros indicadores mínimos exigibles, que se han
sacado a la prisa y corriendo quitando metros cuadrados a
pasillos o a minúsculos almacenes.
La ratio de alumnos por clase en mi colegio, en muy poco
tiempo, se ha disparado. En la actualidad, en la Primaria
sobrepasa los 28 y en los cuatro cursos de 3 años de
Educación Infantil están ya a 30 niños-as por aula. Ello
implica que al llegar estos últimos alumnos al final de la
Educación Primaria, debido a las incorporaciones a lo largo
de la escolarización y las repeticiones de curso, la cifra
supere los 35 e incluso se aproxime a los cuarenta. Esta
medida de aumentar la ratio impuesta por el actual equipo
ministerial; que responde en realidad a razones puramente
económicas, y que en Ceuta se amplifica por su alta tasa de
natalidad y la crisis económica que está obligando al
retorno a la ciudad de numerosas familias; se la quiere
envolver con argumentos pedagógicos, vendiéndonos datos de
otros sistemas educativos, como el Corea del Sur, donde con
similares tasas el fracaso escolar es mucho menor. Creen
estos supuestos especialistas en el tema, y los políticos
que amplifican las consignas oficiales, que somos unos
“ignorantes” y que desconocemos lo que en la investigación
científica se llama el control de variables extrañas, entre
ellas la alta valoración que esas sociedades dan a la
cultura y a la educación, y lo increíblemente competitivos
que llegan a ser, liderando los índices de suicidio por
fracaso escolar, o simplemente convirtiéndose en una
práctica habitual el acudir al templo o la iglesia cada vez
que hay un examen de cierta importancia. Y si continúan con
dudas sobre la influencia positiva que un bajo número de
alumnos por clase puede ejercer en la calidad de la
educación, pregúnteles a no pocos dirigentes del país, de
ideologías dispares, por los motivos por los cuales han
elegido a un centro privado de élite para escolarizar a sus
hijos.
El CEIP Ortega y Gasset ha sido pionero en Ceuta en la
introducción de las nuevas tecnologías en la educación
primaria, precisamente en consonancia con la importancia que
se le da a la competencia digital en el marco de las
instituciones europeas y en las actuales leyes educativas
nacionales. Fue el primero en aplicar los blogs de aulas en
la escuela, algunas de sus experiencias son modelos de
intervención en otras partes del país o en la actualidad, en
el tercer ciclo de primaria, hay clases donde los portátiles
de los alumnos funcionan a pleno rendimiento en la totalidad
de la jornada escolar. Todo esto es posible gracias al
esfuerzo y al trabajo de no pocos profesionales, que una vez
más han tenido que echar mano de su tiempo libre para salvar
los innumerables obstáculos que existían a la hora de la
incorporación real de estos medios en la enseñanza. Pues
bien, en estos momentos, las nuevas dotaciones y la
renovación de los equipos informáticos de los niños queda en
el aire en función de la consigna aclamada por los miembros
del partido del Sr. Wert: las inversiones en competencia
digital no rebajan el fracaso escolar. Está hipótesis de
causa-efecto, establecida originariamente en sentido
positivo por el P.S.O.E. para lanzar su campaña de un
portátil para cada alumno, ha sido retomada por el P.P.
formulándola ahora en negativo; en esta ocasión, y quiero
pensar que no es por simple revancha política, para
argumentar y ocultar otro recorte más en educación. Sin
embargo, cualquier persona con un mínimo de formación y
experiencia en la enseñanza, sabe que estos recursos, al
igual que otras variables que afectan a la escuela,
únicamente mantiene una relación correlacional con el éxito
escolar y que aisladamente jamás lo asegura. Por otra parte,
difícilmente se puede enjuiciar aquello cuyo uso solo está
en una fase inicial de introducción en el ámbito escolar,
muy alejado de una generalización plena.
Las condiciones de seguridad del centro donde estoy
destinado dejan mucho que desear: en el curso pasado unos
desaprensivos incendiaron el gimnasio, causando además
importantes desperfectos en otras dependencias cercanas y
destrozando la totalidad del material deportivo, cuya
necesidad pudimos suplir, en un primer momento gracias, a
las donaciones de otros colegios e institutos ya que hasta
hace unos días no se ha repuesto por parte de la
Administración; todos los fines de semana la escuela es
asaltada por unos golfos y sinvergüenzas, que disfrutan
ilegalmente de sus instalaciones originando no pocos daños,
o se está convirtiendo en una normalidad los robos de
ordenadores, al menos una vez al año. El incremento de la
altura del vallado del perímetro del centro es un aspecto
fundamental, junto con otras medidas, para evitar estas
situaciones, pero ello no es aún una realidad y corremos un
grave riesgo cada día que pasa de perder lo poco que
tenemos; aunque el ayuntamiento de la localidad, que siempre
suele prestarnos su ayuda, haya manifestado que dicha obra
se va a contemplar en los presupuestos del próximo año.
Continuamente la palabra fracaso escolar aparece en las
declaraciones de los miembros de los partidos políticos,
pero a la hora de buscar medidas reales para resolverlo
cuando llegan al poder, lo único que hacen es eliminar la
ley educativa del adversario de turno y poner una nueva, en
la que nunca previamente se nos pregunta a los futuros
ejecutores, los profesores, por nuestra opinión, además de
adolecer del más mínimo consenso social. La efectividad de
las medidas que conllevan este desfile interminable de
marcos legislativos se evalúa a la prisa y corriendo, desde
el mismo momento en que aparecen anualmente los resultados
de unas pocas pruebas externas sobre los conocimientos de
nuestros alumnos, y sin dar ni siquiera tiempo a la
inserción generalizada de dichas medidas en los colegios,
creando con ello un enorme caos y confusión, además del
despilfarro de importantes cantidades de dinero de todos los
contribuyentes. Por otra parte, como dicen que no hay dinero
en las arcas del Estado, el recorte en las inversiones
educativas y las exigencias de calidad al sistema se ha
constituido en un binomio inseparable, que nos lleva
irremisiblemente, una y otra vez, al mismo punto de partida.
Al final, al no asumir responsabilidades, se culpa directa,
o indirectamente, al único elemento que pueden controlar del
sistema: los docentes. Y en consonancia con ello, se les
empeora las condiciones laborales, se les incrementa el
número de horas de atención directa al alumnado, en menos
precio del tiempo diario requerido a la preparación de las
clases y otras funciones, o se les somete a tal presión en
las tareas administrativas que lo único que consiguen es
dificultar aún más el trabajo de aquellos pocos que, con su
voluntarismo, han mantenido hasta ahora la innovación y el
cambio en la escuela.
Ni la política generalizada del poder; fiel reflejo de una
sociedad que ha encumbrado el ascenso social meteórico y la
imagen por encima de valores como la honestidad, la
humildad, la profesionalidad o el bien hacer; ni la acción
de unos cuantos sindicatos que fijan las movilizaciones de
lucha por decreto; sin ni siquiera ajustarse previamente al
sentir de sus afiliados e ignorando al movimiento
asambleario que los vio nacer; van a resolver este
hundimiento progresivo de la escuela pública. Somos los
enseñantes, uno de los actores fundamentales en la
educación, los que primero estamos obligados a reivindicar
nuestro protagonismo en el sistema y a denunciar el
deterioro al que está siendo sometido, independientemente de
que se busque el acuerdo con otros sectores sociales
implicados. Y no hay tiempo que perder, porque solo es esta
escuela pública la que garantiza plenamente el derecho a la
educación que poseen todos los españoles.
* Maestro de Educación Primaria y Psicopedagogo
|