El máximo responsable de la patronal ceutí ha sido radical,
contundente y, sobre todo, veraz, a la hora de calificar a
Juan Luis Aróstegui en cuanto a su trayectoria política y su
conducta personal en este ámbito público. Le ha llamado
“político chaquetero” y es verdad; le ha definido como
“dinosaurio que ahora habla como si fuera el portavoz de
Juan Vivas” y lleva toda la razón, porque su posicionamiento
público sólo responde a sus propios intereses.
Sus intereses (los de Aróstegui), fluctúan en el espacio y
en el tiempo. Recuérdese su etapa en la que advertía que
Ceuta estaba perdiendo su identidad en cuestión de
nacionalidades y abogaba por poner coto a estas situaciones
que consideraba irregulares. Ahora, sin embargo, se quiere
constituir en el adalid de la Comunidad Musulmana restándole
incluso protagonismo a Mohamed Alí o a Fátima Ahmed.
Su condición de “salvapatrias” es el resultado de su
característica definida por Rafael Montero Avalos:
“Desvergonzado y perverso personaje”. Todos recordamos cómo
se opuso frontalmente y de manera atroz, contra la
implantación de la gran superficie “Continente”, con
campañas terroríficas porque decía que hundiría al comercio
minorista y ahora, su voz se alza para reclamar la llegada
de Decathlón y Marcadona. Un ejemplo de metamorfosis
política o transformismo puro y duro. Un cambio de discurso
que le define: decir una cosa y la contraria a la vez.
Aróstegui ha desvirtuado la realidad –en la polémica motivo
de la de Montero Avalos-tratando de atribuir a la
Confederación de Empresarios un erróneo matiz racista por
lamentarse de la confusión de fecha para celebrar el Eid El
Adha o Pascua del sacrificio. Un malestar que se traducía
siempre en términos económicos y nunca con tintes
religiosos, lo que da una idea –como dice Montero Avalos-,
“de la perversión de este personaje”.
Rafael Montero Avalos ha dicho, sencillamente, lo que mucha
gente piensa de Aróstegui y, en muchos casos no se atreve a
decirle. Desde hace mucho tiempo, se ha dedicado a mirar por
sus propios intereses, a navegar en las aguas y a tratar de
hundir a cualquier que se opusiera a sus pretensiones. Su
discurso, cada día menos convicente, está falto de la
coherencia que le es exigible a un político decente. Sin
embargo, lo peor de Aróstegui es que se trata de un político
con pasado, que le pesa demasiado porque ha despotricado de
todos y contra todos. Ahora no se puede despojar de sus
palabras ni obligarnos a un ejercicio de amnesia.
Al poner los puntos sobre las íes, Montero Avalos ha sabido
estar a la altura de las circunstancias y mostrarse con una
claridad meridiana, defendiendo su posicionamiento y
aclarando lo que Aróstegui pretendía manipular a su antojo,
como suele hacer por costumbre.
Los cambios de discurso en Aróstegui, son bien conocidos.
Sus frases buscando titulares, también. Y el fondo de su
argumentario, un ejemplo claro de demagogia cuando no de
engañosos planteamientos para quienes no le conozcan.
Incluso se ha convertido en el máximo defensor del
Presidente Vivas. En este caso ha querido “intoxicar” la
convivencia ceutí con muy malas artes y de manera
extremadamente perversa. Un ejercicio de artificio tan
peligroso como su intento de dinamitar las buenas relaciones
en una sociedad donde estamos todos condenados a
entendernos, comprendernos y tolerarnos.
No necesitamos gente sin escrúpulos capaz de alterar
cualquier sentido lógico de ejercer la sensatez sin escupir
hacia arriba. Mayor ejercicio de irresponsabilidad, en un
personaje público, no cabe. Este individuo parece
acostumbrado a apagar el fuego con gasolina sin cerciorarse
que su piromanía política le puede llevar a él y a su grupo
al cadalso.
|