Me parece una buena pedagogía
vivir en la pobreza, pero no de la pobreza, al menos para
valorar lo que tenemos, para conocer el sacrificio de dar,
para evaluarse en los deseos, para reencontrarse en la
miseria, para sentirse pobre y no caer en la avaricia,
porque la abundancia también nos hace sentirnos hambrientos
y hasta perder la posesión de sí mismo. Con la escasez a
cuestas, buscas sin cesar, ocupas todo el tiempo, entras en
el espíritu de la franca lucha, y aunque permaneces
marginado del círculo de las finanzas, caminas por esta vida
crecido de esperanza y con la liberación del despego de
tantas cosas materiales innecesarias para el camino que nos
vuelven esclavos.
Personalmente, me entusiasma la pobreza del humilde, el que
lo dona todo y no conserva nada para sí. Ya lo decía Gandhi,
uno debe ser tan humilde como el polvo para descubrir la
verdad, para reconocerse en la pobreza y, así, poder
rechazar el peso de las riquezas. ¿Para qué ese afán y ese
desvelo por aglutinar posesiones, que además no me
proporcionan la felicidad?. Si tuviésemos una cultura más
desprendida seguramente seríamos más felices, porque al
final todo deriva del amor que se ofrece, o lo que es lo
mismo, en saber vivir con la sencillez de no desear nada. En
esto consiste ser libre. Algo que nos capacita para
comprender lo importante que son las vías de justicia y
equidad hacia el bien colectivo, tan olvidado en los tiempos
presentes, donde la competitividad todo lo vuelve ambición
del yo.
Ciertamente, la codicia nos devora, hasta el punto que nos
hemos acostumbrado a vivir de la pobreza, no en la pobreza,
con lo que esto supone de aumento de las desigualdades, de
acentuación de los conflictos, de retroceso humano, a pesar
de las buenas intenciones esparcidas por el planeta. Aún no
se ha pasado de las palabras a los hechos. Y es más, algunos
avances conseguidos, se han derribado. Multitud de personas
viven en la desesperación permanente. Se desesperan porque
no encuentran trabajo. Se desesperan porque no encuentran
alimentos para sus familias. Se desesperan porque no
encuentran futuro para sus hijos. Es tanto el dolor que
llevan consigo, que el miedo les sobrepasa. No podemos, en
nombre de la mal nombrada (y renombrada) austeridad,
recortar inversiones sociales, truncar vías de desarrollo,
seccionar el acceso a la salud pública, a la educación, a
los servicios básicos de las muchas familias olvidadas por
los propios países, que se definen como estados sociales y
democráticos de derecho.
Por consiguiente, pienso que sería bueno, para celebrar de
manera auténtica el día internacional para la erradicación
de la pobreza (17 de octubre), ponernos -cada uno desde su
responsabilidad- a buscar salidas a tantas gentes
desempleadas o empleadas en precario, que es lo mismo.
Dejemos de invertir en finanzas, pensemos más en las
personas, en los ciudadanos, sobre todo mejorando los
sistemas de protección social. Esta crisis que padecemos lo
que ha hecho es que los pobres sean más pobres y los ricos
más ricos. ¿Qué hacen los políticos por esta ciudadanía que
vive en la indignidad más cruel? A juzgar por la situación,
parece que nada o muy poco, ni siquiera se ha luchado por
desterrar la nefasta cultura de chupópteros de la pobreza.
Por tanto, es la hora de la acción. Los moradores de este
mundo no pueden soportar más desengaños.
Ya está bien de promesas. Dejen vivir en la pobreza, pero
que los pobres puedan asumir el control de su vida. No se
les engañe, no se les robe, no se les encamine a la extrema
pobreza de no tener ni siquiera lo indispensable para poder
caminar. Algo que ningún ser humano se merece. Por
desgracia, el paso de la miseria a la posesión de los
necesario, la victoria sobre flagelos sociales, aún no se ha
conseguido. La realidad es la que es, y es de una injusticia
tremenda. Cada día son más los pobres que se ven necesitados
a venderse a la opulencia que los mercadea a su antojo. Para
dolor de la especie, vivir de la pobreza se ha puesto de
moda. Parece que no tiene atisbos de cambio. Lo importante,
en todo caso, es no dejar de hacerse preguntas. Seguro que
al fin, por pura conciencia, despertamos.
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